La del título no es una pregunta nueva. Pero la reciente visita de Jin Liqun, el Presidente del Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB), a quien la periodista Silvia Naishtat entrevista aquí la refresca.
Porque Argentina, Chile, Venezuela, Bolivia, Perú y Ecuador están en proceso para convertirse en miembros del banco, lo que les facilitaría financiamiento barato para los emprendimientos en infraestructura que también interesen a China.
Pero este no es un tema de la coyuntura: Desde el comienzo de este siglo XXI, las relaciones comerciales con la República Popular han sido muy convenientes para nuestro país – y también para China, naturalmente. La profundización que está en marcha puede beneficiarnos aún más: un mercado gigantesco, en crecimiento previsible, para nuestras exportaciones agropecuarias y mineras – que son las que nos dan recursos para políticas sociales y educativas-, más una fuente alternativa de financiación y de inversiones. En especial en transportes, una infraestructura vital para un país moderno, que Argentina necesita mejorar. Por supuesto, el futuro siempre es incierto, pero no existe fuera del continente suramericano otro vínculo estratégico que reúna ventajas actuales y potenciales como éste.
Para la otra parte, China, también hay una conveniencia estratégica: podemos ser – ya somos – un proveedor confiable, sólo comparable a Brasil. Los países africanos son inestables, sus técnicas agrarias y extractivas todavía son rudimentarias, y sujetas a turbulencias políticas; y el otro gran productor de alimentos, EE.UU.,… bueno, la amenaza de una guerra comercial, se concrete o no, es un riesgo evidente.
El punto es que algo parecido podría haberse dicho, sin variar una coma en relación a nosotros, sobre nuestras relaciones comerciales con Inglaterra hace 150 años, en 1868, por ejemplo. Y las halagüeñas promesas que se hicieron los gobernantes en ese tiempo resultaron reales. Los resultados del comercio con el Reino Unido, además de beneficiar a los propietarios de las tierras, permitieron crear un Estado moderno, un ejército profesional, una escolarización primaria (la ley 1420) y una salud pública del Primer Mundo… de esa época.
Al mismo tiempo, el consenso de muchos pensadores argentinos, que comparto, es que el vínculo asimétrico con Inglaterra distorsionó el desarrollo nacional, y creó una red de intereses y de dependencia muy fuertes. Cuando el mundo cambió – y siempre cambia – Argentina encontró muy difícil elaborar un nuevo camino de desarrollo y, sobre todo, la cohesión nacional para emprenderlo con éxito. Si todavía hoy, la nostalgia de esa “Arabia Saudita de las vacas y el trigo” que fue la Argentina de 1910 – que nadie vivo hoy conoció – perdura en la imaginación de muchos argentinos y les impide apreciar con realismo las probabilidades y los riesgos del presente.
¿Puede volver a suceder? Creo que la pregunta es válida. En 2018 se cumplen diez años del establecimiento de la Asociación Estratégica entre China y Argentina. En ese marco, la República Popular ya es el segundo socio comercial de la Argentina (y el principal del primero nuestro, Brasil). Su presencia, que se afirma a través de sus empresas, es cada vez más importantes. Están en casi todos los sectores claves: con Nidera y Noble en la exportación de granos, con PAE y Oxxy en el petróleo, en el sector financiero con los bancos ICBC y HSBC, …
Además de empresas chinas, residen en Argentina unos cien mil ciudadanos de ese país. El comercio bilateral ha crecido mucho y también cambiado de composición. Si antes se importaban productos de consumo, desde textiles a juguetes, hoy el grueso de lo que se trae son piezas para el armado de electrónicos, autos y motos, además de maquinaria.
En resumen: todo esto es parte de un proceso de décadas, en el que la Argentina está embarcada, así como el resto de la América del Sur. Un proceso inevitable y potencialmente beneficioso. La cuestión vital para nosotros los argentinos, entonces, será determinar cómo encauzarlo, y defender mejor nuestros intereses.
Abel B. Fernández