Compartimos este análisis del economista Walter Graziano por varios motivos. El inmediato, porque estamos de acuerdo con sus argumentos: una crisis financiera en Brasil, de la envergadura de la que deterioró sin remedio a partir de abril del año pasado el gobierno de Macri, nos parece improbable, por las razones que él explica.
También nos parecen atinadas las observaciones que hace al final para Argentina: si Brasil ha mantenido por más de una década una inflación cercana al 3% anual, y una tasa de interés oficial del 5% anual en descenso, porque nuestro Banco Central ha recurrido a tasas absurdas para no frenar la inflación?
Pero hay un punto importante que nos interesa subrayar: Es cierto, no hay en el horizonte una crisis financiera grave en Brasil. Como no la había en Chile, tampoco. Las crisis sociales no tienen una relación lineal con los resultados financieros.
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«Mientras quienes sean finalmente designados a cargo del área de Economía de Alberto Fernández seguramente ya se encuentran ideando las medidas iniciales como para domesticar la más aguda estanflación que nuestra economía padeció en los últimos veinte años, aparece una duda inquietante: ¿está Brasil en las puertas de un gran episodio de desestabilización?
Las noticias acerca de la caída del real en las últimas ruedas, sumado eso al hecho que la economía brasileña no parece despegar, y a la más que triplicación de la deuda pública en los últimos 10 años, han comenzado a generar urticaria. Más aún si se tiene en cuenta que los episodios sociales -que derivaron también en crisis financieras- acaecidos en Ecuador, Chile y Bolivia no ayudan de manera alguna.
La pregunta tiene mucho sentido, sobre todo si se recuerda que la caída de la convertibilidad y la más grave crisis financiera que sufrió la Argentina allá por finales de 2001, se materializó al poco tiempo que Brasil devaluase de manera apreciable su moneda, factor que dio el “tiro de gracia” a un régimen de convertibilidad que sólo se mantenía vivo con el pulmotor de más deuda y deuda externa.
Pues no importa qué medidas, planes o programas económicos se ideen en estas pampas, los mismos están sujetos, quiérase o no, a que nuestro vecino gigante no entre en una crisis seria. De producirse ésta, el ya escaso financiamiento que todavía puede haber en la región se transformaría en una huida formidable de capitales contra la cual la Argentina en modo alguno está en condiciones de luchar con chances de éxito. Una eventual crisis brasileña repercutiría en una inevitable brusca devaluación del peso con su correlato inflacionario y recesivo a la vez, dado que no es lo mismo una devaluación planeada y acompañada con una baja aliviante de tasas de interés, que una producida como consecuencia de una crisis financiera, con fuga de capitales y materializada con una brusca suba de los rendimientos bancarios.
Pero, ¿está Brasil cerca de una crisis? Los movimientos del real de las últimas semanas distan de ser auspiciosos. Además, cualquier economista de tendencia “fiscalista” frunciría el ceño al percibir que Brasil hoy ostenta el dudoso honor de padecer un déficit fiscal del orden del 7% de su PBI, nivel que triplica el considerado como aceptable para los operadores financieros internacionales en general. Claro que esa cifra incluye los intereses de la deuda que Brasil debe abonar y que ya se encuentra en otro nivel considerado bastante peligroso: nada más y nada menos que 90% de su PBI, y creciendo. Si a eso se le suma que Brasil posee un déficit de su cuenta corriente de balanza de pagos del 2% de su PBI y que no crece, más de un analista podría cantar “bingo” y señalar que estamos a las puertas de otro “efecto caipirinha” con su potencial de devastación para la economía regional en general y a la economía argentina en particular, sobre todo porque la economía brasileña casi sextuplica en tamaño a la nuestra.
Sin embargo, sacar como conclusión que se aproxima una eventual crisis brasileña puede ser no solo apresurado, sino por sobre todo inexacto. Veamos por qué: Brasil -al revés de la Argentina- tiene una parte abrumadoramente mayoritaria de su deuda pública nominada en reales y no en dólares. Eso quiere decir que toda devaluación ayuda a licuar esa deuda en término de divisas, con lo que se hace mucho más sencilla de pagar.
