EE.UU. – Irán: la guerra improbable

El conflicto -que ya lleva cuatro décadas, desde el derrocamiento del Shah por la Revolución Islámica de Khomeini- entre los Estados Unidos e Irán, está de nuevo desde hace algunos meses en la tapa de los medios, impulsado por tweets de Trump y advertencias de los ayatolás. Gran Bretaña se ha puesto, con algo de renuencia al lado de los EE.UU., y es previsible que el próximo primer ministro, Boris Johnson, lo refirme (más le vale). La Unión Europea trata de defender el statu quo. Para nosotros, los argentinos, es un escenario distante… en un planeta pequeño.

Por eso consideramos oportuno reproducir este reciente y valioso análisis de Omar Locatelli, director de la Editorial Universitaria del Ejército, Ministerio de Defensa.

«Cuando el 12 de mayo pasado cuatro petroleros que estaban anclados en el puerto de Fujairah en los Emiratos Árabes Unidos fueron atacados, la comunidad internacional volvió sus ojos a un paso marítimo de singular importancia geopolítica y de permanente ebullición: el estrecho de Ormuz, en el Golfo de Omán. Un 30 % del petróleo de la Región sale por este estrecho, que enfrenta costas de Irán y de Arabia Saudita, países en conflicto. Más aún, el derrotero marítimo de los buques petroleros atraviesa zonas en conflicto como Yemen, donde los rebeldes Houtis, apoyados por las fuerzas iraníes de élite, enfrenta al gobierno apoyado por las petro-monarquías de la península arábiga, encabezada por Arabia Saudita, sin una solución clara a la vista.

La opinión generalizada del momento, dirigida por EE. UU. a través de su secretario de Estado, Mike Pompeo, culpó a Irán por las acciones, en razón de buscar subir el precio del crudo a fin de obtener mayores ganancias. Dos días después de los atentados, un dron atacó una estación de bombeo del oleoducto saudí que va de Este a Oeste. El ataque fue ejecutado por el grupo rebelde Ansar Allah perteneciente a los Houtis, pero Irán no reconoció su participación.

Para reforzar su acusación, EE. UU. mostró evidencia recolectada por el destructor USS Mason que, horas antes de la explosión en los buques petroleros, detectó a 20 pequeñas embarcaciones del Cuerpo de Guardias de la Revolución Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) que ingresaban en aguas de los Emiratos Árabes Unidos, en dirección a donde estaban fondeados los petroleros. Se supuso que las explosiones fueron consecuencia de minas magnéticas plantadas por buzos iraníes.

La especulación de EE. UU. es que las acciones fueron una respuesta al despliegue en la región de bombarderos B-52, de una batería Patriot de defensa aérea y del buque de desembarco anfibio USS Arlington. Por su parte, el Consejo de Cooperación del Golfo (GCC, por sus siglas en inglés) se limitó a atribuir los ataques a algunos países que trataban de desestabilizar la seguridad de la región, sin especificar a cuáles se referían. Lo único que expresó referido a Irán fue un llamado a evitar interferir en los asuntos internos de otros países, evitar apoyar a organizaciones terroristas internacionales y evitar amenazar la libre navegación marítima.

En su momento la comunidad internacional también supuso que el incidente había concluido.

La chispa de la guerra

La primera semana de junio, el jefe del Comando Central de EE. UU., general Frank McKenzie, declaró ante la prensa en su recorrida por Medio Oriente que Irán o alguno de sus apoderados (llamados proxis) podrían ejecutar un ataque en cualquier momento. Nunca supuso que, apenas unos días después, los hechos le darían la razón. El 13 de junio, dos petroleros rentados por Japón fueron atacados en su paso por el estrecho de Ormuz, a solo 24 millas de una base del IRGC. El buque Front Altair sufrió una explosión en su casco, lo que forzó que su tripulación lo abandonara y rescatada por un buque iraní. El segundo petrolero, el Kokuka Courageos, se incendió y quedó a la deriva, luego de haber sido, supuestamente, atacado por un torpedo. En este caso, sus tripulantes fueron rescatados por el USS Bainbridge que estaba en la zona.

A final de aquel día, el vocero del Comando Central de EE. UU., capitán Bill Urban, hizo público un video donde se observa a una pequeña embarcación iraní cercana al petrolero con un pequeño artefacto sobre el costado del buque. Agregó que “a las 0410 pm un barco patrulla de la IRGC clase Gashti se aproximó al Kokuka Courageous con lo que se identificó como una supuesta mina magnética pegada al casco”.

