Luego de 28 años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) actualizó la Clasificación Internacional de Enfermedades (IDC, por sus siglas en inglés) y uno de los cambios más llamativos en ese listado de patologías fue la inclusión de la adicción a los videojuegos como un nuevo trastorno mental.
Según el apartado sobre el tema en el IDC-11, este mal se caracteriza por un «comportamiento de juego persistente o recurrente que se realiza principalmente por Internet”.
Y se evidencia en tres conductas características:
- Los juegos pasan a tener prioridad sobre otros intereses de la vida y actividades diarias;
- La conducta se mantiene pese a que empieza a traer consecuencias negativas para la persona.
- Perder el control sobre la frecuencia, la intensidad y la duración de la actividad;
«Incluimos el desorden de jugar de forma adictiva tras analizar las pocas evidencias que tenemos y tras escuchar a un Comité Científico que sugirió incluirlo como una enfermedad que puede y debe ser tratada», explicó el director del departamento de Salud Mental y Abuso de Substancias de la OMS, Shekhar Saxena.
¿Qué tan grave puede llegar a ser la patología? Las profesionales enumeran situaciones diversas, desde chicos que no quieren dejar de jugar para ir a cenar y los padres deben acercarles el plato a la computadora, hasta otros que ya no pueden ir a la escuela y deben buscarles un régimen especial de escolarización paralelo al tratamiento.
También mencionan casos de pacientes que no pueden separarse de los personajes de ficción y llegan a dañarse a ellos mismos. Personas que, al limitarles el tiempo de juego, se ponen violentas y llegan a pegar o a lastimarse. Vieron además chicos de 4 años que juegan en el celular todo el día y cuyos padres toman eso como muestra de inteligencia.
«Tiene los parámetros de cualquier otra adicción. En este caso, es comportamental, como la ludopatía. Es una forma de escapar de un problema. En vez de enfrentarlo, se huye con un comportamiento compulsivo que muchas veces empieza a tener efectos perjudiciales en la vida cotidiana, en el trabajo, la escuela, con problemas de concentración y falta de atención. Impacta en el sueño y también en las relaciones sociales o familiares”, señala Laura Jurkowski, psicóloga y directora de Reconectarse, centro especializado en adicciones a Internet.