(Nos pareció apropiado reproducir esta crónica hoy, 2 de abril. Porque la tarea de defender la soberanía no fue sólo hace 37 años. Continuarla es el mejor homenaje a los que pelearon y a los que cayeron).
A BORDO DEL GUARDACOSTAS DERBES.- «Esta es nuestra tranquera marítima. Estamos acá para capturar todo barco extranjero que pase las 200 millas», dice en el puente de mando el Prefecto Principal Capitán Gustavo Fernández.
La flota de pesqueros resplandece como una ciudad suspendida sobre el agua en la vasta noche austral. Su luz enceguece. El radar del Guardacostas GC-28 Prefecto Derbes de la Prefectura Naval exhibe una isla flotante de 400 barcos, la mayoría buques poteros. El ruido de esas factorías ensordece y atrae la atención de las aves que, confundidas, sobrevuelan excitadas ese amanecer ficticio y cargado de olor a gas oil.
El solitario Derbes se posiciona en la milla 200, en la latitud sur 47, a la altura de Puerto Deseado, Santa Cruz, y frente a los barcos poteros de distintas nacionalidades que pugnan por entrar a la plataforma marítima argentina para llevarse miles de toneladas de calamar, merluza común y negra, langostino y más de veinte especies.
Los barcos, en su mayoría chinos, despliegan grandes brazos metálicos con potentes luces que atraen a los calamares, que son atrapados con las poteras, unos tubos con múltiples anzuelos. La lucha es desigual: el Derbes es una de las cinco naves que patrullan el área de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) argentina, contra la acción depredadora de la flota extranjera. Esta operación la hacen en soledad contra hasta 400 pesqueros. Una flota que, según datos de la ONG internacional Healthy Oceans, crece un 5% cada año y es la segunda mayor concentración de barcos de pesca no regulada ni declarada del mundo.
Cada guardacostas navega sin escolta, turnándose en campañas que tienen una duración de 15 a 40 días, entre los 42° y 48° de latitud sur.
La marcha del Derbes es silenciosa, los dos motores de 1400 caballos de fuerza bajan sus revoluciones. Cada grado que el capitán ordena virar es calculado. La flota extranjera no debe poder anticipar los movimientos del guardacostas. Cerca de la medianoche, cuando la actividad es plena, el buque se posiciona frente a ellos y navega sobre la milla 200, haciendo realidad la frontera. Los poteros, pero también los buques arrastreros y palangreros navegan, desafiantes, a media milla del Guardacostas.
(Buques poteros: pescan calamares, habitualmente de noche. Arrastreros: llevan una red de arrastre, para «embolsar» a los peces. Palangreros: la pesca de palangre consiste en una línea única y principal ramificada con líneas de anzuelos conectadas a ella)
El 14 de marzo de 2016, el Guardacostas Derbes hundió un buque chino, el Lu Yan Yuan Yu. «Hubo que rescatar a sus tripulantes desde el agua, tuvimos la suerte de hacerlo y también un maletín con documentación. Y pudimos reconocer al capitán», afirma Alejandro Girard, primer oficial.
La persecución y luego hundimiento del buque arrastrero chino se prolongó por un día y medio. «Vimos que estaba pescando en la milla 197, hicimos 322 llamados pero nunca nos contestó, se hizo a la fuga», afirma Girard. El protocolo de procedimiento se basa en ubicar al blanco en el radar, identificarlo y detenerlo. Usan el canal 16, y la comunicación es en castellano y en inglés, el idioma internacional del mar. En el Derbes, al igual que en los demás guardacostas, existe un grupo de cuatro soldados del escuadrón Albatros, quienes abordan con fusiles automáticos FAL el buque capturado. Si el barco infractor no detiene sus motores, entonces el próximo paso es hacer señales luminosas y sonoras. Si se da a la fuga, se efectúan disparos invalidantes, como por ejemplo a las antenas de radar y GPS. «Uno de nuestros objetivos es salvaguardar los recursos económicos del país», dice Girard.
Fuentes de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura de la Nación afirman que no está estimado cuánto pierde la Argentina por la depredación ilegal. La Argentina les vende a unos 100 países el 90% de lo que produce. El año pasado la mejora interanual fue de 8,7% y se marcó un récord de operaciones. ¿El producto estrella? El langostino.C
Siguiendo gigantescos cardúmenes de calamares (de la especie Illex argentinus), la flota de buques poteros está habitada por un promedio de 14.000 marineros que permanecen allí durante seis u ocho meses (algunos todo el año). Viven en barcos en donde la vida diaria es muy dura. Healthy Oceans habla de abuso sexual, esclavitud y hasta asesinatos dentro de estos buques, que suelen reabastecerse en el puerto de Montevideo. «Es el segundo puerto más visitado por barcos de pesca sospechada como ilegal», dice Milko Schvartzman, coordinador dentro de esta organización.
