Argentina en el mar (y en la Antártida – Pampa Azul 2.0) – VI

El barco oceanográfico ARA Austral, en su elemento

Esta serie de notas se planteó con una idea muy básica: recordarnos que Argentina es un país oceánico. Lo es desde antes que la ONU reconociese nuestra soberanía sobre territorios bajo el mar iguales al 35% de toda nuestra superficie continental. Lo es desde que la geografía y la historia nos ubicaron en el sur de la masa continental – Sudamérica – situada en un hemisferio en el que la mayor parte es océano. Nuestro comercio se hace en una inmensa proporción por vía marina.

A pesar de eso -o como síntoma de nuestros problemas- hubo muy pocos intentos de asumir ese desafío. Civiles, recuerdo dos: la Flota Mercante del Estado, el proyecto Pampa Azul… Por supuesto, están nuestros astilleros, asfixiados en los ’90 y ahora también. Pensamos que, para retomar los viejos esfuerzos, es necesario plantear también nuevos desafíos. Aquí lo estamos haciendo.

El cauto silencio de los lectores en relación a mis propuestas de construir barcos nucleares indican que una parte de ellos se pregunta qué me fumé. Hoy el asunto les parece “Fantasy & Science Fiction”.  Están con el peso moral de una gestión de gobierno que comenzó con ajuste en ciencia y tecnología más endeudamiento y culminó con ajuste en todo, y de yapa un endeudamiento sin final, y una devastación del tejido social argentino como no la veíamos desde 2001. Comparto algo del escepticismo con que muchos leerán esta nota.

En tiempos de perder libertades, derechos e industrias, los argentinos nos ovillamos como perros apaleados. Perdemos esa capacidad de “¿Y por qué no?” que algunas veces nos hizo renacer de las cenizas. Pero uno, amig@s, es lo que uno hace con lo que hicieron de uno, y lo mismo vale para los países. De los laberintos se sale por arriba.

Veo su sonrisa escéptica. Yo hablo de ponerle átomos a un programa del gobierno de CFK (Pampa Azul) que todavía existe, bajo la precaria protección de un Ministerio de Ciencia y Tecnología, que se fue degradando en medios y autoridad al nivel de una Secretaría. Aprovecho para agradecer al presidente del CONICET, el tecnólogo en química Miguel Laborde, su esfuerzo callado por mantener vivo este proyecto bien nacido. Y bien pensado, porque pone parte del futuro del país en el conocimiento, el dominio y la explotación racional del Mar Argentino.

Entre tanto, el gobierno le prendió fuego, incansable, a todas esas ramas del árbol industrial argentino “que nos separan del mundo” con su terquedad en existir, algunas tan diferentes entre sí como la del calzado, la metalmecánica, la láctea, la textil, la ferroviaria y la electrónica. Pero la preferencia del macrismo por exterminar rápido y bien los brotes nucleares, espaciales, radarísticos, biotecnológicos, de armamento y aeronáuticos resurgidos como de un derrumbe a partir desde 2004 es clarísima. Son gravosos para ciertas embajadas. Y son proyectos que se mueren fácil, como toda incursión en alta tecnología de cualquier de mediano desarrollo, cuando no tienen demanda, sostén o licenciamiento estatal.

Entre tanto, la rampa de deuda externa que garantiza que no la vuelvan a tener ya la pagan chicos sin escuela, adultos sin empleo, discapacitados sin pensiones y jubilados sin medicamentos. Lo de hoy hará sangrar a millones de argentinos que aún no nacieron, y a sus hijos. Pero nacerán y algo habremos de dejarles, además de deudas y dudas.

Yo elijo dejar un programa de largo alcance. Formular un plan y atenerse a él es resueltamente ajeno al pensamiento y la práctica del político argentino promedio. Se entiende: no se forman buenos coreógrafos en un teatro en llamas.

Este programa en particular, el de construir un barco polar y también un rompehielos, ambos con propulsión nuclear, puede ser parte de cualquier plan mayor de reindustrialización y complejización (perdón por la palabreja) de la economía, y de reconstrucción del estado. Son asuntos inseparables, pero eso lo dejo a otros que entiendan más. Me atengo a la parte que más me interesa: rehabilitación naval y nuclear, haciendo sinergia.

