Por Javier M. Ekboir (*)
En los últimos meses hubo reclamos por la caída del presupuesto público para investigación en Argentina. Si bien es cierto que el gasto en ciencia se redujo fuertemente, no es una situación nueva ni es el único problema de la ciencia en el país. Una búsqueda rápida en Google muestra que esta discusión, en términos casi idénticos, se dio en el país periódicamente desde, por lo menos, el retorno de la democracia.
La discusión, entonces, debería centrarse en por qué no pudo el país desarrollar un sistema científico de nivel internacional y cómo puede hacerlo. Este comentario se refiere al sistema; hay que reconocer que han surgido algunos investigadores y centros de primer nivel internacional.
Argentina no está sola en esta discusión ya que nos precedieron muchos países, incluyendo los de la Comunidad Europea, de la OCDE, China y Singapur. Y si bien las propuestas de políticas han sido similares en todos los casos, las disparidades en los resultados alcanzados muestran la dificultad de implementarlas.
Los reclamos por mayores inversiones públicas en ciencia comenzaron en 1945 en Estados Unidos con la publicación de Ciencia – la frontera ilimitada. Esta publicación argumentaba que la ciencia, especialmente la básica, era la base de todo conocimiento, que las investigaciones científicas eventualmente siempre generaban beneficios económicos y sociales, y que sólo los investigadores podían decidir qué se debía investigar y evaluarse a sí mismos. Estos principios fueron la base de las políticas científicas por cerca de 50 años y a veces todavía se escuchan estos argumentos.
A partir de la década del 90, los estudios sobre gestión de la ciencia descubrieron tres hechos importantes. Primero, que la calidad de los investigadores tiene una distribución muy asimétrica; es decir unos pocos investigadores sobresalen y la gran mayoría están por debajo de la media. Por ejemplo, menos del 10% de las universidades norteamericanas se consideran de alta calidad.
Con la globalización todos los investigadores del mundo comenzaron a competir entre sí, lo que hizo más evidentes las diferencias de calidad. Si bien no hay estudios sobre el tema, es de esperar que la calidad de los investigadores argentinos tenga la misma distribución que en el resto del mundo. Segundo, que los beneficios de las actividades científicas dependen no sólo de su calidad sino también de cómo los investigadores interactúan con actores no académicos del sistema de innovación. Tercero, que la autorregulación de los investigadores a menudo fracasa lo que resulta en sistemas científicos de baja calidad, aunque en los mismos es posible encontrar algunos investigadores de altísimo nivel.
Por esta razón, es necesario tener sistemas de evaluación gestionados por actores no académicos. Estos problemas aumentaron en los últimos años por la creciente complejidad de las investigaciones científicas, el rápido crecimiento del stock de conocimientos científicos y la globalización de la ciencia.
De acuerdo con las políticas científicas modernas los tres factores más importantes para fortalecer los sistemas científicos son el énfasis en una rigurosa evaluación, las interacciones con actores no académicos y el sostenimiento de las políticas por varias décadas. Es decir, los presupuestos adecuados son necesarios pero no alcanzan si no se establecen sistemas de evaluación de las instituciones y de los investigadores adecuados y efectivos (especialmente con evaluadores internacionales para minimizar posibles conflictos de intereses).
También es decisivo promover la integración de los investigadores en redes internacionales de investigación e innovación, impulsar la participación de investigadores extranjeros en investigaciones en el país, instituir incentivos para la integración de los científicos en el sistema nacional de innovación, definir prioridades para el sistema y (permitir la participación de actores interesados no académicos (stakeholders) en la gobernanza del sistema de investigación y de sus centros.
La experiencia internacional demuestra que es muy difícil fortalecer los sistemas nacionales de investigación ya que se requieren inversiones importantes, estabilidad en las políticas y programas de fortalecimiento institucional. Por ejemplo, China y la Comunidad Europea han mantenido por más de 20 años políticas científicas con los “componentes apropiados” pero los resultados han sido muy variables.
En síntesis, la discusión sobre el presente y futuro del sistema nacional de investigación no puede reducirse a reclamos por mayor presupuesto. Es necesario que todos los actores interesados, académicos y no académicos, trabajen con los partidos políticos para definir una política de estado para la ciencia y que se comprometan los recursos financieros, humanos y organizacionales necesarios para su implementación. Finalmente, es necesario monitorear la implementación de las políticas y que los responsables de implementarlas rindan cuentas de los avances de la implementación.
(*) Doctor en economía agraria (Universidad de California, Davis), especialista en políticas científicas y de innovación; consultor de organismos internacionales, gobiernos y actores privados y de la sociedad civil.