Este no es un pronóstico de la futura evolución del tipo de cambio, ni tampoco un análisis en profundidad de la situación económica actual. Ni la teoría económica ni la astrología son temas habituales de AgendAR. Además, todo lo que se escribe -y ya ha sido mucho- queda entre paréntesis hasta el martes 8, el próximo vencimiento de una porción considerable de las LEBACs.
Pero lo que va a pasar con el tipo de cambio es una preocupación legítima de todos los que están vinculados a las actividades productivas en nuestro país. Entonces, nos sentimos obligados a repasar con ustedes algunos conceptos básicos sobre el tema, para ayudarnos a tomar decisiones prudentes. Y, tal vez, contribuir -aunque sea en muy pequeña medida- a que los argentinos dejemos de tropezar siempre con la misma piedra.
Un hecho fundamental es que Argentina tiene una economía bimonetaria, en la que el dólar cumple la función de reserva de valor. Esto se debe a la memoria y los hábitos formados en muchas décadas de inflación alta, de desvalorización del peso. Entonces, aunque la moneda estadounidense también pierde valor con el tiempo -un dólar hoy «vale» menos de la mitad de uno de 1960- es un proceso mucho más lento que el que sufrimos nosotros. Para los que una parte importante de su patrimonio es en efectivo -en su mayoría, son los que no tienen un patrimonio grande- y también para los que prefieren no declararlo, ahorrar en dólares es una decisión razonable. Como todas las conductas humanas, ésta puede ser modificada. Pero se necesita un tiempo largo, de décadas, en el que se mantengan políticas coherentes, sin sobresaltos. No ha sido lo habitual en nuestro país.
Otro factor, que no está directamente vinculado con el anterior, pero que es igualmente decisivo para establecer el papel clave que tiene el dólar en nuestra economía, es uno que ya hace décadas señaló Marcelo Diamand, entre otros economistas: nuestra industria necesita para sus importaciones más divisas que las que producen sus exportaciones con el tipo de cambio que ha regido por la mayor parte de los últimos 30 años.
Eso es lo que se ha dado en llamar “la restricción externa”. Es lo que nos inclina a enfatizar en nuestras publicaciones la necesidad de un tipo de cambio que no haga difícil exportar y, sobre todo, no haga demasiado fácil las importaciones suntuarias y el turismo en el exterior. Por supuesto, es debatible cuál sería el tipo de cambio adecuado y cómo se consigue. Pero si el valor del dólar se usa como ancla antiinflacionaria, como sucedió durante la Convertibilidad y se corre el riesgo que pase ahora… es seguro que ese valor no será el adecuado.
De todos modos, ese no es el único problema, ni, debemos decir, el más urgente que enfrenta la actual (multi) conducción económica. Hay otros:
- Aparecen síntomas de una… renuencia de los inversores externos a seguir prestando las decenas de miles de millones de dólares que por año necesitaría Argentina para equilibrar su balance de pagos -el moderado aumento de la tasa de interés en EE.UU. no ayuda-;
- La baja previsible en la recaudación fiscal -la sequía, la autorización a demorar indefinidamente la liquidación de divisas, y la visible recesión en algunos sectores ayudan menos-;
- Y, sobre todo, la burbuja que se ha creado con las LEBACs y otros valores a cortísimo plazo que exigen tasas muy altas para no pasarse al dólar… Esa burbuja aumenta todas las semanas; y alimenta el nerviosismo en la plaza todos los martes.
De todos modos, hacer «catastrofismo» es tan irresponsable como pretender que no hay problemas serios. Sobre el tema específico del tipo de cambio, en particular, lo que puede decirse con responsabilidad lo dijimos el mismo 26 de abril: “En resumen: no hay una situación previsible inmediata que obligue a una devaluación. Pero toda la experiencia de las pulseadas entre Bancos Centrales y los especuladores, aquí y en el extranjero, hace pensar que el actual no es un equilibrio sustentable“.
Abel B. Fernández