«Este es el momento crítico del Programa Nuclear Argentino»

El Centro Tecnológico de Pilcainyeu hoy, a 60 km. de Bariloche pero muy lejos del mundo.

De la historia de 70 años del esfuerzo nuclear argentino, y del papel decisivo que cumple Pilcaniyeu, hemos hablado otras veces en AgendAR. Pero estamos ante una instancia decisiva. Si los argentinos no reaccionamos con firmeza, el daño a nuestras posibilidades tecnológicas y a nuestra soberanía, será irreversible. Por eso Gabriel N. Barceló, ingeniero mecánico, doctor en física, ex-vicedirector de Ingeniería Nuclear en el Instituto Balseiro, y luego gerente a cargo de la «diplomacia nuclear» de la CNEA y Daniel E. Arias, periodista científico, han trabajado en común para dar esta alerta. Hoy publicamos la 1° parte:

«En 1983 Argentina informó al mundo que había adquirido la capacidad de enriquecer uranio en una planta piloto en Pilcaniyeu (“Pilca”), en una quebrada solitaria y sin caminos, a unos 60 km. de Bariloche pero muy lejos del mundo.

La Guerra de Malvinas era un recuerdo fresco y daba para interpretaciones torcidas. Extrañamente fue New Scientist, un semanario científico británico, el que puso las cosas en contexto el 8 de diciembre. Dijo que el Alte. Carlos Castro Madero, presidente por dos días más de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y responsable máximo de la iniciativa, probablemente sólo buscaba asegurarle a la Argentina (y a 9 posibles compradores de reactores argentinos en la región) la provisión de combustible enriquecido.

La CNEA, informaba la revista inglesa, ya había sido objeto de un boicot por parte de EEUU en 1978, después de haber exportado dos unidades de investigación e irradiación a Perú. El boicot había afectado a ambos países, pero a la CNEA, que se jugaba el prestigio, le terminó costando U$ 68 millones en pérdidas por rediseño para salvar la operación (serían U$ 274 millones actuales). El original de New Scientist está aquí.

El desarrollo de Pilca se decidió precisamente para poder exportar tecnología nuclear pacífica sin que EEUU nos sacara de juego mediante el boicot. Pilca debió construirse -en trabajoso secreto- en un sitio casi inaccesible, pese a que no violaba ningún compromiso legal internacional, y tuvo su primer y modesto éxito técnico en 1981, que se silenció. De haberse divulgado la movida se hubieran disparado presiones en contra, fundamentalmente desde adentro de la propia dictadura cívico-militar genocida de la época. La planta no habría llegado jamás a término, o se habría desmantelado y el equipo experto habría sido dispersado por las malas.

Después del éxito de exportación argentino en Perú siguieron Argelia, Egipto, Australia, Holanda, Arabia Saudita… El paraguas que durante los 35 años siguientes le dio Pilca a nuestras exportaciones de reactores, así como al funcionamiento de los que tenemos en el país, quedó opacado por aquel aparente pecado de origen: haber nacido en un gobierno militar y, además, justamente, durante aquel gobierno militar.

El sigilo en realidad empezó en democracia: los primeros informes técnicos sobre enriquecimiento del entonces joven Dr. Conrado Varotto datan de 1975 y muestran, ya en la semilla, una decisión de 1974 del presidente Juan D. Perón y el titular de la CNEA, contraalmirante Pedro Iraolagoitía. La idea era alcanzar un dominio de todo el ciclo de combustibles nucleares.

Era escaparse hacia el futuro. Después que la India detonara su primera bomba atómica el 21 de mayo de 1974, pagaban justos por pecadores y los EEUU empezaron a perseguir, acorralar y aislar a los programas atómicos relativamente independientes, como el argentino. El boicot estadounidense de combustibles se veía venir por otra causa: la Argentina venía firmando “tratados marco” de cooperación nuclear, uno tras otro, con sus vecinos de mapa, zona que el Departamento de Estado considera “su patrio trasero” político y comercial. En la visión de ellos, los estábamos invadiendo.

El esfuerzo de Pilca debe medirse contra un resultado: no es la producción propia, sino el acceso a la ajena. Pilca no da ni de lejos, por su pequeño tamaño y por su tecnología deliberadamente obsoleta de difusión gaseosa, para obtener 14 kg. de uranio enriquecido al 90% en su isótopo físil 235, la base de una bomba.

Tampoco podría suministrar las más o menos 27 toneladas anuales de uranio enriquecido entre el 1,7 y el 5% de una central nucleoeléctrica de 1000 MW. Y para el caso, tardaría décadas en proveer la demanda anual de uranio al 19,7% del reactor de investigación OPAL de Sydney, Australia, esa venta histórica que transformó a INVAP en el mayor referente mundial en este tipo de instalaciones.

¿Entonces para qué sirve Pilca? Nuevamente: da acceso. Garantiza que ahora, toda vez que licitamos una compra de enriquecido para un reactor o central, los integrantes del “cártel del enriquecimiento” (EEUU, Francia, Rusia, Gran Bretaña, Alemania, Holanda y China), lejos de acordar en boicotearla, más bien se tiran de palomita para ganarla. Harán lo que sea con tal de que no modernicemos y aumentemos la capacidad de Pilca. Técnicamente, podemos. Legalmente, podríamos. Comercialmente, deberemos.

