El nuevo experimento para controlar el precio del dólar -en realidad, la inflación, el síntoma más claro, persistente y enloquecedor de los problemas de la economía argentina- fue anunciado con claridad por la nueva «pareja estrella» del manejo de las finanzas locales.
El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, dijo en la conferencia de prensa en Nueva York, donde se anunciaba el nuevo acuerdo con el FMI: «Se reforzará el compromiso del Banco Central con la reducción de la inflación. El Banco Central adoptará un régimen de política monetaria más contundente, en el cual se hará un control estricto sobre el crecimiento de los agregados monetarios».
Y el nuevo presidente del Banco Central, Guido Sandleris, lo reiteró luego en otra conferencia de prensa: «El régimen de metas de estos dos años no dieron los éxitos esperados. Necesitamos herramientas más potentes, necesitamos un ancla nominal, un ancla simple y contundente. Un control sobre la cantidad de dinero de la economía. Medidas para que la base monetaria crezca 0 % de acá a junio de 2019».
Corresponde decir que en la elección de esta herramienta al menos, es probable que la iniciativa haya sido local y no de los técnicos del Fondo. Un régimen de agregados monetarios es la herramienta más elemental, «rústica», de política monetaria. A la que recurrimos cuando otros métodos más sofisticados, en uso en muchos países, no han funcionado. Y no hay, ni por muy lejos, los dólares suficiente para intentar dolarización o «convertibilidad».
(De paso, como se dijo otras veces en AgendAR, confiar en las «metas de inflación» fue una muestra combinada de dogmatismo y copia ingenua del «primer mundo». Le funcionan bien a la Reserva Federal, que debe lidiar con una «amenaza inflacionaria» del 4% anual, usando variaciones en las tasas de 0,25%. Subir las tasas al 65% y esperar que funcione… son cosas del «mejor equipo de los últimos 50 años». No sólo de ellos, es cierto).
Entonces, conviene tener claro que la herramienta fundamental en esta etapa no son las bandas de flotación -cuyo techo ya se pondrá a prueba en las próximas semanas- sino el régimen de agregados monetarios.
¿Y qué es eso? «Agregado monetario» se le llama, simplificando, al total del dinero en circulación más los depósitos a la vista y a corto plazo en los bancos y otras instituciones financieras. Los conceptos Base monetaria, M1, M2 y M3 son importantes técnicamente pero no cambian lo fundamental.
El esfuerzo, en este experimento, será en evitar que el dinero emitido por el Estado que entra en circulación a través del pago de sueldos, jubilaciones, planes sociales, pago a proveedores y -sobre todo- pago de intereses de sus deudas sirva para comprar dólares o -que en este plan tiene el mismo significado- convalidar la inflación comprando productos, ya sean suntuarios, medicinas o alimentos.
Como recién sintetizó Nicolás Dujovne: «Si no hay pesos, no hay con qué comprar los dólares». Podría haber agregado, si ya no fuese demasiada franqueza: si no hay pesos, no hay con qué comprar las necesidades de la existencia. Eso detendrá la inflación.
Las formas de evitar que el dinero emitido circule son dos. Una para los de abajo: los que reciben sueldos, jubilaciones,… Es el ajuste. Otra, para los que son acreedores del Estado, como bancos, fondos de inversión (gente muy sensible, como se sabe, y que además puede llevar su dinero afuera, y lo hace): es subir los encajes bancarios y ofrecer tasas altísimas para que le sigan prestando a este gobierno.
¿Funcionará? Es inevitable dudarlo mucho. Ya trabajos de Calvo (en 1999) y de Vegh y Reinhartd (en 1994) mostraban que donde se aplicaron programas de estabilización basados en agregados monetarios, invariablemente no sólo son, obvio, recesivos, sino que tardan mucho tiempo en actuar. Por algo se dejaron de usar en casi todos los países.
(En las redes sociales, el profesor Jorge Carrera da una descripción breve y muy clara de este mecanismo).