¿Es un aporte mío? No mucho. Logro imaginarlo –perdón por robarle la frase, don Newton- porque pude pararme, aunque tambaleando, sobre los hombros de algunos gigantes. Hablo del almirante Segundo Storni y su olvidada lucha por una industria naval propia, del entrañable Jorjón Sabato, que nos explicó el orgullo de tener un programa nuclear independiente para alimentar de ideas a otras de nuestras industrias, de los hermanos Carlos y Oscar Varsavsky, que en los ’70 le dieron alas a nuestra fulgurante y breve despegue en electrónica y computación, del contralmirante Carlos Castro Madero y sus obras nucleares, de Franco Varotto, que inventó INVAP y después también la CONAE, de quienes me volvieron el periodista nuclear que soy hoy: Mario Mariscotti, Becho Murmis, Renato Radicella, Roberto Cirimello, Cacho Otheguy, Carlos Aráoz y sigue la lista. ¿Es viable el plan? No sin intentarlo. ¿Nos dejarán? No, pero ¿volveremos a dejar que no nos dejen? Amig@s, en la cancha, como siempre, se verán los pingos.

De modo que aclaro nuevamente:

Estoy planificando para la reconstrucción, con otro gobierno. Ni El Proceso, el menemismo, el delarruismo y el macrismo lograron matar a la Argentina, ni ésta morirá con nosotros.

Tenemos 1,87 millones de km2 de territorios nuevos –casi todos abisales- de los cuales sólo gozaremos de soberanía indisputada en 370.000 km2. El resto, a discutir, y la pulseada principal será con el Reino Unido.

Por un efecto paradójico del calentamiento global, la banquisa antártica está en expansión, al contrario de lo que sucede con los hielos árticos, cada vez menos extensos. El el violento Océano Antártico, las tormentas se han vuelto más frecuentes y peores, y la navegación local cada vez más peligrosa. Más tarde abundaré en dudas sobre este desconcierto.

Es indudable que en esta crisis hay una oportunidad: podemos ser el primer país del mundo en construir dos barcos diseñados específicamente para bancarse a año completo ese escenario antártico empeorado. Podemos vender sus servicios oceanográficos, pero también los de asistencia y rescate a terceros países. Con los “fierros” adecuados, en ese infierno ululante hay plata a hacer y soberanía a ganar.

Tengamos presente algo: la presencia argentina en la Antártida tiene uno de sus comienzos en 1903, cuando los integrantes de la primera expedición sueca a ese continente quedaron divididos en tres grupos sin comunicaciones, con muy escasas herramientas y limitadísimas provisiones.

El 8 de noviembre de ese 1903, la tripulación de la corbeta Uruguay, al mando del Teniente de Navío Julián Irízar, venciendo peligrosas dificultades, se puso en contacto con miembros de la Expedición Nordenskjöld al sur de la isla Seymour (actualmente isla Vicecomodoro Marambio), en la pingüinera que se encuentra a ocho kilómetros de donde está ahora la Base Marambio, rescatando en una hazaña sin precedentes a todos los expedicionarios. No es mal antecedente.

Hablo de soberanía práctica. Las cosas que averigüemos sobre nuestros fondos serán los anchos de espadas, de bastos, y los sietes de oros y espadas en una mesa de truco peligrosa pero inevitable. Sin una idea científica detallada de qué hay ahí en las llanuras abisales y un rearme de la Armada con naves propias, no con chatarra descartada por otros, no podemos ni sentarnos a negociar titularidades, sea con Su Graciosa Majestad o con Magoya. Sin ese valor agregado de la investigación y de la ocupación permanente del Mar Argentino y sus nuevos anexos abisales, nuestra autoridad ahí es puro verso. Eso lo dijo Vicente Palermo, periodista del Club Político, al toque de que CONVEMAR nos diera esos papeles. Pero creo que Palermo habla de su país y subestima el mío.

