Daniel Arias, frecuente e imprescindible columnista de AgendAR, también ha volcado su pasión argentina en otros lugares. Entre ellos, mi blog personal. Allí escribió, a lo largo de muchos meses, una historia del Programa Nuclear Argentino, que alguna vez tomará forma de libro. Pero en el medio, se metió con otros temas insoslayables. Uno era, a fines de 2017, el de los nuevos territorios submarinos que nuestro país había ganado.
(Una tosecita modesta: La pelea por estos territorios la sigo desde mayo 2009, cuando publiqué en un portal anterior, la presentación argentina ante las Naciones Unidas. Pero fui demasiado modesto en cuanto a lo que podríamos conseguir. Y conseguimos).
Este tema lo tratamos en AgendAR, claro, en mayo del año pasado. Pero en estos siete capítulos que publicaremos a partir de hoy, Daniel nos cuenta la historia en un tono más informal y agrega detalles políticamente incorrectos. Y, lo más importante: en la tradición de este portal, propone proyectos para un destino argentino en el mar.
Se publican en este portal del domingo 10 al sábado 16 de noviembre de 2019.
ooooo
“Necio, aprende que el mozo de ciego un punto ha de saber más que el diablo”, le dice El Ciego al Lazarillo de Tormes después de haberle roto los dientes porque éste le hurtaba su vino. Y nosotros ya nos hemos roto bastantes dientes con el Reino Unido, que de ciego tiene poco. De aquí a 20 o 30 años deberemos saber más oceanografía de los 1,78 millones de km2 de fondos marinos que nos dio CONVEMAR, que el British Antartic Survey (BAS). La opción es que los leales súbditos de Su Graciosa Majestad nos fumen en pito en negociaciones todavía inimaginables para el 99% de nuestros compatriotas, pero más inevitables que la muerte y los impuestos. Sin embargo, hay una tercera opción: que ante nuestra indiferencia como sociedad y nuestra inferioridad científica y militar sobre esta zona, no haya negociación alguna sino ocupación unilateral: “Britannia rules the waves”, y todo eso. Ya conocemos esa música.
Las zonas de fondo que probablemente sean “de doble reclamo” están en lugares que el hielo y las tempestades vuelven difíciles de navegar toda la fase fría del año. En las latitudes mayores a los 55º Sur son 9 de cada 12 meses, y subiendo.
Para inspeccionar bien qué hay en en los barros profundísimos de tales zonas no alcanza con las capacidades científicas y de navegación polar de las unidades actuales del CONICET. Y es raro, porque desde que CFK lanzó el programa de investigación “Pampa Azul”, jamás la oceanografía criolla estuvo tan bien equipada como hoy, con cuatro naves: el ARA Austral y Puerto Deseado, buques medianos, y los pequeños ARA Cdro. Rivadavia y Cormorán. El problema son los cuellos de botella.
Por empezar, faltan oceanógrafos. La carrera como tal se dicta sólo en Exactas, Universidad de Buenos Aires (6 años), y en la Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca (5 años). Ambas carreras son relativamente recientes y suele haber más estudiantes cursando que profesores enseñando (pero no por mucho), y no es infrecuente que los posgrados se hagan en los grandes institutos de EEUU o Canadá, y que ahí “los pibes” terminen recibiendo ofertas a las que no se puede decir que no.
Aún así, el Servicio de Hidrografía Naval (SHN) nació con la Armada sarmientina, y sus barcos fueron unidades escuela de cuatro generaciones de geógrafos, geólogos, biólogos, ictiólogos, climatólogos y meteorólogos salidos de las Universidades Nacionales. Estos formaron una base nacional chica pero sólida de recursos humanos en esta interdisciplina, la Oceanografía. Pero no nos sobra un experto.
El otro cuello de botella es cómo embarcar a esta gente, o el porcentaje de ella que se banca el mar: sumando las plazas de los dos buques medianos y relativamente bien equipados, cargan con 45 científicos. Pero estos no tienen helicópteros y emplean ROVs (sumergibles telecomandados) de pocas capacidades.
Caben quizás 20 científicos más en el ARA Irízar, ahora que se ha reconstruyó a nuevo en TANDANOR, y vuelve al mar con 400 m2 de laboratorios nuevos y 30 años de vida útil por delante de la proa. Pero un rompehielos es, por diseño y dedicación, más una topadora y un barco logístico y de rescate que un instituto flotante del CONICET. Aún si al Irízar le sumáramos –como propongo- otra unidad similar pero nuclear, estaríamos cortos en gente y equipamiento para enfrentar los desafíos que se nos vienen. Por una parte, hay que atender y entender la doble rampa (turística y térmica) que enfrenta la Antártida. La primera necesita naves, la segunda, científicos. Pero el desafío real aquí es el Reino Unido, con el que toda la ciencia marina que adquiramos será un arma para discutir soberanía.
