Industriales para el litio argentino, se buscan

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Salares (Foto: Gta EGA)

El litio es uno de los elementos químicos más comunes en la corteza terrestre e incluso en los mares, pero son raros los lugares donde está lo suficientemente concentrado como para justificar su extracción, pese a una demanda que en 2020 llegará a los 28 billones de toneladas. Los tractores actuales de esa demanda son, básicamente, pilas y baterías recargables de bajo peso y larga duración. Aunque hace más de 70 años que es también un insumo esencial de aleaciones metalúrgicas críticas para la industria aeronáutica y luego la aeroespacial.

Litio no falta, pero probablemente falte el «litio fácil», que se lleva de los salares andinos como carbonato. Hay sitios equivalentes en EEUU y China, así como rocas con litio en Australia, por hablar de sitios hoy en producción. Pero la crema de los yacimientos mundiales, por concentración y facilidad extractiva, la constituye el «triángulo» formado por los salares de altura chilenos en Atacama, los bolivianos de Uyuni y el del Hombre Muerto en Jujuy. Y hay decenas más.

Elon Musk, el sudafricano dueño de varias firmas «high-tech» estadounidenses entre las cuales está la automotriz Tesla, dijo que la fabricación de medio millón de móviles eléctricos/año pondría al límite el recurso, al menos el «litio fácil». Tal vez don Elon exageraba (no es infrecuente), porque en 2016, según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ya había 1,5 millones rodando, ya fueran «full electric» o «híbridos», y los salares andinos aún siguen lejos de su techo productivo.

Sin embargo, si se agotan, el mundo tendrá que recurrir a fuentes mucho más caras y sucias para extraer litio. Corea lo está haciendo de agua de mar, y el proceso es enormemente electrointensivo. Pero es difícil que Argentina pueda tener al mundo sujeto por el cuello con su litio, como sí lo tuvo Arabia Saudita con su petróleo en 1973.

Sucede que las baterías llamadas de ion de litio, variando según tamaño y potencia, usan muy poca masa de este metaloide ultraliviano y sumamente conductivo en relación a su masa total, generalmente como ánodo. Y eso vale para las baterías de un llavero hasta la de un camión totalmente eléctrico de los que hace Tesla, o a las que son tanto más grandes que ese camión, y que acumulan durante el día la electricidad solar en los desiertos australianos, para cubrir la demanda urbana nocturna.

Aunque al litio se lo llame «oro blanco», lo anterior marca una diferencia conceptual con los hidrocarburos o el uranio: este metaloide de suyo no tiene energía potencial, pero hay que ver lo bien que la almacena. Sin litio, el «factor de penetración» en el consumo eléctrico mundial de las fuentes energéticas limpias pero intermitentes, como el sol y el viento, tendría un techo bajísimo, del orden del 15%, de acuerdo a estimaciones de 2007 de la Asociación Argentina de Energía Eólica. Con acumuladores eléctricos de litio, el límite un tanto estrambótico que se fijó Alemania (llegar al 80% de electricidad libre de carbono en 2050) no es fácil. Pero tampoco es imposible.

Hasta hace poco, se hablaba de constituir una «OPEP del litio» entre Bolivia, Chile y Argentina, pero es difícil: los dos mayores consumidores mundiales (China y EEUU) son también productores, y a diferencia de los hidrocarburos, el litio tiene otros metaloides «de repuesto» en la tabla de los elementos químicos. El calcio y el magnesio, sin ir más lejos. Pero la dificultad mayor, que no trataron siquiera de remontar los gobiernos de Argentina, Bolivia y Chile desde hace décadas, fueron leyes de minería muy parecidas (y concesivas) preexistentes en los tres países, casi traducidas de algún original común en inglés.

Darlas vuelta era una batalla legislativa sin triunfo asegurado, que garantizaba parvas de juicios de mineras ya establecidas, y ante tribunales extranjeros. Cobrar retenciones a la exportación, en cambio, era plata en mano, aunque nadie trató siquiera de medirla en dólares contra el dumping ambiental y social, o la girada afuera por importación de baterías.

En esta situación, el litio sudamericano, sin calificar plenamente de «recurso estratégico», parece encaminarse a ser una nueva «maldición del recurso», como lo es hoy el petróleo para Nigeria o lo fue el estaño para Bolivia. El valor agregado se da afuera del país exportador, que se queda con un impacto ambiental permanente, y tendales de desocupados toda vez que recibe un palo el precio del «commodity». Éste se determina en las bolsas de valores de Shanghaii y New York.

La Argentina se descapitaliza dejando que se exporte su litio sin más proceso que los extractivos. Vender carbonato de litio es mucho peor, como negocio, que exportar soja, por compararlo con otra actividad primaria local. Y eso por varios motivos: El recurso no es renovable. En tres décadas de extracción este país, que fabrica autos y satélites (y fabricaba aviones) no generó una marca propia de baterías o una patente de aleaciones. El consumo hídrico de esta minería en salares altos, desérticos y sin agua es enorme y no deja nada para los cultivos y cría de subsistencia de las comunidades locales. Y la diferencia de valor entre insumo y producto final es desmesurada.

En números. La tonelada de litio oscila alrededor de los U$ 6000 dólares, y la tonelada de baterías, U$ 7,5 millones: el supuesto «oro blanco» es apenas el 0,08% del valor de las pilas, que los argentinos importamos en su totalidad. No es una rampa, es un acantilado de tecnología patentada y empleo calificado. Es mucho más abrupta que la que diferencia, por ejemplo, entre el mineral de cobre y el de hierro, y los motores eléctricos con carcasa de acero y cableado de cobre.

En los autos eléctricos o híbridos que ya empiezan a venderse en Argentina, tanto las baterías como los motores son 100% importados. Eso en un país que tiene aproximadamente el 30% del «litio fácil» del planeta, y que es uno de los 25 en el mundo con industria automotriz. No hay peligro de que nos quedemos sin litio: vuelve como baterías. Un reciclador, ahí.

La empresa Y-TEC, un «joint venture» de YPF y el Ministerio de Ciencias, y también la Universidad Nacional de Córdoba son dos repositorios nacionales de ciencia de materiales listos para fabricar baterías. Con la Ley de Minería de los ’90, vinieron mineras por decenas. Pero en las tres últimas décadas, cuando el litio argentino empezó a exportarse, jamás aparecieron capitales nacionales para hacer una marca de pila, batería o acumulador argentino y sustituir no importaciones sino EXPORTACIONES, que es lo que define un perfil de país.