Sí, claro, me dice Ud. Venirle con fierros propios a la Armada. Para ridiculizarme, me tira una cita de un tal Arias, autor que me suena familiar:

Una revisión somera del catálogo Histarmar de buques de la Armada entre 1900 y 2013 arroja un total acumulado de 318 naves de todo tipo, de las cuales 56 fueron construidas en la Argentina. Si dejamos fuera las ensambladas aquí bajo licencia extranjera, quedan 47 naves realmente Nac & Pop, con apenas 12 de combate. Pero si estrechamos la búsqueda a barcos exclusivamente de guerra de diseño y construcción local, la lista se abrevia a 10, y chicos: 8 rastreadores y 2 patrulleros, muchos impuestos por un tal presidente Perón. 10 barcos sobre 318.  Sí, el 3,78% del catálogo”.

En suma, Ud. me echa en cara que mi plan no sólo contraría la cultura política e industrial, sino incluso la naval que padecemos. Y añade, en plan de guapo, que es más fácil encontrar ratas en una caja fuerte que keynesianos en los partidos, en la UIA o en la Armada.

¿Está seguro de eso? ¿Iraolagoitía, Quihillalt y Castro Madero no eran altos oficiales navales, o sólo me parecieron? ¿Y acaso leyó “Nuestros intereses marítimos”, del Alte. Segundo Storni? Buena mía, no lo leyó.

Ud. me contesta, tajante, que la Armada a Storni tampoco lo leyó. Se limitó a hacerle grandes homenajes fúnebres para enterrar mejor sus ideas, de las que se olvidó hace mucho. Y luego me acorrala otra vez con mis propias palabras: los almirantes que en 1988 impidieron darle nueva motorización diésel-eléctrica y 30 años más de vida útil al portaaviones ARA 25 de Mayo, según la propuesta del Ing. Ernesto Marta, de Astilleros Río Santiago, también eran navales.

Y luego de pensar un segundo, añade con maldad que esos tipos lograron mucho más que el desguace posterior de nuestro portaaviones. Lograron el desguace de los Astilleros Río Santiago (ARS) y de TANDANOR, de paso y cañazo. Su Graciosa habrá aplaudido… ése era el blanco principal. Los astilleros, más que el portaviones.

Para mayor claridad, ARS llegó a construir las 4 mayores naves sudamericanas: los petroleros Ingeniero Huergo, Ingeniero Silveyra, José Fuchs y Presidente Illia, de doble casco y 60.000 toneladas, entre 1979 y 1983, pedidos por YPF. Desmontar los ARS y TANDANOR, la Fábrica Militar de Aviones (hoy FAdeA), y la CNEA e INVAP deben haber sido artículos principales en algún Tratado de Versailles secreto que la Argentina habrá firmado, supongo, entre 1982 y 1983, acaso para poder rendirse en Malvinas sin bancarse horas después una guerra mucho peor con Chile. Acuerdos cuya expresión de superficie fueron los Tratados de Madrid, propiciados por el entonces canciller y luego ministro de economía, Domingo Cavallo, y que equivalen -todavía hoy- a la cesión unilateral de 1.639.000 km2 de Mar Argentino ante una potencia «con la que no tenemos hipótesis alguna de conflicto».

Qué chanchadas impublicables, qué pactos secretos de autumutilación de nuestra industria naval, aeronáutica, nuclear, espacial y de defensa acompañaron esas firmas, el que viva lo sabrá, si queda algún papel escrito de todo ello. Pero es evidente que la Argentina sigue cumpliendo y sobrecumpliendo. El macrismo abortó la fabricación nacional de drones del Programa SARA (Sistema Robótico Aéreo Argentino), transformó la Fábrica Argentina de Aviones en un taller de chapa y pintura para competidoras de Aerolíneas (entre ellas la «low cost presidencial», Flybondi), y en su empeño de borrar todo trazo residual del gigante fabril que fue Fabricaciones Militares, cerró hasta FANAZUL, la proveedora local de explosivos de toda la industria minera. Lo que yo quiero es romper ese tratado, pero sin alharaca.

ARS nunca recuperó su salud pre-menemista, en parte por cambios de la tecnología de construcción naval, en parte porque el eje geográfico de la misma se desplazó al Lejano Oriente, y fundamentalmente por la desaparición del concepto de que el estado puede y debe comprarle al estado.

