Las centrales de biogás ganadoras en los planes Renovar no llegan al 2% de la potencia adjudicada total, según informa el portal Energía Estratégica. Deplorable, porque es plata que el campo argentino (y el país todo) podría estar descontándole a lo que se llevan las petroleras. Esto se desprende de la lectura que hacemos en AgendAR de un informe de Jorge Hilbert, investigador del Instituto de Ingeniería Rural del INTA Castelar y especialista en Bioenergía. Ya habíamos tocado este tema el 31 de marzo pasado, cuando informamos de la “Conferencia 2018 del Consorcio Italiano de Biogas”.
Dice Héctor Huergo, espada de Clarín y máximo defensor del modelo agrícola actual, que la principal producción del campo argentino es el pasto. No macanea. A añadir: el pasto puede iluminar ciudades agropecuarias, y son muchas.
Efectivamente, la cría semiintensiva e intensiva de animales (núcleo del modelo pecuario actual) es el modo de transformar pasto en proteína (buenas noticias para los consumidores). Pero poniendo tecnología bastante elemental en el asunto, los subproductos contaminantes se vuelven “compost” y biogás en biodigestores (buenas noticias para ríos y acuíferos, malas para los importadores de fertilizantes nitrogenados y, sobre todo, de GNL, gas natural licuado. Porque el biogás se vuelve electricidad.
Vamos a las cifras de Hilbert. Estamos hablando de U$ 2300 millones/año de metano producibles por casi cualquier productor pecuario argentino mediano. La cifra equivale, según Hilbert, al 28% del déficit comercial argentino, aunque expertos nada opositores (Jorge Lapeña, exsecretario de Energía de Raúl Alfonsín) hablan del 39%.
Ese déficit crece en la medida en que el “cartel de Vaca Muerta” perfecciona el negocio de producir menos y cobrar más. Mientas las petroleras decidan quiénes ganan los planes RenovAR, el biogás no se va a desarrollar salvo como rareza semi-hippie. Pero si los agarra el campo, que vive transfiriéndole ganancias a las petroleras, sería otro cantar. Vaca viva mata a Vaca Muerta. El recurso pasto es renovable, es decir potencialmente infinito.
A continuación, citamos fragmentos de un reportaje al ingeniero Hilbert aparecido en Infotechnology.
“Para el caso particular de la Argentina, analizamos los principales cultivos, su superficie y concluimos que tenemos un área de tierra disponible para cultivos de cobertura de varias especies de más de nueve millones de hectáreas».
«El país tiene un potencial de producción de 14,40 billones de metros cúbicos de biometano, de los cuales 10,53 corresponden a cultivos secuenciales, 2,84 a residuos agrícolas, 0,86 a efluentes del ganado y 0,14 a subproductos agroindustriales”.
Hilbert dijo que aunque la tecnología aquí es incipiente, ya hay 100 plantas chicas de biogás, y además, en la última licitación del Plan Renovar se presentaron 36 nuevos proyectos en el área agrícola y agroindustrial, con una potencia de 75 megavatios.
El mercado mundial de biometano se disparó pese a la guerra comercial y la recesión: en 2017 marcó U$ 1.485 millones, y si continúa creciendo al 6,7% como ahora, estará en U$ 2.624 millones para 2025. Eso dice la consultora Transparency Market Research. Pero no es un negocio de exportación de commodities, sino de conocimiento.
No hay que importar biogas, teniendo un país con suficientes llanuras verdes. Lo autoproduce. El metano geológico, en cambio, es importable por ducto desde Bolivia o como GNL desde los Emiratos. En términos de balanza comercial, eso nos está matando. Hilbert dice que en un 28%, Lapeña que en un 40%. Se aceptan opiniones.
El metano geológico también es exportable, y no para nuestro bien. Eso ya nos mató en los ’90, cuando nos creíamos un emirato y vaciamos Loma de la Lata en 20 años en lugar de en 60, su duración estimada en tiempos de Raúl Alfonsín. Se despresurizó rapidísimo, en parte para venderle gas a Chile a precio vil: a U$ 2 el millón de BTU, para ser vendido a U$ 18 a las empresas eléctricas chilenas.
