Una firma coreana desembarca en el negocio del litio en Argentina

La Cepal destacó la posición clave en la explotación del litio que tiene el llamado “triángulo del litio”, conformado por la Argentina, Bolivia y Chile,
La Cepal destacó la posición clave en la explotación del litio que tiene el llamado “triángulo del litio”, conformado por la Argentina, Bolivia y Chile.

El mapa del negocio del litio en Argentina no para de agitarse y nuevas compañías están buscando su posición en un mercado que, a nivel mundial, está en alza: el grupo surcoreano Posco acaba de pagar US$ 280 millones al productor de litio Galaxy Resources por un yacimiento en la zona norte del Salar del Hombre Muerto.

En cuanto a Galaxy, no deja del país sino que usará esta inyección de dinero para financiar el desarrollo de otro de sus proyectos, «Sal de Vida», de litio y potasio.

El litio es el más liviano de los metales y el de mayores capacidades de conducción y almacenamiento eléctrico. El de fácil extracción está repartido en un triángulo de salares y lagunas en los valles de altiplano de Bolivia, Chile y Argentina. La mayor parte de las pilas y baterías recargables del mundo, incluídas las que propulsan automóviles híbridos y puramente eléctricos, hoy por hoy se fabrican con materiales que salen del «Triángulo del Litio». Hay salares en otros países, de todos modos, pero no son comparables.

La vida de estas baterías es larga: las automotrices admiten recargas durante entre 8 y 10 años. La de las baterías estáticas, grandes como containers, que hoy se ven a pie de torre en algunas granjas eólicas o solares, aparentemente pueden durar hasta 20 años, pero son demasiado nuevas como para saberlo. Esas almacenan electricidad solar o eólica ya generada, esperando el pico de demanda de la red eléctrica para venderla al mejor precio en el mercado «spot».

Pese a la rampa vertiginosa de demanda del «oro blanco», como se ha llamado al litio, lejos de haber formado un cártel como la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo), que logró regular el precio mundial del crudo a favor de sus integrantes, los tres países dueños del «Triángulo del Litio» tienen cada cual su política.

La de Bolivia, la más restrictiva, es de reserva nacional del recurso, investigación y desarrollo en productos, y exportación únicamente con alto valor agregado local: este país exporta baterías, no sales de litio. Las mineras están obligadas a su fabricación local. Las retenciones son altas y financian el desarrollo de posibles futuras marcas locales con tecnologías mejoradas: las baterías de ion de litio todavía tienen potencias específicas relativamente bajas (menos de 300 Watts/hora/kg), y con la inclusión de nuevos materiales materiales como el grafeno, podrían aumentarlas a cifras por ahora sólo teorizables, pero además disminuir también su propensión al sobrecalentamiento y el incendio espontáneo.

Hay mucha tela para cortar en precio. Una batería común como la de arranque de su auto, de plomo-ácido, cuesta U$ 150 por kilovatio/hora. Una de propulsión «full-electric» costaba aún U$ 3000 por kilovatio/hora a principios de siglo, pero con gigantes como Tesla mejorando la tecnología, están llegando a U$ 190 por kilovatio/hora. En términos energético-económicos, ya la están pisando el poncho al viejo motor de combustión interna. Bolivia, sin gran tradición científico-técnica y exportadora primaria, con el litio está haciendo sus primeros pasos en formación de recursos humanos tecnológicos, y en la dirección de tener una economía del conocimiento.

Chile consideró correctamente que el litio debía ser catalogado como material estratégico, pero por motivos erróneos: en tiempos del gobierno del general Augusto Pinochet lo pensó como sustancia físil utilizable en bombas y reactores nucleares de fusión. Eso no ha sucedido, pero la nacionalización del recurso quedó firme, y le permite a Chile negociar con las mineras desde el estado nacional, evitar los altos impactos ambientales y obtener altas retenciones, como hace con el cobre desde la década del ’70. Desde esa posición de fuerza heredada y como dueña del recurso, Chile tiene diversas opciones. Pero no ha tratado en absoluto de consensuarlas con Bolivia o Argentina. Con Bolivia podría, pese a que ambos estados tienen demasiadas guerras y temas fronterizos pendientes en su pasado. Con Argentina, paradójicamente, le es imposible.

La Argentina, con un 30% del stock del Triángulo del Litio, es el único país donde los salares dejaron de pertenecer al estado nacional al mismo tiempo que en el mundo automotriz sucedía la primera revolución para «descarbonizar» el transporte, que fue la aparición de los automóviles híbridos, que con el liviano litio podían liberarse de los acumuladores de plomo y cadmio anteriores.

Con los salares en manos de provincias invariablemente pobres y sin capacidad de negociación, las multinacionales mineras gozan de un «laissez faire» absoluto sobre el recurso, lo exportan en forma de sales sin valor agregado local y pagan cánones locales muy bajos. El estado nacional es un testigo distraído. Más notable aún, la cesión de áreas a demasiadas compañías y el carácter líquido del recurso base (salmueras subsuperficiales), hace que las concesiones colindantes entren en frecuentes conflictos tratando de drenar la máxima cantidad de líquido posible en sus periferias, para agotar antes las existencias del vecino que las propias. Son usos y costumbres que se vieron en la industria petrolífera en sus épocas salvajes y poco reguladas, allá por los ’30. En los salares del NOA, las compras y pases de manos entre las mineras son constantes.

En la práctica, la Argentina no puede acordar políticas en común con Bolivia o Chile porque no tiene ninguna propia. El litio argentino ha generado un fiebre del «oro blanco», y también una suerte de atmósfera de negocios que parecen un «Far West» puneño. Con la diferencia de que las fiebres del oro del siglo XIX, en los EEUU, terminaron afianzando el poder del estado federal en áreas donde no llegaba y beneficiaron a la nación. Aquí ésta se retiró de escena.

VIAClarin