En cualquier caso, la economía argentina es un animal complejo y muy distinto de los modelos simplificados que aparecen en los libros de texto. Aún los de la Universidad de Chicago.
Ante todo, es bimonetaria. A un grado casi único en el mundo. El peso es la moneda de cambio. El dólar, la reserva de valor. Nadie que puede ahorrar ahorra en pesos. Lo hace en bienes físicos, desde inmuebles a soja almacenada, o en dólares. El peso es para gastar o para especular con las tasas, y la gestión Macri ha incentivado esto último a límites patológicos.
Es difícil -y por cierto está más allá de mi capacidad técnica- precisar cómo interactuará esto con el plan Lagarde-Dujovne. Lo seguro es que no lo hace más previsible.
Otro elemento importante que complica el cuadro es el alto porcentaje de la actividad económica no registrada, «en negro». Entre los países desarrollados, sólo Italia se acerca al nuestro. Y la economía italiana tampoco es muy previsible que digamos.
Un dato también decisivo -no sólo en esta coyuntura, sino para cualquier plan económico- es el grado de extranjerización de las empresas locales. Una mayoría de las más grandes son simplemente filiales del exterior. Eso hace que no tengan observaciones serias a esta política. Pero también hace que las decisiones de irse del país o reducir sus operaciones se tomen con gran facilidad. Un plan recesivo -salvo para los que son simplemente extractivas- las lleva a «bajar las persianas» rápidamente. Lo están haciendo.
Pero creo que el factor fundamental que condena al fracaso a este plan es el mismo que ha derrotado a todos los intentos anteriores en los últimos 50 años, desde el de Krieger Vasena (más inteligente que el actual, por cierto) al de la Alianza: la sociedad argentina es compleja.
Un esquema de «pobres y ricos», grato a las simplificaciones políticas, simplemente no tiene que ver con nuestra realidad. Aún los actores económicos más importantes tienen intereses diversos y contrapuestos. Una parte muy poderosa de ellos obtiene sus ingresos del Estado, directa o indirectamente, y resistirán cualquier ajuste que los afecte. La legendaria «Patria Contratista», de cuyas filas surgió el actual Presidente, es sólo el caso más notorio.
Otros grandes intereses están vinculados a la exportación -no tendrían, en principio, muchas objeciones a un plan como éste- pero también existen los que necesitan del mercado interno. Es decir, de la capacidad de compra de la población.
Igual, con un número manejable de actores poderosos, ¿mil?, las contradicciones pueden resolverse. O imponer un «acuerdo». Pero en nuestro país hay también una numerosísima clase media acomodada que en buena parte ha internalizado el discurso de «hay que pagar la fiesta» y «el Estado tiene que disminuir sus gastos»… siempre y cuando no se afecten sus ingresos. Y su nivel de consumo es mucho más gravoso para la economía -especialmente por su componente de insumos importados y regalías- que el de los sectores más humildes.
Y la otra característica argentina que es imposible dejar de lado es la existencia de un sindicalismo todavía poderoso. En realidad, un trabajador «en blanco», sindicalizado y con obra social, hoy es por sus ingresos un miembro de las clases medias. Luchará para no dejar de serlo.
El manejo del Estado es una herramienta muy potente en nuestra sociedad. Un gobierno igualmente decidido y más competente que éste podría superar alguno de estos obstáculos. Todos ellos, en el año escaso que le queda hasta las próximas elecciones presidenciales…»¡olvídalo, chico!», dirían en una de esas viejas series dobladas.
La solución de los graves problemas en que nos ha metido / agravado esta gestión requiere, como mínimo, de un acuerdo entre las grandes empresas, los trabajadores y el Estado; además, naturalmente, de un manejo fiscal prudente. Requiere, entonces, de otro equipo económico, de otro gobierno y de otra coalición política y social que lo apoye.
Abel B. Fernández