Ayer jueves 7 de marzo a la tarde volvieron los titulares catástrofe en los medios online, en Twitter y en la TV. Hasta TN, que era tan oficialista, puso en placas estilo Crónica -no rojas- «Dólar a 43,50» «Aumentó 6,3%». Ahora se ven en los medios gráficos, aunque el gobierno está haciendo un desesperado esfuerzo para tratar de calmar las aguas y distraer la atención. Es lo más emotivo y patético que se ha visto desde que la orquesta del Titanic dio su último concierto en cubierta.
A AgendAR no le interesan las crónicas de naufragios. La minicorrida cambiaria de ayer puede continuar, es cierto, hasta es posible que reitere la del año pasado. Lo que se llevaría puesto a Sandleris y quizás a Macri. Nuestra opinión es que esos son los riesgos del casino financiero al que este gobierno decidió apostar, creyendo que el libre movimiento de capitales y el endeudamiento eran el camino a ser un «país serio».
También es posible que la disparada del dólar se controle… esta vez. Lo que nos parece necesario asumir es que hay características estructurales de la economía argentina que provocan estos remezones habituales del precio del dólar y de las demás divisas. Que en realidad son caídas del valor del peso en relación a esas monedas.
Una de esas características que es necesario aceptar es que Argentina es un país bimonetario. Para su población, y por supuesto para las empresas que operan en nuestro país, el peso argentino es moneda de cambio. Se compran bienes, se pagan deudas con él. Pero no es reserva de valor. No se ahorra en pesos, salvo en plazos muy cortos a tasas muy altas. El ahorro se hace en dólares. Y los patrimonios grandes se miden en dólares. Hasta los precios de casas y departamentos se dan en dólares…
Esto no es un capricho de la sicología de los argentinos. Es el resultado inevitable de una inflación tan alta y tan larga como la de muy pocos otros países en el mundo. Y que el Estado argentino no creó instrumentos de ahorro confiables que actualicen su valor, como sí se hizo en Brasil (otro país de larga inflación hasta no hace mucho).
Por supuesto, políticas razonables y estables por largo tiempo pueden cambiar esto. Pero no se logra con voluntarismos, ni en plazos cortos. Por ahora, frente a la crisis, ese bimonetarismo es un dato a tomar en cuenta.
En cuanto al precio del dólar en sí mismo, en AgendAR nos negamos a ver remezones como los de ayer como otra cosa que síntomas. Porque si se pudiera contenerlos -si con papelitos con intereses altísimos se eliminaran las «escapadas» del dólar- eso no resolvería el problema.
Porque si el dólar se queda quieto, y los demás precios suben… el dólar se vuelve «barato». Existe una viejísima pulseada entre los actores económicos argentinos, en un extremo los que siempre piden una devaluación más y en el otro los que sueñan con una imposible dolarización (¿quién pondría los dólares necesarios para cambiar todos los pesos?). Por eso es difícil decidir cuando el dólar es barato o caro. Pero si todo lo importado resulta más accesible que cualquier producto nacional, y se hacen tours de compras por ejemplo a Chile… está barato nomás. Y no es sostenible. La devaluación se hace inevitable.
El problema entonces no es el dólar. Es la inflación.
Los economistas que se llaman «libertarios», o de «la escuela austríaca» (Schumpeter se revuelve en su tumba) repiten como un mantra «la inflación es un fenómeno monetario». Y tienen razón! Ahora, es imposible «dejar de emitir» -salvo en el sentido más pedestre, no imprimir billetes- pues el sistema bancario por sí mismo crea moneda al prestar. Sobre todo, es imposible establecer una relación lineal entre la emisión de moneda y la inflación porque intervienen demasiados factores: la velocidad de circulación, la propensión al ahorro o al consumo,… Ese concepto teórico no tiene utilidad para diseñar políticas prácticas.
Hemos planteado ya varias veces aquí nuestra convicción: en Argentina sólo es posible moderar y aspirar a controlar la inflación a través de una concertación de todos los sectores productivos, empresarios y gremios, impulsada y supervisada por un gobierno con el poder político suficiente. A esta altura, resulta evidente que eso no es posible para este gobierno.
A. B. F.