Es lo que hizo sostenidamente Brasil con su capacidad de enriquecimiento desde que declaró la existencia de su primera cascada de centrífugas, un método una generación más adelantado que el nuestro. Los primos progresaron: en 2016 Brasil nos nos pudo vender el enriquecido del primer núcleo de la centralita compacta argentina CAREM: ya se hizo proveedor. Y nosotros de ellos: INVAP les vendió la ingeniería de un reactor de investigación e irradiación parecido al OPAL pero más potente, el RMB.

Haber devenido “parceiros nucleares” de Brasil nos remite al papel que jugó Pilca en el Mercosur: fue la patada inicial. En julio de 1987, con negociaciones comerciales muy atrancadas, el presidente Raúl Alfonsín, en una jugada dramática, invitó a su par, José Sarney, a aquella instalación rionegrina todavía llena de secretos. Hubo acceso pleno y gran comitiva de expertos nucleares brasileños, que fotografiaron hasta al perro de la guardia de Gendarmería.

Esa apertura, retribuida luego por Sarney, destrabó décadas de rivalidad diplomática, militar y nuclear con los vecinos. Allí en Pilca se “chamuyaron” los lineamientos, todavía sin papel ni firmas, del monitoreo recíproco de los inventarios de materiales físiles entre vecinos. Recién después se pudo hablar de otros negocios. Con Pilca empezó el Mercosur. ¿Alguna vez tendrá un monumento por ello?

José Sarney y Raúl Alfonsín bancando el frío de julio de 1987 en Pilca, donde nació el Mercosur.

Pilca debe medirse también por otro resultado: tranquiliza a nuestros compradores. Posibilita pensar a escala el CAREM, que deberá exportarse de a decenas. En el campo de los Small Modular Nuclear Reactors (SMRs), las plantas chicas de construcción modular y seguridad inherente, estábamos casi solos en los ’90.

Hoy tenemos 17 competidores en otros 7 países (China, la India, Rusia, EEUU, Canadá, Corea, Pakistán). Los 3 primeros ya tienen sus propios SMRs funcionando. Sin embargo el reactor más peligroso en términos de competencia para el CAREM es el NuScale de los EEUU, muy imitativo del nuestro y todavía en planos. Pero ya con más de 80 empresas privadas asociadas y todo el apoyo del estado federal, el NuScale se constituyó en “proyecto de bandera”, símbolo del renacimiento nuclear yanqui tras 40 años de decadencia.

El CAREM está en construcción, pero este gobierno la atrasó muchísimo. Se está configurando una rivalidad comercial muy asimétrica. Si Pilca sigue en marcha, no es imposible que algún futuro presidente estadounidense quiera repetir “la Gran Jimmy Carter”, recordando al mandatario que en 1978 trató de espantarnos a Perú por boicot de combustible. Si se esto sucediera, no tendríamos otra salida que ampliar y modernizar la instalación, para defender el futuro comercial del CAREM.

Lector/a: saque un balance. Gracias a Pilca, estamos hablando de competir en tecnología nuclear con los que la inventaron.

El nombre de Pilca es anatema para las potencias nucleares dominantes. Desde que existe, aquí son un poco menos dominantes. Pero todavía pueden lo suyo: una de las medidas del extraño ingeniero Mauricio Macri y de su Subsecretario de Energía Nuclear, el sociólógo Julián Gadano, fue dejarla fuera de operaciones. Oficialmente, la planta “se descompuso” en junio de 2016: al parecer, no se la reparó… durante tres años. En su difícil historia de vida, Pilca estuvo casi siempre clausurada, salvo durante la breve década de nuestro renacimiento nuclear. Ahora se habla de reactivarla para una corrida de comprobación en Octubre. ¿Les creemos?

Sala de comandos de la planta piloto de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu.

Próximo paso posible, si a Macri y Gadano les dan los tiempos: comunicar oficialmente la renuncia al enriquecimiento, rosquear la complicidad legislativa necesaria y luego firmar de apuro, en crudo, sin alharaca, sin revisión y sin una discusión previa con Brasil, el llamado “Protocolo Adicional” del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Es legalmente difícil: nuestro acuerdo de salvaguardias con Brasil es cuatripartito, involucra a Argentina, Brasil y dos entes de inspección, la Agencia Brasileño Argentina de Contabilidad y Control (ABBAC) y el OIEA de Naciones Unidas.

Sería difícil  imaginar un modo argento y unilateral de firmar un Protocolo Adicional, pero ya traicionamos diplomáticamente a Brasil una vez, en letra y espíritu. Sarney y Alfonsín habían construido la ABBAC precisamente para que nuestros dos países se inspeccionaran recíprocamente, pero sin TNP, es decir con exclusión de terceros. La ABBAC nació para eliminar sospechas regionales sin tener que soportar esa lesa soberanía tecnológica que supone ser inspeccionado en tiempo real y de forma legal por todo el Consejo de Seguridad: si quieren espiarnos, páguenle a sus 007. ¿Qué hicieron el presidente Carlos Menem y su canciller Guido Di Tella en 1995? Firmaron el TNP por sorpresa y sin avisar siquiera a Brasil. De modo que si se trata de deteriorar aún más la situación, el gobierno alquila buenos rábulas y algo se les puede a ocurrir.

Y el Protocolo aquí congelaría todo. Es legalmente más devastador que chatarrear la planta. En los términos deliberadamente burdos y generales de su redacción actual,  todo intento futuro de resucitar Pilca nos volvería, automáticamente, “sospechosos de proliferación armamentista”. Más que un monumento, Macri y Gadano a Pilca le preparan una lápida.

            ¿Continuará?