La Secretaría de Alimentos y Bioeconomía, dependiente del Ministerio de Agroindustria de la Nación, autorizó a la firma Tecnoplant SA a vender la semilla de una papa recombinada para resistir el virus PVY, así como los productos y subproductos derivados de aquella. En carpetas, la presentación de la empresa de biotecnología se llama «evento TIC-AR233-5″. Dado que se trata de un desarrollo nacional de una empresa criolla y a la luz de las renuencias de Agroindustria a dar «luz verde» a especies recombinantes argentinas, ésta es una noticia sorprendente y bienvenida por partida triple.
El virus PVY es endémico en Balcarce, Mar del Plata, Miramar y demás zonas de cultivo tradicional. En no pocas ocasiones, logró ocasionar pérdidas de hasta el 70% de la cosecha. Como noticia, tiene un cuarto valor agregado que la destaca: es buena para el productor local. Hay mlás: en la compra de Biosidus por fondos de inversión de los EEUU, firmada en otoño de este año, Tecnoplant parece haber quedado del lado argentino, es decir el grupo farmoquímico Sidus, propiedad de Marcelo Argüelles. Lo cual daría un quinto motivo para celebrar.
Tras un licenciamiento desesperantemente largo, la papa de Tecnoplant finalmente está «bien de papeles», amparada para uso a campo por la resolución 2018-65-APN-SAYBI de Agroindustria, publicada en el Boletín Oficial, y con la información complementaria necesaria para cumplir con todos los criterios técnicos establecidos en una resolución anterior del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA).
Tecnoplant fue fundada por la Dra. Bettina Panick a fines de los ’80 como firma dedicada a una tecnología entonces novedosa, la clonación de plantines cuyo «original» tenía características agronómicas perfectas. En 1992, Panick logró la hazaña de poder clonar Illex paraguaensis, es decir yerba mate, una especie que pese a siglos de cultivo seguía «genéticamente salvaje» (con un genoma muy variable). La yerba se había resistido una década entera a intentos de propagación clonal por los laboratorios de diversas empresas.
En 1993 y debido a este desarrollo, Tecnoplant fue adquirida por la empresa de biociencias Biosidus, entonces parte del grupo farmaquímico Sidus, que la especializó en la dirección de los cultivos transgénicos. El «pack tecnológico» de resistencia al virus «Y» de la papa parece haber sido, al menos originalmente, un desarrollo del sistema científico argentino: era el tema de los Dres. Alejandro Mentaberry y Alejandro Bravo Almonacid, investigadores de carrera del CONICET en el INGEBI, un instituto porteño dedicado a ingeniería genética que a fines de los ’90 estaba en tratativas con Biosidus. Mentaberry y Bravo Almonacid también tenían otro «pack» en desarrollo contra el virus PLRV, especie con un prontuario aún mayor entre los productores argentinos.
Si la información de AgendAR es correcta (y lo es), este proceso licenciatorio del PVY ha tomado casi dos décadas. Esto es una constante. El estado argentino genera los recursos humanos para que el país se vuelva una potencia en biociencias, empresas nacionales corajudas compran las patentes a su riesgo, y las autoridades regulatorias de la Nación se toman tiempos geológicos para autorizar las novedades, lo que genera pérdidas en toda la cadena que va desde los laboratorios hasta los productores. Tendencia que aparentemente ha seguido incólume a lo largo de muchos y muy distintos gobiernos nacionales.
Andrés Murchison, secretario de Alimentos y Bioeconomía, señaló: «El SENASA es el encargado de evaluar la toxicidad, alergias y que no se deterioren los atributos nutricionales del cultivo, este último eslabón era el que faltaba».
- Además dijo que se seguirá optimizando los procesos regulatorios de todo tipo de productos agrobiotecnológicos.
«Es probable que se concreten más liberaciones antes de fin de año y ojalá todos ellos sean motor de nuestra bioeconomía», destacó.
En este contexto, el funcionario informó que simultáneamente con la papa «hemos liberado un maíz de Monsanto que tiene una androesterilidad inducible (cuando se pulveriza con glifosato, en el momento específico de desarrollo de la planta, frena el avance del polen), y se controla mejor la genética para los semilleros».
Traducido a idioma de productores, esto significa que la Monsanto (que hace medio año no existe oficialmente, dado que fue comprada por Bayer) logrará -o tratará de lograr- que el hombre de campo argentino no pueda quedarse con semilla propia para resiembra, la popular «bolsa blanca». El funcionario añadió: «Tenemos en cartera un algodón modificado, otros maíces resistentes a herbicidas y una soja resistente a la sequía». No aclaró cuáles son las empresas propietarias de tales eventos. Murchison parece tener alguna dificultad para diferenciar cosas que pueden alegrar al productor criollo de otras que probablemente no tanto, y también firmas argentinas de multinacionales.