El hecho de que el real se mantenga más de 20 años en los mismos valores es lo que ha hecho que su deuda en término de dólares haya crecido hasta llegar al 90% de su PBI, y no otro factor. Ahora los intereses insumen montos crecientes de déficit, sin duda. Pero aún así el apetito de los propios brasileños por la deuda de su propio país no parece abatirse dado que Brasil sigue subastando y colocando títulos en su moneda a muy buen ritmo. Este es un factor que debiera ser tomado en cuenta por quienes sostienen que Brasil se halla a las puertas de otro “efecto caipirinha”.
Si se examinan otros indicadores se puede observar también que una crisis no parece cercana. La inflación, lejos de descontrolarse, sigue en torno del bajísimo 3% anual de otros países de la región y en línea con los propios EE.UU., con lo cual se hace innecesaria una devaluación a los fines de no perder competitividad, como muchas veces ha sido el caso argentino. Toda devaluación se materializa en pura ganancia de tipo de cambio real, factor que hace que Brasil genere por sí mismo los propios anticuerpos para que aparezcan dólares genuinos de más exportaciones para atender cualquier demanda de divisas fuera de lo natural o de lo esperable.
A eso hay que sumar el hecho de que las denominadas -y discutidas- “reformas estructurales” laboral y previsional están siendo llevadas a cabo. Y aunque es más que dudoso que las mismas puedan ayudar a Brasil a crecer en el mediano plazo dado que las mismas apuntan a cercenar el poder de consumo de los brasileños, lo cierto es que los mercados financieros siempre han celebrado y celebran ese tipo de medidas como “pro-mercado” y difícilmente juegan en contra de las mismas. Además hay algo indiscutible: postergar como se ha hecho las edades jubilatorias quiérase o no ayuda a disminuir el déficit fiscal del país. Antes de cualquier abrupta fuga de capitales, los dueños de los mismos van a evaluar que Brasil se encuentra inmerso en este proceso y sin duda van a pensarlo dos veces a la hora de apuntar los cañones contra Brasil.
Finalmente, en esta discusión está el “as de espadas” que parecen tenerlo quienes piensan que Brasil no está cerca de las convulsiones de una crisis financiera: la tasa de interés dispuesta por el Banco Central de Brasil (SELIC) es de solo el 5% anual y ha venido bajando en el año, factor que puede haber colaborado a que la demanda de dólares acaecida tras los violentos episodios sociales latinoamericanos se tonificara en nuestro vecino. Este bajo rendimiento en las tasas de interés, que en términos reales son de solo el 2% anual, muestra a las claras que Brasil tiene hoy un amplísimo espacio para aplicar un “apretón monetario” que extermine cualquier conato fuerte de crisis cambiaria si fuera necesario.
¿Cuál es la situación del país que gobierna Jair Bolsonaro entonces? Sin duda tiene problemas: un muy alto déficit fiscal, un incipiente déficit de balanza de pagos y una recesión muy reacia a ceder. Año tras año se predice la salida de la recesión y un crecimiento promisorio y a la postre lo que realmente sucede es que las dificultades para volver a crecer a guarismos aceptables no ceden. Este es el factor de real preocupación con la economía brasileña y no otro. Sin embargo es al menos discutible que por sí mismo tenga el potencial desestabilizador que pueden tener factores financieros de plazos más cortos, que son los que suelen dictaminar si un país está cerca o lejos de una crisis en su sistema financiero. Pero no es el caso de Brasil, donde además su índice accionario BOVESPA se encuentra alrededor de un 10% más arriba que hace un año atrás: otro factor que nos dice a las claras que no hay inminencia de crisis en Brasil.
¿Que hay problemas? Sin duda. ¿Que el real puede bajar más? Seguro que sí. ¿Que esa caída puede ocupar titulares en los diarios? Probable, muy probable. ¿Que estamos cerca de un “efecto caipirinha”? No, para nada. Y al mismo tiempo que cerramos este somero análisis acerca de Brasil, los argentinos debemos meditar un “temita” que debe llamarnos la atención: a pesar de que Brasil tiene un déficit fiscal del 7% de su PBI, puede mantener su inflación en solo el 3% anual y su tasa bancaria en el orden del 5% anual. Y eso por más de 20 años.
Entonces, ¿por qué en la Argentina insistimos con riesgosas y caras variantes gradualistas para bajar la inflación si estabilizar, como nos muestra nuestro vecino, puede ser mucho más factible de lo que aparece a primera vista?«.