Frente a todos los artículos y charlas TED sobre la digitalización, las redes sociales y la predicción del comportamiento de los consumidores, es válido preguntarse si la inteligencia y la reflexión humana tienen sentido, o si somos tan predecibles por los algoritmos.
No como respuesta, sino para ayudar a pensar en eso, acercamos este domingo la siguiente nota de Walter Sosa Escudero, profesor de la Universidad de San Andrés e investigador principal del CONICET.
«La siguiente charla no ocurre en ningún seminario reciente de inteligencia artificial ni en un hackatón de ciencia de datos. Y los interlocutores no visten pantalones chupines de colores ni usan barbas tupidas. Aquí, el intercambio de palabras: «¿Qué quiere decir con comportamiento? Porque este sería un proceso mecánico, me refiero por supuesto al de la computadora». «Sí, es un proceso mecánico. Pero yo pienso, al igual que muchos otros en mi especialidad, que el ser humano tiene también un comportamiento de tipo mecánico, similar al de la computadora».
El premonitorio diálogo tuvo lugar hace 49 años en una oficina de la vieja Biblioteca Nacional entre dos señores de más de 50 años, de traje oscuro y hablar pausado, y ninguno de ellos con educación formal en computación ni en ciencia de datos.
En los tempranos 70, el economista Herbert Simon ya era toda una eminencia en el campo de los estudios del comportamiento y había realizado varias de las contribuciones que llevan a muchos a considerarlo uno de los padres de la inteligencia artificial. Jorge Luis Borges, su interlocutor en el dialogo reproducido, ya era una figura icónica de la literatura mundial. El encuentro tuvo lugar en ocasión de la llegada de Simon a Buenos Aires invitado por la Sociedad Argentina de Organización Industrial (SAOI).
El economista puso como requisito ineludible conocer al insigne escritor argentino. Jorge Alberto Rizzi (h.), entonces presidente de la SAOI, hizo la gestión correspondiente y fue testigo privilegiado de un presagioso intercambio de ideas que fue publicado en 1971 en la revista Primera Plana.
Difícil de encasillar, Herbert Simon elige presentarse a Borges diciéndole: «Mi profesión es la de un científico social y busco comprender el comportamiento humano a través de modelos matemáticos», simplificando así (con sencillez borgiana) sus múltiples intereses en ciencia política, sociología, economía, inteligencia artificial y administración de organizaciones. La conversación entre Borges y Simon es un auténtico duelo de titanes y versa sobre ideas que, como sugerimos, son de sorprendente relevancia actual.
El intercambio comienza con Simon inquiriendo acerca de la naturaleza de los laberintos recurrentes en la obra de Borges, quien lo desilusiona al decirle que, en realidad, no obedecen a ninguna abstracción o modelo profundo, sino a la representación de algunos hechos más bien terrenales, como haberse sentido agobiado cuando trabajó durante nueve años en una monótona biblioteca del oeste bonaerense.
Borges dice que sus ideas «laberínticas» sugieren abstracciones, pero no parten de ellas, para desilusión de Simon, cuyos propios relatos sobre laberintos provienen de ideas abstractas. La danza intelectual continúa con Borges preguntándole a Simon cuál es el tipo de comportamiento al que obedece su objeto de estudio. Simon es ampliamente reconocido por haber ahondado en la naturaleza del homo economicus inocentemente racional, que caracteriza a los agentes económicos de los textos básicos de la disciplina.
Simon le explica a Borges que el tipo de comportamiento que le llama la atención es aquel que se asemeja al de una computadora, en una temprana muestra de visión afín a los avances recientes en inteligencia artificial.
Es inevitable que esta discusión lleve a Simon y Borges a hablar de si efectivamente las personas deciden o si actúan de acuerdo con procesos mecánicos preestablecidos, en forma consciente o no.
Y en una escalofriante parte de la entrevista, Borges plantea una cuestión crucial, como previendo el aluvión de big data. Pregunta don Jorge Luis: «¿Esto implicaría que si algún ser poderoso, algún dios, conociera todo mi pasado, mi infancia, incluso antes de mi infancia, diría a mis antepasados, esto implica que ese dios podría predecir mi comportamiento frente a cualquier situación?». Simon responde con un lacónico y sugerente: «Mis creencias científicas me dicen que es así».
La respuesta se anticipó así 37 años al polémico artículo de Chris Anderson (una suerte de «manifiesto de big data») que dice: «Basta ya de la teoría del comportamiento? olvídense de la taxonomía, la ontología y la psicología. ¿Quién sabe por qué la gente hace lo que hace? El punto es que lo hace y que ahora podemos medirlo con una precisión inusitada. Con suficientes datos, los números hablan por sí mismos».
Como a muchos, a Simon le llama la atención el grado de afinidad de Borges con la matemática y la lógica. En la entrevista, Borges reconoce explícitamente la influencia de la obra Introducción a la filosofía matemática, de Bertrand Russell, el notable filósofo y matemático británico que sería galardonado en 1950 con el Premio Nobel de Literatura.
Como a Borges con la matemática, la cosmovisión de Simon requirió que complementase sus estudios formales (en ciencia política) con una estadía con Rudolf Carnap, uno de los padres de la lógica analítica moderna. Las coincidencias no terminan ahí: la charla revela que ni Borges ni Simon tuvieron su primer encuentro con el Quijote en sus lenguas maternas; Borges lo tuvo con el inglés y, llamativamente, Simon con el castellano. La conversación se apaga lentamente y en su final refiere a la relevancia de releer por sobre leer (una noción muy borgiana) y a la importancia de volver a los autores clásicos, como Cervantes o Shakespeare, propuesta en la cual ambos intelectuales coinciden.
En la lejana Buenos Aires de 1971, entre las noticias estremecedoras de los crímenes de Robledo Puch y los primeros discos de Pappo’s Blues, dos señores mayores hablaban de computadoras, de datos infinitos, de comportamientos automatizables y de predictibilidad, como ahora en los meetups de las empresas de data analytics, que abundan en el Palermo que vio crecer a Borges. Cuatro años después de esta conversación, en 1975, Herbert Alexander Simon es galardonado con el Premio Turing (uno de los máximos galardones en computación) y en 1979, con el Nobel de Economía. Fallece en Pittsburgh en 2001. Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (tal era su nombre completo) muere en Ginebra en 1986 y encabeza la lista de las personas más injustamente ignoradas por el premio que merecidamente ganó Bertrand Russell».