Los Tratados de Libre Comercio o TLCs suelen ser ilegibles por estar redactados en una jerga diplomática más abrumadora que la de los abogados, amén de ser larguísimos y abundantes en “letra chica”, el escondite de lo letal en cualquier contrato. Pero en América del Sur los TLC son ilegibles por secreto diplomático. En la región, los ciudadanos de a pie están autorizados sólo a cumplir los TLC, no a leerlos. Es lo primero a decir sobre este TLC en particular, el que quiere vincular en términos casi maritales las economías de los 22 países de la Unión Europea (UE) y los 5 socios y 5 asociados del Mercosur.
Un TLC suele apoyarse en el consenso de un grupo de cancillerías, formadas en general por funcionarios de carrera bien pagos, sumamente estables y a salvo de la economía real, un poco como los jueces en Argentina. No son personas que paguen consecuencias por lo que suscriben, pero ponen la firma en nombre de todos sus ciudadanos. En este caso, de Ud., compatriota industrial. En AGENDAR creemos que no debe darles su autorización.
Personas importantes, como los presidentes de cámaras de comercio o industria, logran hacer leer los TLCs a sus abogados y economistas. La información es poder, y éste da acceso a la información. En el caso de las planas mayores de la Unión Industrial Argentina (UIA) o de la FAPESP, la central de los poderosos industriales de Sao Paulo, hay que decir que parecen nerviosas con este TLC en particular. Hay premios para algunos y castigos para muchos más.
El diario La Nación, muy pro-acuerdo, explica por qué en un reciente artículo: Quiénes ganan y quiénes pierden con un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea “En el primer grupo («los que ganan») se ubicarían, en principio, alimentos, carnes sin procesar, productos químicos y minerales; mientras que en el segundo («los que pierden») se encolumnarían bienes de capital, insumos para la producción (como plásticos), metales y metalmecánica y textiles, calzados y marroquinería. En una posición intermedia aparecerían la industria automotriz y servicios profesionales”. Lo principal queda dicho. En esos rubros se genera casi todo el empleo industrial formal argentino.
La UIA suele estar dirigida por agroindustriales, y este TLC en particular no parece premiarlos lo suficiente como para que enfrenten una rebelión de empresarios PyME, los que forman el 94% de la industria argentina. 100.000 toneladas de carne (y no 300.000 como se prometía) ¿valen otra fractura, rancho aparte y vereda de enfrente en la agitada historia de la central empresaria?
Para el caso, ¿no es mejor negociar caso por caso –sin TLCs ni otros megacontratos- con los chinos? Son un poco como los ingleses allá por los ’30: dañinos para nuestras PyMES, y peores que aquellos británicos porque las manufacturas chinas vienen de un “dumping” social del que preferimos abstenernos, por cuestiones de gobernabilidad. Agravado, además, porque en estos días entran sin gravámenes. Pero los chinos acaban de avisar que nos compran toda la carne que logremos venderles.
Como además no hemos firmado (aún) ningún TLC tóxico con China, no es imposible que los próximos gobiernos en la región, o los que sigan a los próximos, intenten resucitar las viejas aduanas del Mercosur. No será fácil. Tienen cómo castigarnos. Pero los chinos están tan sobrepoblados que no les queda territorio fértil: por ahora no nos ponen techo a los sudamericanos para casi nada que sea comestible. En cambio los europeos más que proteger, miman a sus 10 millones de “farmers”.
Con este TLC se juegan la vida los que se dedican a maquinaria industrial y agrícola, metalurgia, mecánica, electromecánica, y mucho más aún en textiles y calzados. Para el Ministro de Producción de la Argentina, Francisco Cabrera, tales industriales son llorones crónicos que deberían aceptar su suerte inevitable: ser barridos. Para la sociedad argentina, en cambio, han sido más bien los sobrevivientes darwinianos de varias mega-extinciones, esos inacabables, recurrentes experimentos de “libre comercio”.
Los industriales PyME argentinos son los que lograron que entre los ’40 y los ’70, sin otro capital social que la educación pública, nos volviéramos el país más industrial de América del Sur, y dueño de la fuerza de trabajo más calificada en la región. Tienen algunas cosas qué enseñar. Y como se demostró entre 2002 y 2011, aún sin acceso alguno a crédito blando y sin más protección que la de un dólar a precio lógico, nuestros industriales PyME son capaces de crecer con el resto del país y de sus regiones, en lugar de contra los mismos. Y también de exportar agresivamente. Y de crear producción de calidad y empleo digno. ¿Llorones?
Los argumentos a favor de este TLC son rarísimos. “Estamos comprando reglas de juego europeas”. Eso las hace buenas para los europeos, sin duda, ¿pero para los argentinos? “Las PyMES manufactureras tendrán que agruparse en ‘clusters’”. Sí, claro, cuando funcionan. ¿Y cuando no? ¿Y si no logran funcionar y antes los entierra un dumping de artículos con marca europea fabricados en Turquía? “Se abren oportunidades para exportar servicios financieros y legales”. Poco entusiasmo en las metalmecánicas de Ferreira, Córdoba Capital, o el cinturón textil de San Martín o en el sector calzado de La Matanza, provincia de Buenos Aires.
Y los argumentos siguen. “Tendremos acceso a un mercado rico de 500 millones de habitantes”. Por ahora, parece más bien que los 500 millones de europeos necesitan de nuestros 290 millones de sudacas, porque fuera de Alemania y sus BMWs, Audis y Mercedes, con China suelta por el mundo, hace rato que no le venden zapatos belgas o camisas españolas a casi nadie. “Nos lloverán capitales”. Eso suena desde que empezó la recesión. No existen inversores, ni en la Unión Europea ni en Mongolia, que vayan a poner plata en una recesión. “Hasta podrían venir firmas italianas a instalar sus fábricas de pastas aquí para vender el producto a Europa”. Cierra más defender lo nuestro y existente que lo ajeno e imaginario. Y mucho más si pensamos en patentes medicinales: las farmacológicas argentinas dominan obstinadamente el 60% del mercado interno desde hace décadas, y muchas exportan genéricos recombinantes. Con este TLC, pierden.
Por último, La Nación insiste en que la firma del TLC con Europa es inminente. La cancillería brasileña, Itamaraty, dice lo mismo. Desde 2014. El ALCA también fue inminente entre 2001 y 2004. Hoy no lo quiere ni Donald Trump.