El mismo día, el secretario Pompeo culpó a Irán por el “evidente asalto” a los petroleros. Su evidencia se basó en los datos aportados por la propia inteligencia, en el tipo de armas usadas y en el nivel de expertisse demostrado, pues solamente las milicias iraníes tienen los recursos y la profesionalidad para ejecutar tan sofisticada operación. Además, los rumbos en el casco de los buques fueron realizados sobre la línea de flotación, lo que hace suponer que se trató de una advertencia de quien lo haya realizado.

Por rara coincidencia, ambos ataques se produjeron cuando el premier japonés, Shinzo Abe, se encontraba en Irán como posible mediador en las conversaciones entre EE. UU. e Irán por el acuerdo nuclear. La escalada al conflicto comenzaba a instalarse.

Del Golfo de Tonkín al de Omán

En agosto de 1964 ocurrió una situación algo similar, cuando el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, dijo que fuerzas norvietnamitas habían atacado dos veces a destructores de los EE. UU. en el golfo de Tonkín. Luego se comprobó que las acciones fueron exageradas en favor de quienes buscaban hacer ingresar a EE. UU. en la guerra que mantenía Vietnam del Sur contra Vietnam del Norte. El hecho fue el punto de inflexión para la intervención masiva de tropas regulares estadounidenses en el conflicto.

El ataque a los petroleros, en junio de 2019, ocasionó que Trump, al igual que en su momento Johnson, decidiera enviar 1000 tropas más a Medio Oriente como forma de intimidación en una supuesta escalada en contra de Irán. El interrogante se plantea en si también en esta oportunidad EE. UU. está dispuesto a iniciar un conflicto armado de difícil final.

La primera reflexión es que Trump, hasta ese momento, había actuado de manera impulsiva para amedrentar a sus eventuales oponentes. El mismo Trump en su libro The art of deal (El arte del acuerdo) propone la conveniencia de proyectar una imagen amenazadora inflexible para disminuir las expectativas del bando opositor y discutir en una posición ventajosa. Los iraníes, herederos de la ancestral e ingeniosa diplomacia persa, respondieron sin amedrentarse, anunciando que incrementarían el enriquecimiento de uranio, con miras a lograr una mayor cantidad de lo estipulado en el acuerdo vulnerado por EE. UU. Más aún, su jefe de Estado Mayor, Mohammed Baqueri, respondió al despliegue militar estadounidense diciendo que su país estaba listo para “dar una respuesta aplastante”. Por su parte, como complemento, el canciller iraní, Mohammed Zarif, respondió a un tweet de Trump que anunciaba “el final oficial” de Irán si amenazaba a EE. UU., diciendo que “Irán llegará a ver el final de Trump; pero él no verá el de Irán”.

La cancillería iraní acusó a EE. UU. de utilizar una “diplomacia del sabotaje”, aduciendo que nunca podrían haber sido los responsables cuando fueron los primeros en llegar al rescate de los tripulantes siniestrados. Más allá de la insistencia diplomática norteamericana sobre la responsabilidad iraní en el ataque, la herencia de la guerra de Vietnam obra en su contra. En 1964, EE. UU. incursionó en un lugar en el cual ya los franceses habían tenido que rendir sus fuerzas. En este caso, EE. UU. en dos ocasiones incursionó en el Golfo Pérsico para imponer su voluntad. No obstante, el territorio iraní reviste características muy diferentes a los arenosos desiertos iraquíes, con una orografía que impone respeto y que facilita a sus defensores operaciones defensivas y de retardo de magnitud. En razón de ello es que Trump explicó que con un pequeño incremento de fuerzas alcanzaría para el apoyo a las acciones en desarrollo, no para iniciar un desembarco.

En el 64, EE. UU. entró solo en el conflicto como forma de balancear el apoyo chino a los vietcongs. Hoy en día, si bien cuenta con el apoyo israelí y de los países islámicos sunitas en contra de la masa shiíta iraní, también se enfrentaría de manera solitaria a los iraníes, pues algunas de las potencias que lo acompañaron en sus anteriores incursiones en el golfo mantienen su firma en el acuerdo de control nuclear sobre Irán como última ratio para impedir una escalada en la región. Enfrentar a Irán solo no es lo mismo que hacerlo contra el Iraq de Saddam Hussein.

