Argentina en el mar – II

ARA Puerto Deseado: el barquito que nos salvó de tener que pagarle a la ONU por explotar nuestros propios fondos abisales

Segundo de los capítulos dedicados a una epopeya que logró que a Argentina se le reconociera soberanía sobre una extensión de océano equivalente al 48 % de todo su territorio. A diferencia de las conquistas que conocemos de la historia, esta no requería armas y astucia, sino esfuerzo y preparación científica. Y también coraje personal. Tenemos heróes en nuestro tiempoArias menciona aquí a algunos.

Agregamos un documental de 50 minutos: La nueva frontera. Plataforma submarina.

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En 2001 la COPLA cargaba con otro problema nada ajeno al conocido ministro Cavallo, cuya opinión de los científicos argentinos sigue siendo famosa. Debido a más de una década de atraso tecnológico en los sensores de los barcos oceanográficos del CONICET, COPLA debía alquilar las naves de prospección a las petroleras.

Ellas tienen mucho y muy buen equipo para “ecografiar” e incluso sacar muestras de fondos profundos. COPLA también venía acumulando datos “de ocasión”, vendidos y a veces donados por las potencias oceanográficas, cuyos buques curiosean nuestros ámbitos, pero ya se sabe: a veces uno encuentra plata tirada en la calle. Lo que no se puede es vivir de encontrar plata tirada en la calle.

Y sorpresa, en sus infinitos recortes del gasto estatal, el que te dije le acababa de “chafar” sus 40 palos verdes a la COPLA.

Las tormentas del Mingo son perfectas. El 20 de diciembre de 2001, tras la mayor fuga de capitales al exterior de su historia y el robo de los ahorros de millones de pequeños ahorristas, mientras el presidente Fernando De la Rúa decretaba el estado de sitio, ascendía en helicóptero y hundía al país en asesinatos policiales (39 personas, 9 de ellas adolescentes, la menor una nena de 13); entre los saqueos, los incendios y el caos, un capitán noruego le pasó un mensaje al canciller saliente o el entrante, le daba igual, a saber: que COPLA abonara de una puta vez lo debido o tiraba a los científicos argentinos al mar (sic). Por suerte los noruegos son “cool” y ya el Mingo hacía ya una década que no afligía al Palacio San Martín con su moderna visión de la economía. De otro modo, nuestros científicos todavía seguirían lavando platos a bordo, para cubrir la deuda.

Lo que se pactó en 2002 con la empresa de geofísica de fondos fue pragmático. Zarpado desde Marpla el 10 de diciembre de 2001, el 20 de aquel mes el barco con los científicos de COPLA avanzaba despacio hacia el Sur. Cuando el capitán mandó su elocuente mensaje a un país acéfalo, trabajaba a 400 millas de la costa, frente a la desembocadura del Río Colorado. ¿Para qué hacerlo volver? Eso no evaporaría la deuda, argumentó COPLA, casi hablando sola ante la puerta giratoria de por la que 4 presidentes interinos entraban y salían de la Casa Rosada en 10 días.

Quedó Eduardo Duhalde al frente del incendio social, con pronóstico presidencial reservado. Sobre esa base, COPLA acordó con los noruegos que la prospección continuara hacia el Sur, como si tal cosa. Si la Argentina implotaba, la firma podría apropiarse de los datos generados: interesados sobrarían, cuantimás si aparecían evidencias de cosas valiosas. Como sabe el mundo entero, (ver Somalía), lo primero que pierde un estado costero fracasado son sus mares, empezando por los peces. Si en cambio la Argentina sobrevivía y garpaba, los estudios eran nuestros. En 2003 COPLA puso la plata y manoteó la data.

Pero se necesitaba mucha más geofísica para mover el amperímetro en nuestra dirección en CONVEMAR.

Cancillería cambió. Se acabaron los ositos de peluche para los kelpers y con Néstor Kirchner llegó el reequipamiento en investigación para el CONICET y un espíritu de “¿Y por qué no?” que creíamos muerto. El país cambió: se retomó el Programa Nuclear tras 23 años de abandono, se creó ARSAT para poner satélites propios en las posiciones geoestacionarias argentinas (a punto de ser reclamadas por el Reino Unido), se decapitó a la Suprema más cortesana de la historia y se instituyó una de lujo, se negociaron quitas a cara de perro con los acreedores externos, se abolieron el Punto Final y la Obediencia debida “e tante altre belle cose”…

En 2006 la nave oceanográfica insignia del CONICET, el ARA Puerto Deseado, operado por el Servicio de Hidrografía Naval para el organismo científico, fue reequipado con sensores respetables en potencia y resolución: desde minúsculas sondas descartables que se arrojan por la borda y bajan reportando en tiempo real la temperatura del agua y la profundidad, hasta “sacabocados” que recuperan “cores”, o cilindros de 6 metros de largo con muestras de los barros de fondo, así estén a 4000 o a 6000 metros. Hay más chiches (los habituales): redes de arrastre que recogen neuston (organismos macroscópicos móviles) y plancton (microscópicos) en la columna de agua, así como el ya mentado bentos (fauna abisal inmóvil) en los misteriosos fondos.