Se puede defender lo hecho con el argumento de que exportar gas es generar trabajo. Por supuesto que sí. En el punto de llegada.
En el modelo energético vigente, Vaca Muerta podría durar mucho menos que Loma de la Lata. Es que hoy las petroleras de “downstream” ganan plata tanto si importan como si exportan. Pero eso sí, dejarán un pasivo ambiental y social mucho mayor.
El metano geológico obtenido por “fracking”, el recurso fundamental de Vaca Muerta, contamina 100 veces más volumen de agua que los viejos pozos convencionales, como los de Loma de la Lata. Y son efímeros en comparación con los yacimientos convencionales: los campos de fracking más antiguos, en Texas y contiguos a la frontera con México, suelen agotarse en 20 años.
El biometano, en cambio, es una producción doméstica por definición. Queda en el mercado interno. Se consume “in situ” para generar electricidad o calor, y los excedentes se venden a la red eléctrica. Difícilmente necesite de gasoductos millonarios, o de una red de distribución. El único recurso importado, por ahora, son las turbinas.
El frigorífico Friar –propiedad del Grupo Vincentin- estará poniendo en línea dos plantas en agosto de 2018. La inversión va “en vaquita” –en todo sentido- con el grupo italiano Ergon. Son US$ 10 millones, parte del programa Renovar 2.0, según El Cronista. El biometano que produzcan los digestores, quemado en turbina, inyectará 2 MW/h anuales en la red, a descontar de la factura, o a cobrarle a CAMMESA. Es el consumo eléctrico doméstico de 2500 argentinos de clase media.
“Además de una mejora en el impacto ambiental, se generarán mejoras en el corral que impactarán en el negocio del feedlot, como posibilitar un engorde más rápido”, afirmó oportunamente Nicolás Di Nápoli, gerente general de Ergon.
Las “mejoras en el corral” son serias. En el feedlot típico argentino, las vacas viven pisoteando el barro de sus propias deyecciones, lo cual las estresa, las enferma, aumenta su consumo de antibióticos, y les baja el crecimiento. Es que no pueden hacer lo que hace una vaca satisfecha y tranquila: echarse.
En un feedlot más tecnológico, diseñado para extraer la orina y la bosta y volverla biogás, la calidad de vida del animal sube y con ésta, su peso. Los acuíferos y arroyos cercanos, agradecidos: sin sobrecarga de nitrógeno y fósforo de las deyecciones, es más difícil que se llenen de bacterias patógenas. A su vez la carne con menos trazas de antibióticos pasa con menos problemas las barreras sanitarias. Y las de China, futuro gran consumidor de carne argentina, en algún momento se volverán severas.
Todo lo anterior se puede extrapolar a otras dos producciones mucho más intensivas que el feedlot: la porcina y la avícola. Cada granja de cría de cierto porte es una usina eléctrica en potencia.
De las cuatro licitaciones llevadas a cabo, 4.467,5 MW de potencia fueron adjudicados en total, pero solo 78,32 MW corresponden a biogás y biogás de relleno sanitario, lo que significa un 1,75% del total.
Si retomamos la frase favorita de Héctor Huergo (o la que preferimos en AgendAR), si el pasto es la principal producción argentina, deberíamos aprovechar que somos una subpotencia en biotecnología, y estar haciendo investigación y desarrollo de enzimas industriales para transformar celulosa directamente en metano, etanol u otros biocombustibles líquidos, el inalcanzado Santo Grial de la «energía verde» en el mundo. Eso permitiría tres cosas: aprovechar la biomasa incomible incluso para rumiantes, desacoplar el campo del petróleo, y cobrar por patentes energéticas argentinas. Es más interesante que pagar por patentes ajenas. Un Ministro de Ciencia ahí, por favor. Y otro de Agroindustria.
Renovar es deuda a futuro, y estamos gastando mal esa plata que nos prestan en forma de «fierros» y tecnología ajena. Lo dicho: Renovar debe ser asunto no sólo de petroleros sino de los productores agropecuarios.
Daniel E. Arias