El ministro de Hacienda Nicolás Dujovne se ha hecho famoso por medidas y declaraciones diversas -la más reciente de las cuales “nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el Gobierno”- tocamos en otro lugar de AgendAR. Pero hay otra afirmación, que provocará menos ruido, pero es tal vez más cuestionable. Porque apela a un «sentido común» que es compartido con muchos. Y cerraría una opción de crecimiento que es importante para la Argentina. La copiamos abajo, y a continuación, la respuesta de un miembro de nuestro equipo, Daniel Arias.
«En el Ministerio de Hacienda circula un documento reservado que elaboró el equipo de Dujovne, que sostiene que “no sería conveniente hoy poner en un compromiso financiero a la Argentina” para la construcción de una central nuclear, cuya producción es más costosa que el resto de los sistemas energéticos que ya tiene el país.
Hacienda detalló en el informe que el costo de generación de un MW es de USD 170 para el caso de la energía nuclear que se pretende desarrollar con China, mientras que un MW de energía renovable implica un costo total de USD 70 y la producción de energía tradicional que se puede obtener por MW del yacimiento de Vaca Muerta tiene un costo de USD 50». (Citado aquí)
Hasta aquí, la posición de Hacienda en una negociación que también AgendAR ha pedido analizar con cuidado, pero por otro motivo: Argentina no debe comprar una central nuclear «llave en mano», cuando tiene historia y capacidades en su construcción. Pero este es otro tema.
Los costos de la energía nuclear:
La inversión inicial es enorme en las centrales nucleares, pero se amortiza por el costo relativamente bajo del combustible. Esto, y luego la crisis del crudo de 1973 atribuída a la OPEP, motorizaron la expansión de la electricidad nuclear en Occidente -somos el Sur pobre de Occidente- entre 1956 y 1986, cuando Chernobyl le puso un parate brusco.
En el pico de esa expansión EEUU, principios de los ’80, EEUU, que tiene carbón a patadas, estaba inaugurando una central nuclear nueva cada 21 días, y solía andar en los 1000 MW. Pero aún antes del accidente de Three Mile Island (cero muertos, cero irradiados) la ingeniería se estaba volviendo demasiado sofisticada y la inversión inicial demasiado grande para las utilities (las compañías que ofrecen servicios públicos) eléctricas, incluso las gigantes y públicas como TVA.
En Francia la instalación de centrales fue tan masiva que en 1986 el 80% de la electricidad francesa era nuclear… y la más barata de TODA EUROPA. Y eso con centrales de 2da. generación cuya vida útil planificada es de sólo 30 años. De todos modos es 10 años más que la duración de una central moderna de gas, y está el lado político: los franceses querían independizar su producción eléctrica del gas o del petróleo importados. Lo lograron. Hoy son exportadores netos de electricidad al resto de la red europea.
El mayor cliente es Alemania, que cerró sus 19 centrales nucleares pero se arregla con electricidad de base nuclear francesa, y electricidad polaca salida del carbón, y es deudor energético pese a que el país está alfombrado de turbinas eólicas y la red compra energía fotovoltaica producida en los techos de los vecinos. Pero Alemania es un país muy próspero. Eso facilita bastante la supervivencia del antinuclearismo del Atlántico Norte: los políticos pueden perder plata, pero no votos.
El Reino Unido está preparándose para la construcción de varias centrales nuevas, todas de diseño extranjero, con la Hualong-1 como opción más probable. Claro, el gas del Mar del Norte se les está acabando y si en UK planteás volver al bueno y viejo carbón galés, los tipos recuerdan los 4000 ingleses que murieron de obstrucción pulmonar aguda en los 4 días de diciembre de 1952 que duró el «Big Smog» de Londres, y te cuelgan en la plaza pública. Chernobyl mató menos gente.
