Reproducimos esta columna de Javier Salas, periodista científico de El País, porque describe la influencia decisiva, a su juicio desproporcionada, que ejercen las grandes compañías tecnológicas Google, Facebook, Amazon, Microsoft, Apple, IBM en el desarrollo de un campo tan clave para el futuro como es el de la inteligencia artificial. Influencia no solo en sus aplicaciones, lo que es obvio y esperable; también en la investigación científica. Y aunque son empresas estadounidenses, su influencia se ejerce naturalmente en gran parte del mundo.
En AgendAR agregamos al final un comentario sobre lo que está pasando en otra parte del mundo. Y lo que podemos hacer los argentinos en este contexto:
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«El futuro de la inteligencia artificial genera muchos debates porque será decisiva en campos tan serios como la medicina, las guerras, el trabajo o incluso las relaciones humanas. Sin embargo, esos debates a menudo ignoran un asunto que sobrevuela a todos los demás: el desarrollo de las máquinas pensantes ha sido conquistado por empresas tecnológicas que están definiendo cómo será ese futuro.
Compañías como Google, Facebook, Amazon, Microsoft, Apple e IBM fichan a los mejores expertos en inteligencia artificial de todo el mundo, esquilman departamentos universitarios enteros para cubrir sus necesidades, compran las empresas incipientes del sector y marcan el rumbo de la investigación con becas y ayudas.
Así, un campo científico tan determinante como la inteligencia artificial puede estar volcado excesivamente en los intereses comerciales de estos negocios. Como dijo un antiguo jefe de datos de Facebook: “Las mejores mentes de mi generación se dedican a pensar cómo hacer que la gente haga click en anuncios. Es un asco”.
«Lo que ha sucedido en los últimos años es un éxodo de grupos enteros a laboratorios de empresas tecnológicas», afirma Nuria Oliver, que formó parte del primer grupo de sabios del gobierno español en inteligencia artificial. En enero de 2015, desaparecieron de golpe más de 50 especialistas en robótica de la Universidad Carnegie Mellon, pionera en inteligencia artificial, incluidos directores de departamentos: habían fichado casi en bloque por Uber para desarrollar el cerebro de sus coches autónomos. «El dominio de las compañías con intereses comerciales es muy grande», critica Oliver, «y no es una situación positiva, el impacto de sus millones de dólares está definiendo este campo con una gran asimetría».
«El dinero manda», advierte Miguel Ángel Carreira-Perpiñán, especialista en machine learning (aprendizaje automático) de la Universidad de California en Merced. «La empresa se centra en proyectos a corto plazo relacionados con productos: Amazon lo mismo te mata un proyecto de investigación porque de un año para otro ya no le interesa, cuando en la universidad estamos centrados en problemas serios o profundos de machine learning que no se resuelven de un día para otro», resume. «Ahora mismo la mayor parte de los investigadores están en manos del sector privado. Está claro que eso va a marcar el paso», lamenta.
Los tres últimos ganadores del Nobel de Informática, el Premio Turing, trabajan al más alto nivel asesorando a las grandes tecnológicas. Su historia describe a la perfección la trayectoria de la inteligencia artificial. Cuando en 2004 se ponía en duda que las redes neuronales pudieran funcionar, incluidos los creadores de Google, estos tres científicos europeos se asociaron desde sus universidades para avanzar en esta investigación, trampolín esencial para tecnologías actuales como el reconocimiento facial, los coches automáticos o los asistentes virtuales. El británico Geoffrey Hinton (Universidad de Toronto) y los franceses Yoshua Bengio (Universidad de Montreal) y Yann LeCun (Universidad de Nueva York) desarrollaron este campo gracias a un trabajo puramente académico financiado con fondos canadienses. LeCun dirige desde 2013 la investigación en inteligencia artificial de Facebook. Hinton y Bengio crearon sendas empresas para desarrollar sus trabajos académicos y las dos fueron compradas por Google y Microsoft, respectivamente, consiguiendo así hacerse con sus servicios.
Es una estrategia habitual para fichar talento: comprar startups de inteligencia artificial para adquirir los cerebros humanos que trabajan allí. Apple, Google, Facebook, Microsoft y Amazon han adquirido casi sesenta compañías especializadas y han invertido en más de ciento veinte en los últimos siete años (de 2015 a 2018 el ritmo de creación de estas startups ha crecido un 118%). Una de ellas es DeepMind, que nació de los laboratorios de la University College de Londres antes de ser adquirida por Google en 2014 por 500 millones de dólares. DeepMind es ahora la punta de lanza de la investigación en inteligencia artificial, con vistosos logros que saltan directamente a la portada de las principales revistas científicas.
Los sueldos en estas compañías superan con mucho los que se pagan incluso en las mejores universidades. En 2016, la jefa del departamento de IA de Stanford, Fei-Fei Li, se quejaba de que estas empresas tentaban a sus estudiantes de doctorado con sueldos de más un millón de dólares. Un año después, Li se unía a Google como vicepresidenta. Pero la remuneración es casi lo de menos: lo decisivo son los recursos con los que cuentan para investigar. «En el centro de este tipo de investigación están las bases de datos. Y los académicos dependen de las bases de datos», explica Lorena Jaume-Palasí, que formó parte del primer grupo de sabios de la Comisión Europea sobre inteligencia artificial.
Un informe reciente de la Asociación de Investigación Informática de EE UU sobre el futuro de la inteligencia artificial asegura que «aunque la mayoría de las tecnologías subyacentes a estas bases de conocimiento se desarrollaron originalmente en el mundo académico, las universidades tienen acceso limitado o nulo a estos recursos y no tienen medios para desarrollar otros equivalentes» (PDF). Además, critica que se desarrollan «para respaldar los intereses comerciales de las empresas que los crearon, como los resultados de búsquedas y la colocación de anuncios».
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Justamente este viernes 23 de agosto la compañía tecnológica de China, Huawei, anunció el Ascend 910 como el procesador de Inteligencia Artificial (IA) más potente del mundo duplicando la velocidad del anterior modelo. (No hace falta remarcar que el presidente de EE.UU., Donald Trump, ha lanzado sanciones contra esta empresa. Es evidente que tanto EE.UU. como China piensan que la IA es una de las llaves del futuro).
Un país mediano como la Argentina no cuenta con los recursos para competir con los gigantes. Pero ha sido estimado que tiene una masa crítica de unos 50 expertos que están trabajando a primer nivel mundial. Hay trabajos muy interesantes en Ciencias Exactas de la UBA, en la Universidad Nacional del Sur y en otros centros de investigación. Debemos alentar y estimular al talento creativo que tenemos en este campo, o no seremos parte de ese futuro.