Publicamos este fragmento de un trabajo sobre un tema fundamental de la economía venezolana, por tres motivos: 1) porque es lúcido e informado; 2) porque su autor -Franco Vielma- lo escribió en «Misión Verdad», es decir, desde una estructura chavista, uno de los lados de la amarga división que enfrenta a los venezolanos, lo que no le impidió tener una mirada crítica y realista sobre un problema clave y permanente, y 3) porque nos dice algo sobre nuestros problemas estructurales. No tan agudos como los de ese país petrolero, pero que tampoco están tan lejanos.
«Oscar Battaglini en su libro Betancourismo, 1945-1948: rentismo petrolero, populismo y golpe de Estado develó que el modelo rentista no estuvo modulado exclusivamente desde la economía. También hubo un ingrediente político, inspirado por una clase empresarial aspirante alineada en el golpe de Estado adeco contra Rómulo Gallegos y que se estaba perfilando alrededor de las mieles que el rentismo perpetuaría para una élite construida alrededor de ella.
Eran tiempos aquellos en los que los séquitos alrededor de la renta emprendían una disputa, pues ocurría en simultáneo el desmembramiento de la estructura económica que precedió al siglo petrolero, el cual fenece ante el frenesí de los petrodólares. Testigo de excepción de esta época fue Domingo Alberto Rangel (padre), quien vio el preludio del ciclo adeco señalando que «Venezuela padeció una borrachera de plaza pública… Jamás se ha hecho tanta demagogia en la historia nacional…».
El rentismo petrolero a ultranza sobrevino desde ese período. Quizás algunas de las consideraciones más desoídas vienen planteadas desde los años 60 y venían de la mano del mismo Domingo Alberto Rangel, quien caracterizó la evolución del «capitalismo rentista petrolero» como una entidad en permanente «metástasis», asumiéndolo como un entramado de relaciones económicas condensadas alrededor de la «transferencia de capital generado por la renta» a factores específicos de la economía privada, generando con ello una fuerte relación de dependencia.
El problema de la renta en Venezuela, señalado por Bernard Mommer en su libro Petróleo, renta del suelo e historia venía desde la segunda mitad del siglo XX, en una vorágine expansiva aupada por los beneficios del desarrollo y la expansión de la industria petrolera venezolana desde ese período, viniendo a transformar las relaciones sociales, culturales y políticas en el país alrededor de este recurso.
Estos factores, ampliamente conocidos por el país, han consistido en la configuración de un modelo de «riqueza expedita», instantánea, generada por la conjunción de relaciones no asociados al trabajo, ni al desarrollo del potencial tecnológico, ni tampoco asociadas a la acumulación del conocimiento. La lucrativa industria extractiva claramente transnacionalizada y dependiente relegó al país no solo a la perpetuidad de «factoría petrolera», sino que además abrió paso a que se inhibieran y debilitaran todas las estructuras alternativas al petróleo y las que existieron hasta el fin del ciclo de la Venezuela agroexportadora, que vio su ocaso a mediados del siglo pasado.
El reconocimiento de estas realidades no viene señalado por Hugo Chávez ni es descubierto por Nicolás Maduro. La realidad venezolana actual viene precedida por monumentales fracasos en el intento de revertir las estructuras consolidadas alrededor de la dependencia petrolera.
Ejemplos emblemáticos fueron la política del «Gran Viraje», acompasado a la creación de las empresas básicas de Guayana como una fórmula para sustituir un modelo extractivo por otro. El VIII Plan de la Nación propuesto durante el ciclo adeco-copeyano venezolano supuso también la colocación del potencial del país en un esfuerzo para aupar mecanismos sustitutivos de la dependencia de la renta, tiempos en los que el Ministerio de Fomento (hoy extinto) colocó ingentes recursos generados por la renta a factores privados para favorecer alternativas orientadas a la sustitución de importaciones y diversificación de las exportaciones venezolanas, terminando en fracaso.
Otro intento de ciclo regresivo del rentismo fue el de la «Agenda Venezuela» del segundo gobierno de Rafael Caldera. Este vino al unísono de la entrada a Venezuela del neoliberalismo a ultranza que afinaba la política regional. Más bien consistió en una regresión de la (chucuta) nacionalización petrolera de los años 70, generando una pérdida enorme de la soberanía y vino a agudizar profundos estragos sociales.
Un factor relacionado con estas experiencias ha sido la posición del sector privado en esas instancias. El vínculo entre el gran capital privado y el Estado se efectuó gracias al cordón umbilical de la renta y la transferencia (por diversos mecanismos) de la riqueza captada o generada por el Estado. Una permanente relación de «ganar-ganar» (favorable al sector privado) que ha tenido ciclos.
La política cambiaria y monetaria ha sido un signo de ello, si entendemos que, bien sea en tiempos de control de cambio o en tiempos de libre cambio, es decir, un ciclo de casi 40 años, donde los mecanismos de transferencia se han perpetuado generando una relación centrípeta, la economía en la que prevalecen quienes más cerca queden del epicentro de la renta y más empobrecidos quedan quienes más lejos están de él. La relación histórica de desigualdad en Venezuela y las asimetrías que generó, con el auge de una petro-burguesía y un enorme caudal de población marginada.
Tan grave como las asimetrías sociales que se generaron, vinieron las relaciones de dependencia estructurada. La construcción de un «capitalismo anómalo», o lo que ha sido para algunos, la «ausencia de una burguesía nacional» como la llamó Chávez. Las relaciones paternales entre el Estado y el sector privado se traducen concretamente en que, por mera matemática elemental, es evidente que el sector privado venezolano no produce, no exporta.
Según cifras del Banco Central de Venezuela -BCV-, hay una relación matemática que desnuda la anterior afirmación: en las últimas décadas se ha construido una relación en la que, de cada 10 dólares que ingresan a la economía venezolana, solo 1 es generado por exportaciones privadas.
Para hablar de tiempos recientes, entre 1999 y 2015 el sector privado exportó bienes para ingresar al país unos 121 mil 40 millones de dólares, no obstante, sus importaciones fueron de 680 mil 164 millones de dólares. Generando un diferencial en la balanza de 559 mil 124 millones de dólares. Sabemos que durante ese periodo predominó el control de cambio, que puso en manos de los privados dólares preferenciales.
En términos netos, el financiamiento del Estado a la importación de la actividad privada en ese período fue superior al monto que Estados Unidos invirtió para la reconstrucción de Europa durante el Plan Marshall luego de la Segunda Guerra Mundial.
El problema no sólo se reduce a que el sector privado es improductivo y no exporta, es que además es sumamente costoso de sostener. No es esa una relación política construida en tiempos de chavismo. El investigador Luis Salas, empleando cifras del BCV, señala que entre 1950 y 1998 el sector privado venezolano exportó 41 mil 464 millones de dólares y durante el mismo período importó 220 mil 547 millones de dólares. «Eso quiere decir que importó 5,3 veces más de lo que exportó».
La explicación a la cobertura de este déficit está en los mecanismos de transferencia de renta, que, sabemos, se produjeron en el período anterior a Chávez no sólo mediante el control cambiario, también en períodos de libre cambio, allanando con ello el camino para que los grandes tenedores de bolívares accedieran a la compra discrecional de dólares generados por la actividad petrolera».