En los ’60 y ’70, traccionados por los pedidos de ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argentinas), YPF, la CNEA y Ferrocarriles Argentinos, más algunos de la siempre renuente Marina, estos enormes talleres daban trabajo directo a 8000 personas, ranqueaban como los mayores del subcontinente, hacían graneleros, “bulk carriers”, containeras e incluso tanqueros de doble casco de 60.000 toneladas, y ganando plata. Había que ver a los ARS en sus épocas de gloria. ¿Entiende por qué en 1988 el portaaviones 25 de Mayo fue un blanco de oportunidad? Lo importante no era tanto destruir la nave, sino la capacidad argentina de rehacerla a nuevo en casa. No fuera que luego algún presidente/a Nac & Pop se tentara con empezar a construir también una flota de superficie propia.

Aunque en su resucitamiento kirchnerista ARS llegó a fabricar 4 graneleros de 27.000 toneladas para Wilhelm Finance Inc., de Alemania, su mayor comprador (Venezuela) empezó a fundirse cuando ya se le había entregado el “Juana Azurduy” y se daban los toques finales al “Eva Perón”. Éste quedó sin entregar.

El «Eva Perón» era el segundo de una orden de 4 petroleros de 47.000 toneladas para PDVSA, pero Chávez se estaba fundiendo, o lo estaban fundiendo, o ambas cosas. Son situaciones que vaya a saber por qué jamás le pasan a los emires y jeques petroleros que se llevan bien con los EEUU. Pero en esta segunda vuelta, y en esta ocasión sólo como blanco de oportunidad, a ARS lo jodieron de nuevo. Su Graciosa y mucha otra gente tienen un interés bastante obvio en que no volvamos a tener una industria naval, pero no son el problema. El problema son sus mandaderos locales.

En este segundo y más modesto pico de ocupación, ARS llegó a tener 2700 ingenieros, técnicos y operarios muy especializados.

Había 23 barcos más pedidos por contrato que aseguraban teóricamente 12 años de trabajo continuos, pero la deuda venezolana dejó a ARS sin nafta y a muchos kilómetros de la siguiente estación de servicio. Al rescate pero sin mayor resto financiero en el mundo posterior a la crisis de 2008, CFK ordenó construir en ARS 5 patrulleras oceánicas multipropósito para la Armada, de las cuales una llego a ponerse en quilla. Los planes navales de CFK –completar 2 submarinos Thyssen TR-1700, modernizar los 2 destructores y las 3 fragatas Meko- siempre avanzaron muy despacio, salvo el de la reconstrucción del rompehielos Irízar en TANDANOR. Pero luego llegó El Que Te Dije y se acabó todo.

Mi plan es juntar lo nuclear con la construcción naval. A no olvidar que ya hubo dos intentos de trabajo conjunto. Es debido a Castro Madero que hoy tenemos en construcción en Lima, provincia de Buenos Aires, el prototipo de una central nuclear argenta para vender al mundo, el CAREM, ahora de la Comisión Nacional de Energía Atómica.

Es un proyecto tan tecnológicamente sensato, tan testeado y vuelto a testear en modelos físicos, y con un potencial de mercado tan disruptivo que ni siquiera el Mejor Ministro de Energía de la Shell lo quiso parar. Le dejó el privilegio al Secretario de Energía, Gustavo Lopetegui. La obra -que debió terminarse en 2017- está detenida (nuevamente) desde la semana pasada. En el presupuesto nacional de 2019 figura con el siguiente monto atribuido: cero. Hay 500 suspendidos. Han venido gentes de muchos colores y países a ver esa centralita, porque es el único SMR (Small Nuclear Reactor) de diseño compacto en construcción en un mundo donde los SMR son el futuro, y hay 50 proyectos diferentes. Alguien está haciendo lo imposible porque el nuestro no se construya, no se muestre, no se venda.

CAREM

Avance de obra civil del CAREM en 2014, sin todavía ningún componente nuclear instalado. En aquel año debería haber estado en retoques finales antes de irlo poniendo crítico. 

Pero no puede haber una vidriera más impactante para esa planta terrestre que la naval: ponerla en un par de barcos que dejen al mundo con la boca abierta. Probablemente eso implique retrotraer el CAREM de su ingeniería actual, de central absolutamente terrestre, a la del reactor naval alemán Otto Hahn, del cual ha sido una laboriosa evolución. Probablemente la refrigeración puramente convectiva no sea posible en una central marina. Pero es un paso atrevido, sensato, y a considerar. Al proyecto llámenlo Pampa Azul 2.0, si quieren.

Daniel E. Arias