El Ministerior de Agroindustria parece estar respondiendo elípticamente a cuestionamientos de su lentitud y renuencia para licenciar eventos transgénicos nacionales que no hayan sido autorizados regulatoriamente en EEUU. El caso de libro es el genoma HB4 de Bioceres. Según AAPRESID, la poderosa Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa, el HB4 podría haber salvado 4,5 millones de toneladas de soja de la sequía del pasado verano. A la hora de ponerle costos a esta pérdida (y a la de trigo), Ignacio Crippa, de Indear, la empresa de I&D de Bioceres, dijo que el licenciamiento oportuno del HB4 en soja y trigo podría haber evitado pérdidas por casi 2000 millones de dólares entre ambos cultivos.
Pero por lo que informó el sábado 11 de agosto La Nación Campo, el Ministerio seguirá «pisando» la autorización para pasar a campo de un trigo con la misma modificación, con el original argumento de que sería el primer trigo resistente a sequía del mundo. Lo cual, aparentemente, es malo (?).
Sería la primera vez que un vocero regulatorio argentino confiesa de un modo explícito que el Ministerio prefiere no autorizar eventos transgénicos que no tengan un licenciamiento externo. En buen castellano: los generados por las multinacionales de biociencias. Entendemos que a los funcionarios argentinos nada los tranquiliza más que cubrirse las espaldas. Tienen preferencia por hacerlo con un dictamen regulatorio estadounidense que certifique que un trigo con algunos genes de girasol, como el HB4, no perjudica al medio ambiente ni se come a los chicos. Pero licenciar primero en EEUU es carísimo, y se supone que el Ministerio de Agroindustria es nacional, independiente y técnicamente competente. ¿En dónde deja su notoria timidez a los científicos, biotecnólogos, empresas y productores argentinos?
Con respecto al trigo transgénico HB4 resistente a extremos hídricos, Murchison dijo que en el Ministerio han evaluado la cuestión «pero la valoración de la Secretaría de Mercados, una de las tres patas para la aprobación junto a CONABIA y el SENASA, no fue positiva» Y agregó : «No hay un trigo modificado aprobado en el mundo».
Lo dicho. Al parecer, ser el primero con un «game changer» tecnológico es contraproducente: Thomas Edison, su rival George Westinghouse, Henry Ford, Steve Jobs y Robert Swanson y Herbert Boyer (fundadores de Genentech) tal vez estarían en desacuerdo. Pero a admisión de parte de un funcionario argentino vivo, relevo de pruebas.
Al evento finalmente autorizado, en Tecnoplant lo llaman «la papa vacunada contra el PVY». Para Murchison el impacto en la producción y comercialización será importante «porque estos cultivos (creemos que se refiere a la papa) son susceptibles a contraer muchas enfermedades provocadas por agentes fitopatogénicos (virus, bacterias y hongos), que provocan pérdidas de hasta el 70% de la producción».
Interpretamos del galimatías anterior que la papa resistente a virus XVY de Tecnoplant-Sidus podría, efectivamente, infectarse con bacterias y hongos, pero tal vez menos que una previamente atacada por una infección primaria del virus. Probablemente sucede como con las gripes humanas con virus epidémico A: pueden hacer a una persona más susceptible a una sobreinfección bacteriana que lleve a una bronquitis o una neumonía.
Esta técnica permite al productor de papa bajar costos de manejo y optimizar la calidad del producto final.
El virus PVY que afecta al cultivo de la papa es el segundo más destructivo, luego del PLRV. Se almacena en los tubérculos infectados y se transmite por áfidos (pulgones, en el campo), pero también a través de maquinarias y herramientas contaminadas, lo que lo hace muy difícil de atacar.
Hubo empresarios biotecnológicos argentinos que intentaron cultivar papas en zonas vírgenes de virus PVY y PLRV, tierras desérticas ribereñas del Río Colorado con bajo costo de oportunidad. Su idea era ir bajando por las orillas a medida que la tierra se iba contaminando «inevitablemente» de esta plaga viral debido al cultivo. Para ello, en su momento el Dr. Hugo Yanosky trató de persuadir a INVAP, la firma de tecnología nuclear y espacial barilochense, de que desarrollara una turbina hidráulica «de pasada», capaz de montarse y desmontarse rápidamente, para irla moviendo a lo largo de las orillas del Colorado y así dar electricidad a un cultivo trashumante. Así de tentador es el negocio de la papa, y así persistente es este virus.
Ahora el desarrollo de Tecnoplant rompe al menos el eslabón central de la cadena de transmisión: los tubérculos dejan de ser un reservorio fácil. Nuestras felicitaciones a los argentinos que armaron esta jugada.
El proyecto de este tubérculo fue desarrollado por científicos del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biotecnología dependiente del CONICET, que lograron la resistencia al virus PVY (Potato Virus Y), cuya licencia del uso del evento estará a cargo de la empresa Tecnoplant, del grupo Sidus.