Científicos argentinos: «estamos bicicleteando a proveedores»

Ciencia sin presupuesto. Con los cinturones ajustados.

Hubo un tiempo en el que, en la Argentina, la ciencia era una actividad intelectual que consistía en plantear hipótesis, diseñar experimentos y analizar los resultados de dichas pruebas, como está definida en los manuales. Ahora, la actividad intelectual de quienes se dedican a la investigación está focalizada en diseñar estrategias para intentar sostener el funcionamiento de su lugar de trabajo: el laboratorio.

Además de la pérdida significativa del salario real sufrida durante los últimos años, los investigadores e investigadoras del CONICET también deben lidiar con el incumplimiento del pago de los subsidios para sus Proyectos de Investigación, que fueron aprobados por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación productiva de la Nación (MINCyT) pero que no son ejecutados.

Para los laboratorios que no cuentan con financiamiento externo -la gran mayoría- la situación se ha tornado crítica: “Estamos bicicleteando a los proveedores”, dispara Laura Alché, Investigadora Independiente del CONICET en el Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (IQUIBICEN).

En 2014, Alché recibía de manos del actual Ministro de Ciencia, Lino Barañao, el premio del Concurso Nacional de Innovaciones (INNOVAR) en la categoría “Investigación Aplicada” por el desarrollo de VIREST, un remedio para las conjuntivitis virales. En ese mismo acto, también fue premiada con la “Distinción INNOVAR”, que es el premio mayor del Concurso, y con la Medalla de Oro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.

Paradójicamente, la misma persona que entonces la felicitaba, ahora no paga los fondos -aprobados por su Ministerio hace casi un año- para que Alché pueda continuar con su trabajo.

El caso descripto no es excepcional. Hay un sinnúmero de investigadores e investigadoras del CONICET cuyos proyectos de investigación fueron aprobados en el año 2016 y por los que aun no recibieron un solo peso: “Me estoy manejando con la última plata de un subsidio correspondiente al período 2013-2015, que todavía se está ejecutando”, declara María Julia Pettinari, Investigadora Principal del CONICET, que se desempeña en el IQUIBICEN.

Pettinari utiliza la ingeniería genética para modificar el genoma de las bacterias y hacerlas producir compuestos de interés biotecnológico, como plásticos biodegradables, que pueden sustituir a los plásticos tradicionales, y polímeros biocompatibles con aplicaciones en medicina.

Estrategias de supervivencia
“Cuando empezamos a ver que la situación se iba agravando, y todavía recibíamos algo de dinero de los subsidios que teníamos otorgados, nuestra estrategia fue acopiar todo aquello que puede almacenarse”, relata Alché. “Pero hay insumos que no son durables, como reactivos, drogas y anticuerpos, que tienen costos elevados y que hay que comprarlos a medida que se necesitan, y ya no tenemos dinero para hacerlo”, explica. “Ahora estamos trabajando de manera muy limitada, con los materiales que compramos hace bastante tiempo”, consigna.

  • Ante la falta de fondos y la necesidad de elementos para poder trabajar, la investigadora recurrió a otra estrategia: “bicicletear” a los proveedores.

“Yo era consciente de que no había fondos depositados, pero seguía comprando porque necesitábamos trabajar. Y como no le pagaban a los proveedores, ellos venían a reclamarme. Entonces, yo me desentendía diciéndoles que ya había pasado la factura a la administradora de los fondos, lo cual era cierto. En otros casos, les pido que me cambien la factura por otra con encabezamiento distinto. Esto es, claramente, un ‘bicicleteo’ del pago, y es parte de nuestra cotidianidad”, admite.

Pettinari, por su parte, optó por otra estrategia: “Me fui administrando para quedarme con algún puchito, para no quedarme en cero, pero esto limitó extremadamente nuestras posibilidades de avanzar con nuestros desarrollos, porque nuestros insumos se cotizan en dólares y el dinero se devaluó”.

Para dar una idea cabal de la gravedad de la crisis presupuestaria que se padece en los laboratorios de investigación, Alché informa: “Hace pocos meses recibimos un mail de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UBA que decía concretamente que, aquellos que habíamos obtenido un subsidio para este año, podíamos presentar facturas que estuvieran datadas desde enero de 2018. O sea que la UBA está diciendo que esas facturas son válidas aun cuando todavía no cobramos el subsidio. En definitiva, la UBA está oficializando algo que ya viene ocurriendo hace rato: que pongamos plata de nuestro bolsillo y que, después, cuando nos paguen, si es que lo hacen, recuperemos ese dinero devaluado”.

“A la hora de evaluarnos nos exigen productividad. ¿Pero cómo hacemos para producir resultados si no tenemos dinero para hacer los experimentos?”, pregunta Alché.

“Estamos pensando seriamente en cambiar nuestras líneas de trabajo, porque nos estamos quedando afuera de la posibilidad de competir con lo que se está haciendo en el mundo”, advierte Pettinari.

“Hay un nuevo exilio. Los jóvenes que se reciben se van a doctorar al exterior. Eso habla de lo expulsivo de nuestro sistema científico”, opina Alché, y añade: “Si no formas recursos humanos tampoco tenés posibilidades de ascender en la carrera de investigador. Esta es otra trampa del sistema. Es un círculo vicioso. Es un camino de destrucción”.

Fuente: NEX / GABRIEL STEKOLSCHIK

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