La difícil situación económica golpea a todos. Por eso, cada vez más automovilistas se vuelcan al GNC para sus vehículos. Es que la nafta es el costo que más pesa para quienes usan el auto todos los días dado que se encareció un 48% en sólo 12 meses. En la Ciudad, la súper pasó de $ 29,60 por litro a $ 43,71. Y en el interior los valores son aún más altos. Seguros, cocheras y patentes no se quedaron atrás.
Por eso, cada vez más conductores concurren a un taller especializado a modificar su auto para que pueda impulsarse con Gas Natural Comprimido (GNC). Una opción que hoy reduce a menos de la mitad el gasto de combustible.
Si bien las instalaciones de equipos de GNC venían en alza desde 2018, la tendencia tuvo una notoria aceleración este año, en especial a partir de abril. Según las últimas estadísticas del Ente Nacional Regulador del Gas (Enargas), entre ese mes y julio hubo en el país 59.698 vehículos convertidos a GNC, a un ritmo de 14.925 al mes, de casi 500 al día o de uno cada 3 minutos. Fueron un 39% más que en igual período de 2018 (42.907) y un 121% más que en ese mismo cuatrimestre del 2017 (26.950).
Según los datos oficiales, el fenómeno se intensificó mes a mes y el pico fue en julio, con 17.120 operaciones. No había tantas en un mismo mes desde hace cuatro años.
Además, si se toman los primeros siete meses de cada año, 2019 está quedando como el tercero con más conversiones desde 2006, sólo superado por 2014 y 2015. El récord histórico de la actividad fue en 2003, en coincidencia con otra grave crisis económica que erosionó el poder adquisitivo.
«Nuestra actividad es cíclica. Las épocas de mayor crisis siempre han sido las de más conversiones, porque la población se ve forzada a reducir sus gastos y el GNC le permite un ahorro inmediato mayor al 50%», comentó Horacio Magraht, el presidente de la Cámara Argentina de Productores de Equipos Completos de Gas y Afines (CAPEC).
El fenómeno es tan marcado que ni siquiera se detuvo este mes. Aún no hay datos cerrados de agosto, pero hasta este jueves ya se habían superado los altos registros de conversiones de abril y de junio. Esto pese a que, tras el salto del dólar, hubo días de parálisis. Y a que trascartón de cada zambullida del peso el precio de los equipos tuvo un fuerte ajuste: los más comunes, de «quinta generación», saltaron de unos $ 38.000 a un promedio de $ 45.500 con la instalación incluida.
Pero el ahorro en pesos/kilómetro, de $ 5.675 por mes o de $ 68 mil al año, lleva a recuperar la inversión en unos 8 meses. Si el usuario hace 1.250 kilómetros en el mes, obtiene un ahorro mensual de $ 2.837, que «paga» el costo de la conversión en 16 meses. Y los automóviles particulares argentinos, sea con uno o más dueños, hoy estiran sus ciclos de vida a más de 120 meses. El GNC le evita pérdidas al primer comprador y luego le valoriza el usado.
Lo que también impulsó las instalaciones en los últimos meses fue la reciente reducción de las tasas de interés del plan Ahora 12, que hoy le permite a la gente comprar los equipos pagando, por ejemplo, 12 cuotas de $ 4.500 o 18 de $ 3.100. Montos que prácticamente se cubren mes a mes con el ahorro que permite obtener el equipo adquirido», subrayó Gómez.
La pérdida de espacio en el baúl, una menor autonomía y una cantidad más limitada de puntos de carga están entre las incomodidades que se deben aceptar a cambio del ahorro. Así y todo, el GNC, disponible en el país desde 1984, sigue en expansión. Según un informe de la Asociación de Fábricas Argentinas de Componentes, el país tiene un parque automotor «vivo» de 13,95 millones de vehículos, de los cuales el 52% se mueve con nafta, un 34,4% con diésel y el 13,6%, con GNC.
Los ganadores no son sólo los dueños: la emisión de escape de los vehículos a GNC suele ser la más limpia en dos sentidos, el sistémico y el local. El primero beneficia al planeta: el mismo kilometraje con GNC emite menos dióxido de carbono que los combustibles líquidos. El local es urbano y sanitario: por su combustión casi perfecta, el GNC prácticamente no emite microparticulados, hollines penetrantes de muy bajo peso molecular, la causa más frecuente en nuestras ciudades de enfermedades respiratorias severas entre los no fumadores.