Un estudio muestra que cuatro de cada diez afiliados al PAMI toman ansiolíticos, antidepresivos, antipsicóticos y/o hipnóticos. La proporción es tres veces más alta en mujeres.
«Es la primera vez que podemos cuantificar la magnitud del problema», dice el psiquiatra Julián Bustin, autor principal del estudio, asesor de la secretaría general técnico médica del PAMI y jefe de la Clínica de Memoria y Gerontopsiquiatría del INECO (el Instituto de Neurología Cognitiva).
Para los autores del estudio, los resultados muestran niveles de prescripción de psicofármacos «sorprendentemente elevados» y «alarmantes». Y ponen de relieve la necesidad de concientizar tanto a los médicos de cabecera como a los pacientes y sus familiares respecto de los riesgos de esta conducta.
El estudio fue publicado en la revista especializada Vertex y se basó en el análisis de la base de datos del PAMI sobre los mayores de 60 años que recibieron prescripciones por receta electrónica en consultas ambulatorias durante 2016.
Los resultados «deben generar una señal de alerta», manifiestan los autores. El 30% de los afiliados (1.298.425 personas) recibieron al menos una indicación de ansiolítico, antidepresivo, antipsicótico o hipnótico, y de ese total las dos terceras partes (908.227) la recibieron en tres o más ocasiones. La práctica mostró ser más habitual en pacientes mujeres (75% versus 25% de hombres) y en los mayores de 75 años. Si se incluyen las recetas manuales, se calcula que 4 de cada 10 jubilados toman estos medicamentos por lo menos una vez al año.
Pero lo que causó más preocupación es que el 67% de los psicofármacos resultaron ser benzodiazepinas: una familia de fármacos ansiolíticos e hipnóticos.
«Ningún medicamento es inocuo, y está altamente demostrado que las benzodiazepinas aumentan el riesgo de somnolencia, caídas y deterioro cognitivo en el largo plazo -enfatiza Bustin-. Además, causan cierta dependencia, se necesitan cada vez dosis más altas (para producir el efecto) y producen síndrome de abstinencia cuando dejan de tomar se. Solo deberían usarse durante no más de dos semanas, para casos específicos de insomnio y ansiedad».
Una de las dificultades es la naturalización y banalización del consumo. «Muchos pacientes están tan acostumbrados a que formen parte de su vida que no los cuentan como medicamentos», sostiene la médica clínica María Noble, directora del curso de atención primaria de la Sociedad Argentina de Medicina Interna, integrante de la iniciativa Inter-Especialidades y también asesora del PAMI. «Es similar a lo que ocurre con las aspirinas».
Las benzodiazepinas se indican por cuenta propia, se adoptan casi como fetiches y se convidan a familiares y amigos. En un reciente artículo en El País Semanal, el escritor español Juan José Millás (73) cuenta que para tratar un súbito ataque de ansiedad decidió tomarse Orfidal (lorazepam) antes de salir de casa, el mismo fármaco que usa «para dormir, desde hace años». Días atrás se conoció el caso de un joven profesor de inglés argentino detenido en Omán durante cuatro días porque la policía en el aeropuerto le encontró un blíster de Rivotril (clonazepam): «Me lo había dado mi mamá porque me veía un poco deprimido después de una ruptura amorosa», explicó.
En los Estados Unidos, donde las prescripciones de estos fármacos crecieron un 67% entre 1996 y 2013, algunos expertos ya anticipan una epidemia de adicción a estos fármacos más seria y aterrorizante que la crisis de opioides. Y también culpan a las compañías farmacéuticas por sus campañas engañosas de marketing.
Alternativas
En su libro El estigma de la enfermedad mental y la psiquiatría (Paidós, 2018), el psiquiatra de Ineco y la Fundación Favaloro Marcelo Cetkovich argumenta que una de las razones que propicia el abuso de ansiolíticos, a menudo sin supervisión médica adecuada, «es la extraordinaria eficacia de estos medicamentos, aunque no están desprovistos de efectos indeseables».
Pero también operan otros factores. Bustin sospecha que «muchas veces, los profesionales creen que la relación médico-paciente se va a ver afectada» si rehúsan indicar esos fármacos o proponen su discontinuación. Noble agrega que otros pacientes se asustan cuando intentan dejarlos de golpe y experimentan insomnio de rebote y otros síntomas de la abstinencia.
Para Gerardo Fridman, un doctor en Farmacia de la UBA que constató que el alza del consumo de psicofármacos en el nordeste argentino triplicó el ritmo de crecimiento poblacional entre 2004 y 2013, el mal uso de las benzodiazepinas se debe en gran parte a su indicación por médicos que no son especialistas. «Yo nunca vi la receta de un psiquiatra con un antihipertensivo, un hipoglucemiante, un antiartrósico, un anticonceptivo o un antiprostático. Pero sí veo traumatólogos, cardiólogos, endocrinólogos, ginecólogos y hasta oftalmólogos que prescriben clonazepam o alprazolam como si nada», afirma desde la farmacia donde trabaja en la ciudad de Corrientes.
¿Cuál es la salida? Según Bustin, «la forma de resolver el problema es que la población general y los profesionales conozcan los beneficios y los efectos adversos de estos medicamentos. Y empezar el tratamiento solo cuando hay indicaciones claras».
El farmacólogo Gerardo Fridman afirma que el consumo de psicofármacos crece aceleradamente. La suspensión después del uso prolongado debe hacerse de forma gradual, para evitar la abstinencia. «Es un camino lento que requiere tiempo y cercanía», afirma María Noble, de la Sociedad Argentina de Medicina Interna. Los médicos también aconsejan probar estrategias alternativas para manejar el insomnio y la ansiedad, desde la higiene del sueño (por ejemplo, evitar comidas abundantes, cafeína o ejercicios antes de irse a acostar) hasta el yoga o la meditación.