Por último, al igual que en 1964, un conflicto armado con Irán, tendría la total desaprobación, tanto de sus propios legisladores como de su población en general. Al respecto, ambas sociedades rechazarían una acción militar de magnitud, que los involucre en un final incierto, en una región de profunda necesidad para la comunidad internacional.

La supuesta escalada parecía controlada y sin aprestos bélicos.

Del dicho al hecho, hay un dron en el estrecho

Tres días después del ataque a los petroleros, Trump, como forma de presentarse ganador, ratificó el envío de una mayor cantidad de tropas sobre las 1500 enviadas en mayo último, hasta llegar a un eventual máximo de 6000. Por su parte, la Organización de Energía Atómica de Irán dijo que en 10 días produciría y mantendría una mayor cantidad de uranio enriquecido que el autorizado en el acuerdo que había roto EE. UU., si los otros firmantes no accedían a ayudarlo a mitigar las severas sanciones impuestas por EE. UU. El vocero de la organización atómica iraní, Behruoz Kamalvandi, justificó el enriquecimiento de uranio a un nivel mayor al 20 % de pureza para ser usado en un reactor dado por EE. UU. en 1967 que se usa para crear isótopos empleados en tratamientos médicos.

El jueves 20 de junio, a las 4:05, un dron de EE. UU. modelo RQ-4 Global Hawk fue derribado por un misil iraní tierra-aire. Nuevamente, los tambores bélicos sonaban su alerta de combate. Los iraníes adujeron que el dron volaba sobre aguas territoriales 8 millas dentro de las 12 permitidas. Por su parte EE. UU. lo ubicaba sobre aguas internacionales del estrecho de Ormuz.

Los halcones de EE. UU., el secretario de Estado Pompeo, su asesor de seguridad nacional Bolton y la directora de la CIA Haspel, asesoraban que la única respuesta era un bombardeo sobre Irán. El país persa, por su parte, declaraba a través de una carta al Consejo de Seguridad de la ONU que el dron ignoró reiteradas advertencias radiales antes de ser derribado. Su embajador ante la ONU agregó además que “Teherán no busca la guerra pero que está vigorosamente determinado a defender su tierra, mar y aire”. Los legisladores demócratas de EE. UU. buscaron bajar la intensidad de la escalada aduciendo que el presidente necesitaba la aprobación del Congreso para iniciar cualquier acción ofensiva al respecto.

Trump, por su parte, dudaba al decir en su reunión con el premier canadiense que “vamos a ver qué sucede”. Horas más tarde en otra aparición pública buscó evitar una seria crisis militar al culpar del hecho a los líderes iraníes diciendo que “alguien perdido y estúpido” fue el responsable de derribar al dron, lo que era “un gran error”.

Al buscar una opinión militar, el comandante aéreo de EE. UU. en el Comando Central en Medio Oriente, teniente general Joseph Guastella, manifestó que el dron volaba sobre aguas internacionales, pero que no obstante cualquier ataque involucraría “civiles inocentes”. Su contraparte iraní, el comandante en jefe del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, Hossein Salami, dijo que la frontera del país es “su línea roja”. Sin embargo, agregó que “no estamos dispuestos a involucrarnos en una guerra con cualquier país, pero estamos totalmente preparados para la guerra”.

Las tensiones se calmaron cuando el asesor de EE. UU. John Bolton dijo el 25 de junio en una reunión en Jerusalén que la intensión general es hacer que Irán se encamine hacia un nuevo acuerdo nuclear. Agregó además que su presidente Trump había dejado “ una puerta abierta para las negociaciones reales”.

El garrote diplomático

Las dubitativas intenciones de Trump guardan relación con las máximas del presidente Theodore Roosevelt en relación a las amenazas militares extranjeras: “habla fuerte y lleva un pequeño garrote. O lleva un garrote grande, pero agítalo mucho y úsalo poco”.

Las demostraciones de ambos gobiernos llegarán hasta que la escalada diplomática sienta la necesidad de más que un apoyo militar a sus declamaciones. Los tambores de guerra podrán seguir sonando, pero solamente para llamar a quienes los escuchan a fin de la firma de un acuerdo con diferente letra mas con una misma finalidad: mantener el adecuado flujo de petróleo para el mundo».

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