Hoy, 15 de enero, el viceprimer ministro chino, Liu He, principal negociador de su país, firma en Washington la Fase 1 del pacto acordado en diciembre de 2019 entre EE.UU. y China. Este acuerdo, en la opinión de la mayoría de los analistas -y la nuestra- supone «un éxito relativo» para Trump, en el sentido que probablemente lo favorecerá en su campaña para la reelección, que se decide en noviembre. Los granjeros del Medio Oeste venderán más soja al gigante asiático, y los mercados de acciones han registrado subas, al alejarse por ahora la amenaza de la guerra comercial.
Trump hizo una concesión importante: Washington anunció que sacará a China de la lista de países manipuladores de divisas. EE.UU. explicó que había realizado este cambio después de que China acordara abstenerse de devaluar su moneda para así abaratar sus productos para compradores extranjeros.
Cómo se llegó hasta aquí:
Las críticas al déficit comercial con China y a sus prácticas comerciales fueron dos de las banderas de Donald Trump como candidato presidencial. Ya como presidente de Estados Unidos, los ataques de Trump a China, vía Twitter, arreciaron. Su Gobierno comenzó a implementar medidas para enfrentar el desbalance casi desde el primer día que llegó a la Casa Blanca.
Luego de algunos anuncios e imposiciones de aranceles generales a comienzos de 2018 – a las importaciones de paneles solares en febrero y a las de acero y aluminio en marzo-, el Gobierno estadounidense hizo el primer ataque frontal y específico en esta guerra comercial en junio de ese año, cuando anunció un arancel del 25% sobre 818 productos chinos por 34.000 millones de dólares. La medida entró en vigor el 6 de julio.
Año y medio después, Estados Unidos ha impuesto aranceles a importaciones chinas valoradas en 550.000 millones de dólares, mientras que China ha hecho lo propio con productos estadounidenses valorados en 185.000 millones de dólares.
Durante ese tiempo, los anuncios de nuevos aranceles, investigaciones o restricciones a empresas chinas se han dado casi a la par con anuncios de posibles treguas, desmontes de aranceles y perspectivas de acuerdos más profundos. En medio de la guerra, la negociación entre las dos grandes potencias mundiales ha sido constante. Finalmente, el 13 de diciembre del 2019, los representantes de ambos países establecieron los términos de la Fase 1 de un acuerdo comercial. Esa primera fase se firma hoy en Washington.
Gracias a los términos establecidos entre Estados Unidos y China en diciembre pasado para la Fase 1 del acuerdo, el primero se abstuvo de imponer un arancel del 15% sobre productos chinos valorados en 160.000 millones de dólares, programado para comenzar a regir el 15 de enero. También, se comprometió a reducir el arancel que había impuesto en septiembre del año pasado sobre productos por 120.000 millones de dólares del 15% al 7,5%.
Por su parte, China acordó aumentar la compra de bienes y servicios estadounidenses en al menos 200.000 millones de dólares durante los próximos dos años, siendo el sector agrícola uno de los focos. Así mismo, acordó suspender aranceles sobre productos estadounidenses que tenía programados para diciembre e implementar salvaguardias para la propiedad intelectual.
Qué significa para América Latina
Si bien califica de “positivo” este acuerdo coyuntural, Enrique Dussel Peters, coordinador de la Red Académica América Latina y el Caribe sobre China y docente de la Universidad Nacional Autónoma de México, considera que no representa una solución real al enfrentamiento entre China y Estados Unidos.
Dussel afirma que “el fundamento de las diferencias persistirá en las siguientes décadas: el liderazgo tecnológico, productivo y hasta financiero por el que compiten ambos países. Desde esta perspectiva, la ‘guerra comercial’ solo es la punta del iceberg en el conflicto entre China y Estados Unidos, y al que tendremos que acostumbrarnos en las futuras décadas”.
En la misma línea, la publicación de The Economist del 2 de enero afirma que este acuerdo no afecta en nada la ruptura en curso entre ambas potencias. “Este modesto acuerdo no puede ocultar cómo la relación más importante del mundo está en su coyuntura más peligrosa desde antes de que Richard Nixon y Mao Zedong restablecieran los vínculos hace cinco décadas (…) El desmantelamiento parcial de sus lazos está en marcha. En la década de 2020, el mundo descubrirá hasta dónde llegará este desacoplamiento, cuánto costará y si, al enfrentar a China, Estados Unidos se verá tentado a comprometer sus propios valores”.
Como señala Dussel Peters, plantear que los países de Latinoamérica deban decidirse por Estados Unidos o por China (como lo han exigido algunos funcionarios de la administración Trump), es un falso dilema. “La región latinoamericana y cada uno de sus países, – incluso aquellos sin relación diplomática con China- todos cuentan a China y Estados Unidos entre sus tres principales socios comerciales, con creciente relevancia de China en la economía, y eventualmente en otras áreas”.
De acuerdo con el concepto de “nuevas relaciones triangulares” que utiliza el profesor Dussel Peters, China ha venido irrumpiendo en el duopolio ejercido históricamente por Estados Unidos y la Unión Europea. “La región y cada uno de sus países, sin excepción, tiene que entender, lidiar y negociar con este ‘nuevo triángulo’, señaló Dussel Peters en un informe para The Carter Center en 2019. Si bien Estados Unidos sigue siendo un aliado primordial para muchos países latinoamericanos, desligarse de China es una opción cada vez menos probable.
En el transcurso de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, Latinoamérica ha sentido los efectos colaterales. Según un informe del FMI sobre el impacto de las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos, los productores de soja de Brasil se beneficiaron tras el anuncio de China de imponer aranceles a la soja estadounidense. El precio de la soja brasilera subió, así como sus exportaciones a China.
México también se benefició colateralmente de la disputa arancelaria. Como señala el FMI, “tras la entrada en vigor de la lista de USD 16.000 millones en agosto (2018), la fuerte caída de las importaciones procedentes de China, por valor de casi USD 850 millones, prácticamente se compensó con un aumento de aproximadamente USD 850 millones de las procedentes de México”.
El cierre del mercado estadounidense obligó a China a buscar otros territorios para ubicar su enorme capacidad instalada, lo que ha tenido efectos negativos y positivos. Por una parte, ha impactado negativamente en industrias locales como la del acero, cuyos costos de producción no le permiten competir con los precios chinos. Por otro lado, ha obligado a China a mirar hacia Latinoamérica como destino para grandes proyectos, por ejemplo de energía eólica y solar. En el caso de Colombia, uno de los países latinoamericanos donde la presencia china en proyectos de infraestructura era casi nula, serán empresas de ese país las encargadas de construir el subtérraneo de Bogotá y el tren de cercanías.
Sin embargo, como ya lo señalaba Dussel Peters en 2017, hay mucha más claridad sobre las intenciones de China en la región que sobre los objetivos de los países latinoamericanos en China. Como lo propuso en el citado informe del 2019, los países latinoamericanos, “tanto bilateral como regionalmente, deberían entender en detalle la propuesta de globalización china con características chinas”.
En lo que respecta a comercio, considera que los países de la región deberían utilizar los mecanismos propuestos por China para impulsar el comercio bilateral y en cuanto a inversión, “determinar si el financiamiento, la inversión extranjera y los proyectos de infraestructura chinos suplen las necesidades de desarrollo de Latinoamérica y el Caribe”.
Por parte de Estados Unidos, es previsible que la presión por defender su mal llamado “patio trasero” siga en aumento. Los países latinoamericanos tendrán que hacer uso de funcionarios más capacitados y mecanismos más especializados para defender sus intereses ante un nuevo tríangulo de poder.