Con tanto por ganar para la patria, equipamiento decente y 18 laboratorios a bordo, el Deseado era un “wet dream” para nuestros científicos. “Very wet”, porque se tiraron al agua en un mar de pésima y merecida reputación, a bordo de un barco bastante chico (71 metros de eslora, 12,2 de manga). Igual, es preferible bailarse “un pesto” (tormenta, en jerga naval criolla) a que un capitán vikingo te haga caminar la planchada. El Deseado era un “gap filler” entre el “éramos tan pobres” y un buque oceanográfico moderno que todavía no tenemos. Y monopolizó la tarea vorazmente la tarea. Basta de contratos externos y datos mangueados. Pero había que correr: quedaban 2 años para completar la presentación ante las Naciones Unidas.

Nuestro viejo barco ya tenía un gravímetro y un magnetómetro útiles para detectar y medir la posición de la corteza basáltica terrestre. Lo que se ligó de yapa fue una ecosonda monohaz informatizada y coordinada a GPS. Eso es un sonar de alta frecuencia y con una potencia muy grande, capaz de generar mapas 3D de las “emersiones” de esos barros, derrumbados por gravedad a pie de talud en las zonas abisales, y que recubren el fondo pétreo. Es como medir desde la terraza del Alvear Tower el espesor del dulce de leche de una tostada en la vereda.

Las emersiones gruesas de sedimento fino son infrecuentes. Con taludes empinados, como los de la Plataforma Continental Argentina, pueden tener grosores kilométricos. En revancha, el 90% de las planicies abisales del mundo están tapizados por no mucho más de entre 0,1 y 1 metro de sedimentos gruesos (arena, canto rodado), en general económicamente menos interesantes.

Lo que le falta todavía hoy al Deseado para dejar de ser un pesquero dignificado y devenir un oceanográfico “world class” es la capacidad de operar ROVs (robots submarinos a control remoto) y una ecosonda multihaz, que en lugar de leer “líneas” en vertical sobre el fondo, lo “ilumina” en abanico con su haz sónico y levanta “calles” de un ancho kilométrico. Hoy se está dotando al segundo barco del CONICET, el ARA “Austral”, con un multihaz.

Durante 2007 y 2008, con el Puerto Deseado levantando data a todo vapor, COPLA fue haciendo un macramé informático de la nueva data con la de bancos de datos oceanográficos de libre acceso, más la info “de oportunidad” que ya tenía. Esto culminó en un mapa resultante de más de 20 millones de sondajes constatables e indiscutibles, todos georreferenciados con GPS mucho más precisos que los automovilísticos.

En aquella masacre de trabajo, el Deseado sólo paró unos meses, por reparaciones, después de que otra tormenta perfecta (Mingo, are you there?) tratara de hacerlo naufragar a 1500 millas de la costa en el Estrecho de Drake, al Sur de Tierra del Fuego y sobre la falla de Shackleton. Eso fue el 17 de mayo de 2008.

En este excelente documental de Canal Encuentro los protagonistas directos narran su gesta ante cámara. El comandante Maximiliano Mangiaterra sabe, como todo marino criollo, que desde otoño en más, el Drake fabrica “depresiones ciclónicas”. Sólo excepcionalmente llegan a las velocidades de viento de los huracanes caribeños “clase 1” en la escala Saffir Simpson, que arranca en los 64 nudos. Pero nuestras depresiones casi ciclónicas se suceden cada 36 o 40 horas: salís de una, te agarra la otra. Aquella sucedió la peor vista jamás por gente del SHN. Todo barco en zona se había refugiado en tierra. El Deseado, tan en altamar, con sus 14 nudos de máxima no llegaba a puerto ni dibujado. Empezó una solitaria huida al Sur: era la única nave en zona.

Empezó el baile, y el teniente de fragata médico, Roberto Genaro, por una vez no se dedicaba a mitigar vomitaderas con dramamina. La gente que no estaba en servicio prefería apalancarse en las cuchetas y deshidratarse a chorros por boca, siempre mejor que terminar fracturada. Hay momentos en que un marinero sabe que el planeta lo odia y va a exterminarlo.

