La Antártida es un continente sin gobierno. Tiene una oficina de 10 personas en Buenos Aires que dice ´Secretaria del Tratado Antártico´. Coordina que las cosas funcionen entre las 53 naciones interesadas en la Antártida.
Se trata de un continente del doble de tamaño de Australia. Contiene enormes recursos naturales sin explotar. Es el único continente donde las personas trabajan conjuntamente por la paz y la ciencia, dice Jane Francis, directora del British Antarctic Survey, quien asistió a la Reunión Anual del Tratado Antártico en Buenos Aires.
En la reunión que se hizo en el mes de mayo en la capital argentina se pudieron apreciar algunas divisiones. Hay una cifra cada vez mayor de problemas que el Sistema del Tratado Antártico, que ha mantenido el orden en el continente durante casi seis décadas, no puede solucionar. Desde el cambio climático hasta la pesca, los nuevos desafíos geopolíticos que enfrenta la Antártida son cada vez son más difíciles de solucionar para un grupo que se basa en el consenso.
Una de las cosas que necesita este tratado es un nuevo tipo de visión, dice Klasus Dodds, profesor de geopolítica de la Royal Holloway University de Londres: «uno en el que las partes sean explícitas sobre lo que están intentando hacer».
La reunión de Buenos Aires fue típica: produjo una serie de acuerdos sobre cuestiones relativamente intrascendentes, como nuevas regulaciones para el uso de drones, y directrices para sitios patrimoniales (como la cabaña construida por Ernest Shackleton y su equipo hace más de 100 años).
Pero los problemas más escabrosos por ejemplo, qué sucede cuando los países violan las normas del tratado casi nunca se abordan. A científicos y diplomáticos les preocupa cada vez más que el sistema existente no pueda manejar las nuevas presiones.
Lo que está en juego es el último continente virgen, el cual contiene la mayor reserva mundial de agua dulce, grandes reservas potenciales de petróleo y gas y la clave para comprender cuán rápidamente el cambio climático afectará el mundo mediante el aumento del nivel del mar.
Lo que estamos viendo en este momento es como un letargo entre las partes del tratado para tomar las medidas necesarias, dice Daniela Liggett, profesora de geografía de la Universidad de Canterbury de Nueva Zelanda. El último gran protocolo vinculante en el sistema de tratados entró en vigor hace 20 años, agrega. Cualquier nuevo protocolo debe ser aprobado por consenso, por lo que incluso un país que discrepa tiene efectivamente poder de veto.
Las mayores áreas de tensión son aquéllas que afectan los crecientes intereses económicos y estratégicos en la Antártida, como el turismo y la pesca (la minería está prohibida). Los signatarios del tratado, que data de 1959, acordaron dejar de lado sus reclamos territoriales y utilizar el continente solamente con fines pacíficos.
Sin embargo, el creciente número de signatarios ha hecho que el sistema sea difícil de manejar: En 1980, sólo 13 países tenían un estatus “consultivo” que les permitía tomar decisiones importantes en asuntos del tratado. Ese número ha aumentado a 29, lo cual representa un grupo diverso que va desde Finlandia hasta Perú, India y Bélgica. Mientras tanto, el número de estaciones de investigación científica permanentes en la isla, un indicador de la actividad, ha aumentado a más de 75. En particular, China ha construido bastantes nuevas estaciones de investigación desde que se unió al tratado en 1983, y las aprobaciones ambientales para su última y quinta base han causado división entre los miembros del tratado.
“Los recursos siempre han sido el gran detonante” dice el profesor Dodds. “Una vez que las cosas se ponen más explicitas sobre la explotación de los recursos, surge el problema preocupante de a quién le pertenece la Antártida. Ése es el problema que atormenta al sistema de tratado en general”.
Esa ansiedad está creciendo conjuntamente con la importancia de la Antártida. El continente está cubierto por una capa de hielo de hasta una milla de espesor y representa una ventana que muestra cómo está cambiando el planeta. Las temperaturas en algunas partes de la Antártida están aumentando mucho más rápidamente que el promedio mundial, y el ritmo de deshielo de los glaciares allí ayudará a determinar cuán rápidamente subirán los niveles del mar en el futuro.