Aunque no lo crea, ésa es la proa y no la popa del “Arktika”, un rompehielos ruso botado en 2016 en San Petersburgo. La forma acucharada y lanzada del casco confunde.
La mejor nave para laboratorios, científicos e instrumentos oceanográficos desde el paralelo 40º para el Sur, es un barco polar. Por definición, aunque no pueda con el hielo de 6 metros que algunas veces logró partir el Irízar, un polar tiene un casco más hidrodinámico y “marinero”. Un polar es más estable y veloz en aguas abiertas, y los científicos a bordo no tienen que bancarse el combo de rolido, cabeceo y guiño que atormentan a los que navegan en los rompehielos.
Los rompehielos de todo el mundo comparten una morfología rara pero inevitable: un puente alto como un edificio de departamentos (mucho “calado aéreo”), amontonado casi sobre la proa de un casco chato y “acucharado”, de escasado calado acuático. En la chata panza de la nave, oculta bajo la línea de flotación, se oculta una cresta que recorre la nave de proa a popa, como una navaja. Un barco tan alto y con tan poco calado baila a lo loco, tenga propulsión térmica o nuclear, y máxime en los mares más bravos del planeta.
El ARA Irízar en reparaciones en TANDANOR. Un buen rompehielos no corta el hielo como un cuchillo: se sube al mismo y lo aplasta como una prensa hidráulica.
Un barco polar tiene una forma más normalita: no lucirá un casco muy hidrodinámico, de esos que cortan el agua, cuyo corte transversal es como una “V” en propa y popa y que mantiene solito el “tracking” (la dirección de avance). Carece también de un bulbo sumergido de proa para minimizar la fricción del agua. Robustísimo, redondeado y panzón, un polar no está hecho para cortar el agua sino el hielo, de modo que en mar abierto no gana regatas. Pero es bastante estable, acorde a que es difícil practicar la ciencia en una coctelera.
Con un par de CAREMs navalizados, el barco polar que propongo debería ser mejor en todo que el RRS (Royal Resarch Ship) Sir David Attenbourough con el que Gran Bretaña se dispone a explorar, oh casualidad, buena parte de los lugares que nos otorgó CONVEMAR en 2016. La decisión de ir adelante con el Attenbourough el Reino Unido la tomó ese mismo año. Y se ve que Su Graciosa consideró el asunto como de urgencia, porque el barco se está construyendo a escape y estará operativo en 2019. Para entender a qué me refiero y morirse de envidia, hacer click aquí.
Sir Richard Attenborough frente a su público natural. Un barco con su nombre estará a cargo de examinar parte de los nuevos territorios abisales argentinos, a ver con qué debería quedarse el Reino Unido.
El Attenbourough recibió su nombre en honor de un naturalista que trabaja como presentador científico de la BBC desde los ’50, cuando era un rubio pintón sabihondo, tímido y con pinta de buenazo. El Dave envejeció ante las cámaras perdiendo década a década su esbeltez y su movilidad pero jamás su inmensa voluntad de trabajo, su claridad, su modestia y su simpatía. Su obra de divulgación es sólo comparable a la del planetólogo neoyorquino Carl Sagan, pero mucho más larga, y en Gran Bretaña al viejo David lo quieren más que al té con scones. El BAS, institución tan científica como militar, eligió un nombre muy popular y “cool” para su barco. Sólo un argentino paranoico como quien firma estas sentidas líneas lo percibiría como una amenaza diplomática.
El Attenborough remplaza a las 2 unidades actuales del BAS, los RRS Shackleton y Ross, barcos excelentes y con 25 años de baqueteo polar. Aquí se los considerarían nuevos. Por favor, eviten desesperadamente que el presidente Mau lea este último comentario. Se sabe que en asuntos de defensa muestra una personalidad magnética: la chatarra ajena se le pega sola.
Y éste es un asunto donde la ciencia es diplomacia y es defensa. Queda para otro gobierno, no sé si el próximo, pero sí el que tenga que juntar los pedazos del país devastado que dejará éste. Si algún futuro presidente quiere poder pulsear con el Reino Unido por los posibles recursos abisales que nos dejó CONVEMAR, sepa que tendrá que inventariarlos y entenderlos de apuro y que para ello necesitará un barco oceanográfico polar nuclear de al menos 150 metros de eslora y 40 de manga, y que darle propulsión nuclear no será soplar y hacer botellas, y que estaremos entrando a correr contra el BAS con mucho atraso.
Justamente, para acortar las distancias, planteo una nave capaz de trabajar entre los hielos al menos 320 días por año, con los recambios pertinentes de personal y reabastecimientos de comida. El Attenbourough, por ahora “primus inter pares”, no da para tanto.
Continuará
Daniel E. Arias