Hoy, domingo 12 de mayo, están convocados a votar 2.843.320 cordobeses para elegir gobernador, legisladores, miembros del Tribunal de Cuentas, intendentes y concejales. Es un padrón electoral muy importante, el segundo de la Argentina, sólo detrás de Buenos Aires.
Pero ese no es el único motivo por el cual todos los argentinos, interesados, o preocupados, por la política, estamos mirando con mucha atención los resultados. Prácticamente, todos esperamos una victoria clara de Juan Schiaretti. Que será reelegido gobernador. Y muchos -este es un país de mal pensados, con razones para serlo- creen que el presidente Macri no se amargará mucho, aunque el «Gringo» sea peronista. Ha sido mejor interlocutor del gobierno central que muchos de la coalición oficialista.
Pero es una mirada miope. Veamos el conjunto. Si no fuera por la provincia de Córdoba, hoy el presidente sería Daniel Scioli. Sus votos le dieron a la alianza Cambiemos el triunfo: en 2015 en la primera vuelta por el 53%, y en la segunda por el 72%! En 2017 sumó el 48,5%, bien por encima de su promedio nacional.
Y el núcleo duro de Cambiemos en Córdoba, el «aparato» hegemónico era y es la Unión Civica Radical. Que hoy aparece en las boletas dividida, entre «radicales puros» y cambiemitas. Una derrota como la que se prevé será un golpe durísimo para Cambiemos. Además de una preocupación más para el 27 de mayo, cuando la UCR debe decidir si continúa en Cambiemos.
Ahora, también quiero señalar que las expectativas (ya sean ilusiones o temores) que un triunfador Juan Schiaretti juegue un papel decisivo en las seis semanas que faltan para el cierre de las candidaturas nacionales… son exageradas. Más una expresión de deseos que otra cosa.
Me explico: el «cordobesismo», una expresión acuñada por el recordado José Manuel De la Sota, expresa una realidad: los votantes cordobeses han seguido su propio criterio. Han demostrado que, para elegir gobernador y cargos provinciales, se han dejado influir menos que en otras provincias, por las tendencias nacionales. Por cierto, mucho menos que en la C.A.B.A. y en Buenos Aires.
En 1999, con Menem desgastado, en vísperas del triunfo de la Alianza, eligieron gobernador a un peronista, De la Sota. Cuando después de 2003, el kirchnerismo desarrolló una nítida hegemonía en el peronismo y en el país, Córdoba siguió «alambrada». En 2007 fue la única provincia donde Lavagna ganó la elección presidencial, cuando casi todo el resto del país le daba un triunfo claro a Cristina Kirchner. Las otras excepciones ese año fueron Carrió en la Capital y Alberto Rodríguez Saá en San Luis…
Pero el «cordobesismo» también muestra que esos votantes distinguen muy bien entre elecciones provinciales y nacionales. Que en esa provincia han estado separadas desde hace largo. Como ya ha sido observado por otros, en todas las elecciones recientes para cargos nacionales, en las presidenciales y en las legislativas, el oficialismo local fue superado por otras propuestas alineadas con las opciones nacionales: en la primera vuelta presidencial de 2015, aún cuando de la Sota fue el principal aliado de Massa, no logró que este sacara en Córdoba más del 20% de los votos, apenas por encima de Scioli y más de treinta puntos atrás de Macri; en 2011 de la Sota ya se había visto obligado a retirar su lista para diputados nacionales, para evitar una derrota aplastante ante la de Cristina (lo que ahora hizo CFK con su lista de candidatos locales); en 2017, Unión por Córdoba recibió solo 30% de las adhesiones, casi veinte puntos menos que Cambiemos.
Entonces, es probable que Juan Schiaretti -que conoce muy de cerca estos números- se maneje con mucha prudencia en el escenario nacional. Después de todo, el gobernador de Córdoba, respaldado por una nítida mayoría, será un interlocutor inevitable, y de peso, de cualquiera que sea el futuro presidente. O presidenta. Y siempre está 2023…
A. B. F.