Un nuevo negocio argentino ya provoca debates ecológicos

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Las jaulas salmoneras ocupan aproximadamente una cancha de fútbol y un edificio de cinco pisos en profundidad. ¿Pueden llegar a proliferar en Argentina?

Un acuerdo de cooperación firmado entre el Ministerio de Agroindustria argentino y Noruega para estudiar la factibilidad de desarrollar la cría industrial de peces en jaulas oceánicas o en piletones indoors ya generó una fuerte disputa ambiental.

Según fuentes de la subsecretaría de Pesca, la especie elegida para este desarrollo acuícola sería el salmón chinook (Oncorhynchus tshawytscha), una especie migratoria con ciclos de vida fluvial-marina-fluvial propia de los ríos de Siberia, Alaska, la Columbia Británica y el Pacifico Norte. El chinook salvaje logra vivir más de 8 años, y llega a tallas colosales: el mayor jamás pescado pesaba arriba de 44 kg. Por sus aguas frías, las zonas lógicas para instalar emprendimientos «de cultivo» serían el Canal de Beagle y el litoral santacruceño del mar argentino.

Pero el acuerdo ya es rechazado por sectores ambientalistas que cuestionan que el salmón es una especie exótica y que su producción es contaminante. Como exótica, no lo es desde que en 1933 una primitiva producción en la boca del río Santa Cruz, sobre el Atlántico, libró animales que decenas de generaciones después, vueltos a la vida silvestre, llegan hasta 1000 km. tierra adentro hasta los arroyos y lagos glaciarios santacruceños en su ciclo final de vida, para el desove de los adultos, previo a la muerte. Estas hazañas de navegación contracorriente y escalando cascadas son típicas del chinook: en el río Columbia han llegado hasta 3600 km. tierra adentro, y en ese camino, escalado hasta 2100 metros sobre el nivel del mar.

Como conquistadores voraces, los enormes chinook argentinizados han «limpiado» la cuenca del Santa Cruz de sus peces originales, en especial los puyenes. En revancha, dieron lugar a una industria de pesca deportiva en la que no es infrecuente que un visitante estadounidense o chino pague entre U$ 500 y 1000 dólares «por apertura de tranquera». Con peces que dan batalla antes de sucumbir y pueden pesar 10 kg., los visitantes consideran que el gasto valió la pena.

El «turismo receptivo salmonero» se ha generalizado también en las estancias lindantes con ríos y arroyos de Tierra del Fuego. Allí los salmones entraron como colonizadores «por iniciativa propia» desde Santa Cruz, pero también porque se escapan de los jaulones sobre el canal del Beagle, donde se los cultiva desde los años ’90.

Como no hay vuelta atrás en este proceso, como no somos puyenes y dado que estamos a favor del turismo receptivo como industria, en AgendAR no vemos la pesca de salmones salvajes como un problema.

Otra consideración merecen los animales de cría. Al cultivarse en jaulones marinos, estos peces tan migratorios suelen enfermarse y el hacinamiento facilita el contagio, de modo que «el cultivo» de salmones normalmente necesita de vacunas y a veces antibióticos. La alimentación, que debe tener hasta un 55% y un 22% de proteína y ácidos grasos, a su vez es causa frecuente de sobrepesca de especies salvajes de poco valor de mercado. Según sus expertos, la concentración de heces y los pellets con antibióticos, cuyos desechos se asientan en el lecho marino, y que otras especies como crustáceos pueden ingerir, constituyen una amenaza para la sustentabilidad de los ecosistemas autóctonos marinos.

Este debate ya se desarrolla en Chile, donde la salmonicultura está extendida desde hace ya muchos años. Allí los ambientalistas señalan que el resultado de estas explotaciones es la proliferación de algas tóxicas emparentadas con la marea roja que afecta a otras industrias extractivas. La causa de las mareas rojas es que tanto los «pellets» de alimento balanceado como los desechos de los salmones introducen grandes cantidades de materia orgánica en las aguas de los fiordos chilenos, que hasta los años ’80 eran prístinas.

Y esto divide aguas de modo social: si bien las empresa salmoneras suelen ser grupos concentrados chilenos o firmas multinacionales, el pueblo de las regiones magallánicas es naturalmente «marisquero», cosecha moluscos bivalbos para su dieta diaria, pero también desarrolló PyMES enlatadoras y exportadoras. El problema es que los bivalbos, con las mareas rojas, absorben toxinas en el mejor de los casos diarreicas, y en el peor de los casos, paralizantes.

Pese a este conflicto, el nicho salmonero chileno es pujante: existen unas 400 empresas salmoneras, y este pescado ya es el segundo producto de exportación después del cobre. Anualmente se envían al exterior 830 mil toneladas anuales de salmón a mercados como EE:UU, Japón, Brasil, Rusia, Europa y China.

Es improbable que la Argentina logre ser un exportador del calibre de Chile: fuera del Canal del Beagle, la costa argentina de la Patagonia prácticamente carece de fiordos abrigados del viento y del oleaje terrible que caracteriza nuestro litoral austral. El abrigo contra viento y oleaje en los fiordos chilenos (al igual que en los neocelandeses, o los escoceses y noruegos) garantiza la integridad estructural de los jaulones. Por motivos tan inmanejables como la geografía, el salmón chinook aquí parece destinado a dejar menos utilidades, pero también menos problemas.

Activistas de Greenpeace llegaron en zodiacs hasta las jaulas salmoneras de Cermaq en Skyrin, perteneciente a la multinacional Mitsubishi, donde desplegaron bajo el agua un cartel con el mensaje: “Esto es lo que esconden las empresas salmoneras”, haciendo referencia a las gigantes concesiones de esta industria cuyas jaulas ocupan aproximadamente una cancha de fútbol y un edificio de cinco pisos en profundidad.
VIAClarin