Las playas y la anomia. Carta de un guardavidas en Villa Gesell

Aquí estamos reproduciendo un posteo personal en Facebook, el desahogo de alguien que se esfuerza en salvar vidas y sufre por los que la pierden y sobre todo por los que no valoran la suya propia.

Ya ha sido compartido por decenas de miles en las redes, y reenviado en infinidad de grupos de whatsapp. Lo han tomado medios masivos como Infobae, porque toca una cuerda sensible en muchos, muchísimos argentinos ¿Para qué entonces reproducirlo en AgendAR?

Pasa que este portal, dedicado al trabajo y las capacidades argentinas, quiere sugerir que evitemos algunas tentaciones fáciles: limitarse a buscar «quién tiene la culpa», que siempre es algún otro, o hablar de las responsabilidades de las familias (de las otras).

Tomamos la definición de «anomia» del diccionario: «estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas sociales«. Y proponemos encarar el debate desde la necesidad de pensar y proponer las normas que sean congruentes con las realidades que viven hoy los jóvenes, y las familias. Que no son las de hace 50 años, ni siquiera de hace 30. No tenemos respuestas hechas; no las hay. Pero hay algo que se sabe hasta en cualquier práctica deportiva: es necesario que haya normas, límites y metas. Y las metas deben ser tales que los que participan quieran alcanzar.

ooooo

«Villa Gesell 2020.

Esta es mi 5ta temporada trabajando de Guardavidas en la playa que llaman «la del horror» y me gustaría contarles desde mi corta experiencia las cosas que vivimos a diario acá.
Muchos de nosotros levantamos bandera a las 8am. y sabemos que llegar al puesto es una lotería, una caja de sorpresas, claro, todos los días tenemos un after en la playa con gente que salió la noche entera, la mayoría alcoholizados y drogados. Hemos tenido que meternos al agua sin todavía poder acomodarnos en nuestros puestos, vestidos y sin elementos de seguridad.

Llegar a la casilla y ver gente arriba, tomando, rompiendo e invadiendo nuestro lugar de trabajo y tener que buscar la forma de pedirles que se bajen de buena manera para que nadie se ponga violento con nosotros.

El día «comienza» y aparecen las manadas de jóvenes con conservadoras cargadas de alcohol. