La renuncia que se dio a conocer ayer de Luis «Toto» Caputo a la presidencia del Banco Central que había asumido hace poco más de tres meses, llenó el día de ayer de versiones y conjeturas.
El gobierno hizo un esfuerzo sobrehumano para tratar de mostrar calma, y hasta que la noticia no lo había sorprendido. Pero ni siquiera los medios más oficialistas se privaron de hablar de internas y de las «sugerencias» del F.M.I.
Hay un hecho evidente, que ya señalamos ayer mismo y que por supuesto los medios del exterior remarcaron: un presidente de un Banco Central no renuncia cuando el presidente de su país está en visita oficial a las Naciones Unidas, conversando con banqueros y periodistas económicos para decirles que está todo bien en su país.
En AgendAR creemos que, más que prestar atención a los rumores de pasillo, o a las teorías conspirativas que circulan por WhatsApp, vale mirar los hechos. La economía argentina afronta una crisis financiera, y las decisiones que hay que tomar día tras día, tienen ganadores y perdedores.
(Estamos hablando de quienes manejan capitales gigantescos. Los argentinos de a pie ya perdieron y seguirán perdiendo por la recesión, pero esa política no está en discusión dentro del gobierno, ni dentro del F.M.I.).
La trayectoria y «expertise» de Luis Caputo ha sido la de un «trader» exitoso. Un «mesadinerista», lo llamó con cierta crueldad un dirigente de la oposición. Un «trader» se dedica a hacer ganar dinero a los inversores (y de paso a sí mismo, por supuesto). Seguramente su figura y sus contactos sirvieron para que fondos de inversión y de riesgo decidieran aprovechar las muy jugosas tasas, por encima del 40%, que ofrece Argentina.
Pero para obtener beneficios de esas inversiones, es imprescindible que la moneda en que se hacen -el peso argentino, en este caso- no se devalúe tanto o más que el interés que se gana.
Más allá de la legitimidad de estas inversiones -no las analizamos, no tenemos los elementos para hacerlo, al no ser auditores del Central- hay un choque implícito con la política tradicional del Fondo, que -no sólo en Argentina, en todos los países- se niega a que se usen las reservas para frenar las corridas cambiarias.
En general, apoya que las devaluaciones sigan su curso, sin importar hasta donde llegan. Esa fue su conducta en Argentina, a fines del 2001 y comienzos del 2002.
No estamos diciendo que la historia se va a repetir. No, al menos, por ahora. Los países desarrollados prefieren que Macri continue, en ausencia de alternativas confiables, y una devaluación salvaje probablemente destruiría su gobierno.
Pero esto no significa que el Fondo aceptará cualquier política, ni está dispuesto a salvar todas las inversiones especulativas. Ya Alemania y Francia expresan en su Directorio sus dudas con los créditos a la Argentina (y la renuncia del presidente del Central seguramente no los tranquilizó).
El F.M.I. exigirá prudencia en las decisiones, que en sus términos significa ajuste. En todo, menos en los intereses de la deuda. Los empresarios rurales ya recibieron el mensaje: no importan las promesas previas de Macri (y éstas seguramente quería cumplirlas), si el Fondo exige retenciones, habrá retenciones.
Un gobierno que vive de prestado, no puede desafiar a su único prestamista.