China, EEUU, Rusia y la Unión Europea: sus proyectos en la Luna y en el espacio

El espacio, otro campo de batalla entre las potencias

El nacimiento del primer bebé extraterrestre ocurrirá en la Luna antes de 2050. Ese acontecimiento sin precedentes será el resultado lógico de la progresiva colonización del satélite, un proceso que se intensificará alrededor de 2025. Y que promoverá -ya lo está haciendo- enfrentamientos y competencias nacionalistas, más que una idealista «cooperación internacional»

En el programa de la Agencia Espacial Europea (ESA) se prevé la instalación de un asentamiento de seis a diez científicos, encargados de establecer una base que, en 2040, pueda albergar un millar de personas, incluyendo familias enteras.

La iniciativa Moon Village, se podría articular con el proyecto Deep Space Gateway de la NASA y con un programa de la agencia rusa Roskomos para relevar la Estación Espacial Internacional (ISS), que orbita en torno de la Tierra, condenada a terminar su vida útil en 2024.

En su configuración ideal, la plataforma lunar debe operar como escala inicial de la primera misión humana a Marte, que exigirá una inversión global de 800.000 millones de dólares.

Pero además de cooperación, hay competencia por el prestigio y el poder.

La colonización de la Luna y la conquista de Marte son la faz optimista de la intensa actividad espacial que despliegan las grandes potencias. Y detrás de una cooperación científica en apariencia idílica se oculta una despiadada competencia por el control y el predominio del espacio, tema que será uno de los desafíos científicos y estratégicos cruciales del siglo XXI.

CIFRAS

No en vano las grandes potencias consagran sumas colosales al esfuerzo espacial: Estados Unidos gasta más de 40.000 millones anuales; Europa, 7000; Rusia, 5000, mientras que China mantiene un riguroso secreto al respecto.

Ninguna actividad obsesiona tanto en este momento a las grandes potencias como la carrera espacial. Ese interés se explica por tratarse de un sector en el cual el 96% de las tecnologías utilizadas son de carácter «dual«, es decir, a la vez de uso civil y militar.

Aunque la actividad espacial nunca fue inocente, la militarización del cosmos se intensificó después del ejercicio de destrucción de un satélite realizado por China en 2007, que demostró la posibilidad concreta de una «guerra de las estrellas». En los últimos años el espacio se convirtió, cada vez más, en el principal escenario de competición entre las superpotencias y de afirmación de poder para los países que – después de haber alcanzado el estatus nuclear- aspiran a ingresar al club de grandes, como India e Israel, que preparan proyectos de lanzamiento inminente.

La carrera espacial ingresó en un ritmo vertiginoso. El año pasado partieron dos artefactos espaciales por semana.

En esa competencia desenfrenada, China logró -por primera vez- superar a Estados Unidos en cantidad de lanzamientos: 39 cohetes en 2018, contra 31. El descenso de su módulo Chang’e 4 en la cara oculta de la Luna fue otro campo de batalla entre las potencias. A fin de implantar una base permanente en la Luna antes de 2030 para no dejar el monopolio a los occidentales, Pekín prepara el envío del módulo Chang’e 5, que debe alunizar este año para traer dos kilos de minerales a la Tierra a fin de analizar las posibilidades de una explotación industrial de los recursos lunares.

¿Quién puede decir si se trata de un proyecto científico o militar? El aprovechamiento de esos recursos, en todo caso, será posible gracias al cohete reutilizable Larga Marcha 8, que comenzará a operar en 2020. Ese proyecto permitirá experimentar las técnicas de construcción en 3D a partir del regolito, es decir, la alfombra de restos cósmicos que cubre la superficie selénica. Con esos materiales se podrán construir instalaciones en 3D -viviendas o factorías suficientemente sólidas para resistir las condiciones extremas del hábitat selénico, como el impacto de meteoritos, la presión o la temperatura.

La «aldea» de colonización facilitará las investigaciones para generar oxígeno a partir del regolito lunar y buscar la forma de recuperar el gas helio-3, extremadamente raro en la Tierra, combustible ideal para alimentar los reactores nucleares a fusión. En el caso de China, esa posibilidad de aprovisionamiento responde al imperativo estratégico de reducir su dependencia energética.

A cualquier «colonizador», una presencia permanente le permitiría acceder a las cantidades importantes de aluminio, silicio, hierro, cromo, níquel, titanio y los 16 metales o tierras raras que -al parecer- abundan en las entrañas aún inexploradas de la Luna. En definitiva, es el mismo objetivo que inspira a una docena de operadores privados, como los multimillonarios Jeff Bezos y Elon Musk, que codician las perspectivas que ofrece la explotación del triple play: la Luna, Marte y el turismo espacial.

MILITARIZACION ESPACIAL

Pero lo que resulta realmente inquietante es la militarización del espacio. La amenaza de una «guerra de estrellas», lanzada por Ronald Reagan en los años 80, se cristalizó en junio último cuando Donald Trump anunció la creación de una «fuerza espacial» no solo destinada a asegurar la defensa de Estados Unidos, sino también su «dominación» (sic).

La mitad de los satélites que se lanzan al espacio están consagrados al espionaje o a las comunicaciones militares. Tanto en el ámbito comercial como estratégico, la tendencia dominante del new space es la miniaturización. En los próximos 10 años se lanzarán más de 7000 satélites de menos de 500 kg. Una parte estará destinada a difundir internet en zonas sin cobertura.

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Pero cada paso científico arrastra una cadena de riesgos: las escuadrillas de nanosatélites lanzados por Rusia y China expandieron las fronteras de la confrontación y convirtieron el espacio en un nuevo campo de batalla. Los miniartefactos chinos patrullan el cosmos artillados con rayos láser capaces de destruir otros satélites, como hicieron en 2007.

El satélite ruso Louch-Olymp se dedica exclusivamente a espiar las comunicaciones militares encriptadas de los artefactos occidentales. Desde 1967 existen tratados que reglamentan el uso pacífico del espacio, pero la experiencia reciente demuestra que la vigencia de un acuerdo termina cuando uno de los signatarios decide romperlo. Donald Trump no titubeó en retirar a los Estados Unidos del tratado NIF de armas nucleares intermedias que habían firmado Reagan y Gorbachov en 1987. En ese marco, resulta comprensible la inquietud que suscita la escalada militar en el espacio porque, como suele decir el futurólogo Jacques Attali, «todo lo que es previsible termina por ocurrir».

  Carlos A. Mutto

VIALa Nación