Después de Chernobyl hubo un parate de unos años y el eje de la expansión nuclear se corrió a Oriente: Japón y Corea, donde no hay petróleo o gas domésticos. Sí hay carbón. Pero sin embargo, ambos países tienen suficientes problemas medioambientales como para añadir el de calidad de aire, de modo que sacaron cuentas y lideraron la disparada de instalación de nuevas plantas nucleares, y tanto desarrollaron la tecnología propia que hoy son exportadores.
En ese momento, debido también al problema de calidad de aire en ciudades donde se ha vuelto irrespirable y cuya población muere 7 años antes de lo previsto por problemas pulmonares (EPOC, cánceres), China se metió en el ruedo nuclear, y a lo chino: con todo. En 2030 tendrán más centrales que los EEUU, y mayor capacidad instalada porque serán de mayor módulo promedio, y además más modernas (en general, de generación III +), con lo que estamos hablando de una flota que dura 60 años en operación en lugar de 30. Con lo cual la inversión inicial se diluye muchísimo, de un modo bastante parecido al de las represas hidroeléctricas.
Lo que se debe entender es la diferencia entre el precio por MW instalado y el precio por MW/h producido a término de vida útil del aparato, es decir de aquí a 60 años.
El MW instalado nuclear es carísimo, puede duplicar o triplicar el del MW de una central a gas de ciclos combinados. Pero como el MW nuclear instalado entrega electricidad durante 60 años en lugar de 20, las diferencias se liman. Si le sumás que el uranio suele tener precios dependientes de los altibajos del crudo pero más estables, que es un metal muy abundante en la corteza terrestre, y que el precio del elemento combustible no depende tanto del uranio como de su manufactura (es puro valor agregado tecnológico), el precio de la electricidad nuclear salida de una máquina generación III + termina saliendo más barato que el de la central a gas. Entre otras cosas porque para producir la misma cantidad de electricidad a término, vas a necesitar TRES centrales a gas.
A esto sumale sobrecostos políticos futuros: si hoy ponés una central de gas, dentro de unos años puede caerte encima el tarifazo de un impuesto nacional o mundial a la emisión de gases invernadero. Las centrales nucleares no son «balance cero» en emisiones de carbono: la minería de uranio usa mucha maquinaria diésel, la siderurgia y metalurgia que producen los componentes de una central vienen con emisión de C02 y lo mismo la maquinaria de construcción, y el transporte terrestre y marítimo de componentes y combustibles también. Debido a eso, incluso la electricidad eólica y la fotovoltaica carecen firmemente de «emisión cero».
Eso hace que cautelosamente, y tratando de no pelearse con un público todavía irritadísimo por el desastre de Fukushima, Japón vaya reactivando una tras una todas las plantas nucleares que fue cerrando después de 2011, salvo aquellas que por diseño no pasan una auditoría de seguridad de ningún modo (caso claro de las GE MK-1).
Eso hace también que SIEMENS se haya borrado del negocio nuclear, vendiéndole su división atómica (la vieja KWU) a AREVA, la vieja Electricité de France… donde SIEMENS está asociada con un porcentaje alto del paquete accionario. Es decir, están listos para volver a toque de silbato. Cuando la opinión pública alemana salga de su paranoia, tarde lo que tarde.
Eso hace que el único país occidental donde hubo un derretimiento de núcleo, EEUU (Three Mile Island, 1981), haya iniciado en los ’90 una política de extensión de vida útil de las centrales que llegan al término de la misma. Y son reconstrucciones bastante drásticas e intensivas en capital, pero el resultado es relicenciar un aparato con más potencia y un licenciamiento de al menos 20 años adicionales. Amagan bajarse pero están manteniendo posiciones: de 104 centrales operativas en los ’90 bajaron a 98, con cantidad de re-licenciadas.
En EEUU ven el descenso meteórico de costos de capacidad instalada en eólica y fotovoltaica, pero saben diferenciar el del MW instalado y el del MWh producido a término de vida útil.
En suma: Dujovne está macaneando.
Daniel E. Arias