La ZEE es la superficie que se extiende desde las líneas de base de la costa hasta la milla 200. Cada milla náutica equivale a 1852 metros. Por lo tanto, el Mar Argentino penetra casi 400 kilómetros desde su orilla. Dentro de ella pueden pescar solo barcos con bandera nacional. Los extranjeros tienen permitido hacer paso inocente, es decir, sin pescar. Algunas de las especies más buscadas, como el calamar, viene subiendo el Atlántico desde las Islas Malvinas, en busca de aguas más cálidas en nuestra plataforma.
«Sabemos cuándo partimos pero nunca cuándo volvemos», confiesa al abordar el Guardacostas Derbes el oficial Juan José Ayala, que llega desde Bella Vista, Buenos Aires. El lugar de zarpada es en Puerto Madryn. Por espacio de 15 días, 41 tripulantes deberán convivir en un barco de 69 metros de eslora (largo) por 10,5 metros de manga (ancho). Cargan 65.000 litros de agua potable y 290.000 de gas oil, navegando sobre aguas que no podrían asegurar la supervivencia de un ser humano más de cuatro minutos. El barco siempre lleva víveres para estar ocho días en alta mar. Es por si se pierde la comunicación con tierra.
La vida en el barco se resume a pequeñas caminatas sobre cubierta, la sobremesa en la Cámara de Oficiales, donde un mantel antideslizante intenta mantener las botellas erguidas, y las charlas en el puente, el punto de encuentro. Las olas, de más de dos metros, obligan a hacer equilibrio y condicionan la alimentación. «Si el clima lo permite hago sopa», aclara Pablo Mamani, el cocinero, que fue timonel y ante el pase de retiro del encargado de las ollas, debió hacerse cargo de esa tarea. «Después de una tormenta, hacemos guiso para levantar el ánimo», dice. La cocina es el único recurso que se tiene para ubicar los días en el almanaque: los sábados a la noche hay pizza y los domingos, asado. El clima, como siempre es el que determina todo.
«Extraño mucho a mi familia, pero elegí estar acá porque siento que estoy sirviendo a mi país», aclara Lina Gauna. Es radio operadora, nacida en Formosa y una de las dos mujeres que forman parte de la tripulación. «Es una experiencia muy buena para una mujer, los compañeros se adaptan a nuestra presencia».D
En el trayecto una solitaria ballena franca austral pasa por babor, levantando una columna de agua. También es época de orcas, que ingresan al Golfo Nuevo. Las gaviotas sobrevuelan la cubierta durante todo el patrullaje. Las olas, sometidas al viento austral, rolan el barco (lo mueven de babor a estribor). Caminar sin agarrarse de paredes y barandas es imposible.
La ciudad flotante de pesqueros se mueve siguiendo los cardúmenes entre la latitud sur 42 hasta la 48 (desde Península Valdés hasta Puerto Deseado). Para llegar hasta ella hay que hacer una derrota de 260 millas náuticas. «Mi labor es estar atento las 24 horas», afirma el Jefe de Operaciones Raúl Kloster, a cargo de mantener actualizadas las cartas de navegación. El guardacostas tiene un sistema denominado MIRA (Monitoreo e identificación de Radar AIS) que barre 50 millas con una señal que logra traducir todos los AIS (Sistema de Identificación Automática) de los barcos que están navegando. Este código criptográfico muestra en pantalla la información completa de los buques (nacionalidad, puerto de destino, origen, etc.). Muchos de los barcos pesqueros apagan esta señal y entonces el radar los toma sólo como un blanco.
Este oficial es quien también se encarga de hacer la derrota (recorrido) del barco. Las profundidades son erráticas y cruciales. La plataforma marítima argentina tiene un promedio de 150 metros. Más allá de las 200 millas, los sensores marcan hasta 4100 metros de profundidad.
«Por donde pasan los poteros, barren con todo», asegura Nelson Guerrero, inspector de pesca y único civil a bordo. La tensión y el silencio en el puente son absolutos, la mirada está puesta en la pantalla del radar. «Esta frontera es desconocida para los argentinos, se respeta gracias a nuestra presencia acá -sintetiza el capitán-. El mar es un medio hostil, pero sentimos orgullo de hacer este trabajo».