Javier Iguacel, designado al frente del Ministerio de Energía en reemplazo de Juan José Aranguren se desempeñó desde 2016 en Vialidad Nacional.
Es ingeniero petrolero y en sus redes se define como «admirador de Mandela». Egresado del Instituto Tecnológico de Buenos Aires, una de sus primeras tareas profesionales fue en YPF, empresa en la que esuvo desde 1997 a 1999, cuando renunció tras la privatización.
Su designación al frente del Ministerio de Energía -que transferirá la Secretaría de Minería a Producción-, resultó un tanto sorpresiva para el ámbito energético, aunque fuentes de Casa Rosada dejaron trascender anoche un detalle puntual que revela que la gestión será «de continuidad»: Iguacel mantendría los aumentos de tarifas previstos para 2018, en pos de mantener el nivel de reducción del déficit fiscal aplicado por el saliente Aranguren.
La tarea de Iguacel en Vialidad dejó una importante cantidad de rutas mejoradas y construídas pero su tarea transparentando licitaciones y obras tenía el aval del presidente Macri y de Marcos Peña
Pero no todas fueron rosas para el funcionario, que en diciembre de 2017 quedó en ojo de la tormenta por un insólito error en la obra de un puente ferroviario en Luján, que une la Autopista del Oeste con la Ruta Nacional Nº 5 , que debió ser reformado porque las formaciones del tren eran más anchas y no podían pasar. Ante el error, Iguacel se excusó con un largo mensaje en su cuenta en Twitter.
Otro escándalo se dio cuando Eduardo Plasencial, un ciudadano estadounidense que no poseía título de ingeniero, fue nombrado por Iguacel al frente de la gerencia de Planeamiento y Gestión de Infraestructura Vial. El hecho fue denunciado por la Asociación Gremial de Profesionales y Personal Superior de Vialidad Nacional. A esto se le sumó la presunta contratación de los servicios de la Escuela de Arte de la actriz Cecilia Maresca con el fin de mejorar la oratoria de Iguacel.
Tal vez el antecedente potencialmente más dañino de Iguacel en su nueva función en su momento pasó desaparecido, pero AgendAR lo registró: cuando fue privatizada la Dirección de Vialidad Nacional y sustituida por Corredores Viales SA, decidió el cierre de sus 5 escuelas técnicas de formación, que dejó a 300 docentes en la calle. O a la vera de la ruta, si se prefiere.
El problema de una decisión así no son únicamente los desocupados, o su función docente: son las rutas. Desde 1976, la rumbosa DNV de los tiempos de Frondizi fue tan eliminada de su tarea específica que hoy no despeina a nadie que la sustituya una SA habilitada para tercerizar obra sin licitaciones ni controles. Nadie puede sustituir su «know-how» propio en diseño y construcción de puentes, viaductos, terraplenes y sistemas de escurrimiento.
Desde 1976 en adelante, en ruinosa coincidencia con el cambio climático, las rutas se entregan a constructoras que, para bajar los precios en las licitaciones o aumentar su margen, disminuyen el número de «obras de arte», arcos, ductos y otras penetraciones para que el agua pase por gravedad de un lado de los terraplenes al otro. El resultado, como dicen en el Instituto Nacional del Agua (INA), es que desde 1976 las firmas viales se transformaron en los mayores constructores (involuntarios) de diques y represas del país.
El escaso tamaño de los vanos del viaducto Rosario-Santa Fé y la altura insuficiente del terraplén Yrigoyen determinaron la «inundación relámpago» de Santa Fe Capital en 2003, hecho que mató a 21 o 161 personas según quién y cómo lleven las cuentas. Si en lugar de vidas perdidas hablamos de cosechas anegadas o ganado ahogado, no hay cómo llegar a una cifra de las pérdidas ocasionadas por las rutas mal hechas.
Si existe un ministerio en la Argentina cuya acción pueda tener un gran impacto ambiental y humano, Energía va a la cabeza, con Agroindustria en un 2do lugar distante. Iguacel va a necesitar más técnicos e ingenieros (preferentemente, con título) y no mucha oratoria, si quiere hacer bien su trabajo.