Otra vez, como hace 150 años, los Estados Unidos están divididos territorialmente. Gobernadores de 23 estados -Demócratas y Republicanos- se enfrentan al gobierno central. Pero esta vez no encabezan la lid Lincoln y Jefferson Davis, de Virginia. Ni el tema que despierta emociones es la esclavitud.
Encabezan esos bandos Trump y el gobernador de California, Gavin Newsom. Y, en estos tiempos posmodernos, lo inaceptable es la contaminación.
Sorpresa: los fabricantes de autos en su gran mayoría se alinean con Newsom. En una carta firmada por 17 de los CEOs le dicen al Donald que sus reglas podrían terminar causando menores beneficios. Que es una bandera mucho más concreta que los derechos de los estados.
Nuestro Daniel Arias resume el asunto, y apunta a lo que nos puede importar (en los dos sentidos de la palabra) a los argentinos.
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Temerosos de una división técnica y comercial del mayor mercado automotriz de la Tierra, que los obligaría a duplicar su oferta de modelos, los 17 mayores fabricantes nacionales y extranjeros se alinean con el estado de California y contra la nueva administración de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) del presidente Donald Trump.
La legislación anterior promovida por la EPA del presidente Barack Obama se fijaba metas de eficiencia térmica que en la Argentina parecen casi irreales: en 2025 los modelos familiares más gastadores, las SUV, aquí llamadas «4×4», que en EEUU son mayormente nafteras, debían llegar a 23,78 km. por litro, una meta difícil para vehículos de gran sección frontal, más bien «cuadrados» y poco aerodinámicos, y con motores de alta cilindrada. Obama apuntaba a apalancar las ventas de vehículos híbridos (con motorización doble, térmica y eléctrica), o directamente eléctricos, en contra del motor de combustión interna que se impuso desde la segunda década del siglo XX. La nueva EPA de Trump impone 16 km. por litro en 2025, lo que para las automotrices no supone ningún cambio tecnológico: motores grandes, de menor compresión, quemado y eficiencia: «business as usual».
Ante la perspectiva de un caos legal entre estados permisivos y estados restrictivos (un auto comprado en Utah podría ser multado si trata de circular en la vecina California), 13 otros gobernadores -varios de ellos republicanos- también rechazan los nuevos límites permisivos de emisión y kilometraje y adhieren al austero standard californiano. Canadá, que en términos automotrices es más parte del mercado estadounidense como autopartista y también como comprador que un país independiente, adhiere a «los nuevos estados rebeldes». México, el integrantes más sometido de ese pacto comercial llamado con toda justicia NAFTA, por ahora no toma partido.
Es una rara paradoja. Quienes iniciaron el lobby para flexibilizar las reglas EPA de Barack Obama fueron las propias automotrices. Pero según el New York Times perdieron el control cuando se les sumó otro lobby mucho más «talibán»: el del «downstream» petrolero, es decir la industria de refinería y distribución de nafta, que en esta guerra contra los motores chicos y ahorrativos no tiene nada que perder, y todo por ganar. Los fabricantes europeos y japoneses que fabrican y/o venden en EEUU, obligados a normas muy estrictas, en cambio, con la EPA de Trump tienen todo por perder: derrochan en eficiencia.
El único jugador internacional que por ahora no se alinea con California y contra Trump es Chrysler-Fiat. El resto elige negociar antes con el gobernador californiano Gavin Newsom que con el presidente de la nación, Donald Trump. Lo hacen en parte porque creen que el tema ya está altamente judicializado y terminará más temprano que tarde en la Corte Suprema. Y allí no es improbable que Trump derrape, pese a que ese órgano federal hoy está dominado por jueces republicanos. Más allá de sus alineaciones partidarias, no son impermeables a las críticas de los multimedios, que con excepciones raras como Fox News, en este tema cargan contra el presidente.
Esta lucha puede parecernos remota o demasiado ideológica, dado que se inscribe en el marco del negacionismo prácticamente terraplanista del gobierno de Trump respecto del calentamiento global. Parecería que no tenemos arte ni parte en ella. Sin embargo, afecta de varios modos a la Argentina.
La industria automotriz es muy concentrada, muy global y tiene la costumbre de mandar todo lo que ya no se puede vender en EEUU, sea por nuevas normas de eficiencia o de seguridad, a los países sudamericanos y africanos. Esta práctica nos resulta inmemorialmente letal: más accidentes, y fundamentalmente, más contaminación aérea en las grandes ciudades, lo que significa pérdidas significativas de expectativa de vida por Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC).
Los nuevos fabricantes chinos, algunos de los cuales ya alcanzan normas de calidad como para exportar, encontrarán oportunidades múltiples. Ellos también pueden fabricar dos versiones del mismo vehículo, una eficiente y otra ineficiente, y ganar en ambos frentes. En el mundo pobre o de mediano desarrollo, podrán competir simplemente por costos contra autos americanos o europeos también contaminantes pero más caros. Y en su propio mercado también tendrán ventajas, pero para-arancelarias. En las llanuras costeras del sur de la China la contaminación aérea de las grandes ciudades es espantosa, incluso medida contra los estándares de casos célebres como Santiago de Chile, Mendoza Capital y Córdoba Capital.
Allí en las megalópolis costeras, el aire cargado de partículas de hollín de bajo peso molecular está matando su buen medio millón de ciudadanos/año. Esto sucede no tanto por las emisiones de caños de escape, sino por las de las chimeneas de la industria eléctrica: el carbón provee casi toda el consumo chino. De modo que poniéndole candados para-arancelarios a la importación de automóviles extranjeros para defender los pulmones de sus compatriotas, los chinos se volverán invencibles en casa con sus vehículos híbridos, eléctricos puros, o simplemente térmicos, pero compatibilizados con las normas californianas.
A río revuelto…
Daniel E. Arias