Con 100 años recién cumplidos, la leche condensada es uno de los productos icónicos de la suiza Nestlé, comparable con sus chocolates o la leche en polvo. En la Argentina se elaboraba en la planta de Villanueva en Córdoba. Pero en la crisis de 2002, con ventas muy modestas, Nestlé decidió dejar de fabricar para pasar a importar las célebres latitas.
Hace un año y sin que nadie pronosticara el nivel actual del dólar, a una de sus ejecutivas, Natalia Silva junto a sus compañeros de batalla, se les ocurrió volver a producirlas pero en el epicentro de la cuenca lechera, en Firmat, en plena provincia de Santa Fe.
La otra novedad es el envase. Así acordaron la nueva línea con Tetrapack y tras una inversión de $ 28 millones la leche condensada vendrá ahora en envase de cartón.
En Argentina el consumo de leche condensada es de dos latas al año por persona y se cree que puede crecer a más del doble.
Esta noticia indica algo más que el emprendimiento de una gran empresa. Firmat está, justamente, en el centro de una zona «lechera», donde en los últimos años se ha cerrado una multitud de tambos. Porque «los números no cerraban».
Es otro caso donde las grandes empresas reemplazan a las pequeñas explotaciones rurales. La rentabilidad tiene una lógica implacable. Pero la Argentina debería tomar en cuenta el ejemplo europeo (y japonés): esos países han decidido que el beneficio de mantener una ruralidad sana es más importante que la dinámica de los mercados.