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Foto mala de una ola peor. Ya alejándose cien metros de la popa, la ola claramente sobrepasa en altura el puente de pastecas usado para levantar redes. ¿18 metros en la cresta? Una coctelera, la cubierta del Deseado aquel 17 de mayo de 2008, y el fotógrafo podía ser enjuagado de ella por la siguiente ola, que se venía desde proa, o por el viento, cuya velocidad nunca se pudo medir. 

El capitán Hernán Mon recuerda tres cosas: el anemómetro llegó a su máxima de diseño (65 nudos) y dejó de registrar: el viento probablemente estaba en 90 nudos, lo que te da un huracán categoría 2 en la escala Saffir Simpson. Pero en su huída hacia el Sur, Mon se encontró rodeado de una intempestiva patota de témpanos. En la oscuridad, son pésima compañía y prefirió recular para el Norte y batirse cuerpo a cuerpo con el dios Eolo.

Al rato los frentes de oleaje que podía ver, uno tras otro, llegaban al nivel mismo de la timonera: 12 metros en las crestas. Luego la altura subió a 14 y luego a 18 metros. Había que sostener los vidrios blindados de la timonera con las manos para que la presión de agua no los rompiera, cuando esas olas pasaban por encima del Deseado.

Los barcos de la Armada en general son muy estancos y se bancan pasar a través de una ola sin embarcar agua, pero el Deseado tuvo que salirse del libro para conservar la estabilidad. En lugar de atacar la ola que llega por proa en un ángulo de 30º, de modo de subirla y bajarla por una pendiente atenuada por la diagonal, Mon tenía que lidiar con rachas cruzadas que le podían tumbar el barco y dejarlo panza para arriba. Para impedirlo, intentaba escalar la pared de cada ola que se le venía encima enfrentándola a 90º, en ángulo recto, e iba trepando despacito ese cerro de agua color negra a la velocidad más baja a la cual el barco retuviera comandos de timón.

Cuando sobrepasaba el pico de la ola, el Deseado se quedaba varios segundos levitando en el aire huracanado, como dudando de no ser un zepelín, y luego se precipitaba de panza en el valle entre la ola dejada atrás y la que ya se venía. Las repetidas caídas terminaban en planchazos que iban doblando costillas, arrancando tuberías y destartalando cuadernas. A evitar como la peste: caer muy de proa e “irse por ojo”, es decir seguir viaje en picada hacia el fondo. Para que nadie se aburriera, en medio de la zarabanda estallaron focos de incendio y se abrieron rumbos de inundación. Ya nadie se acordaba de vomitar.

Las reparaciones duraron meses, y al mar otra vez. Había que llegar con los mapas antes del 13 de marzo de 2009. Lector@s, se llegó. Entregada en la ONU, la presentación argentina pesa 840 kilos. Perdió hace poco el título de la mayor biblioteca cartográfica de fondos del mundo: los australianos se vinieron con otra mayor. Es competencia desleal: tienen 18.000 km. lineales de costa y una plataforma aún mayor que la nuestra.

El reclamo argentino, calculado inicialmente en 1,5 millones de km2, se amplió a 1,78 millones, y tuvo suficiente geofísica como para que se reconociera como legal de toda legalidad para la ONU. Y ojo: hoy, la OTAN y Rusia están amagando agarrarse a cohetazos por “real estate” marítimo en el Mar Ártico, y Vietnam, Filipinas, Japón (con EEUU detrás) se patotean con China por el Mar del Sur, la legalidad internacional vuelve a valer más que un papelito. Sobre todo con tanto posible contendiente con armas termonucleares.

Para poner en mayor valor aún nuestros fondos abisales habrá que estudiarlos mucho más, y desarrollar toda una tecnología de explotación abisal. Es tarea de muchas generaciones. El jefe científico del Deseado fue el Dr. Sergio Osiroff, ingeniero naval en la UTN, capitán de ultramar y profesor en diseño de pesqueros en la regional académica de Río Grande. Osiroff cree que los que se pueden beneficiar de esa base de datos son los hijos de nuestros hijos. Resume el teniente de navío técnico, Néstor Casanova: “Eso lo hicimos nosotros. Eso no tiene precio”.

Si me pongo a politizar la cosa, es fácil. En 2001 todo esto lo perdíamos. Las decisiones ganadoras se tomaron entre 2003 y 2009.

Continuará

Daniel E. Arias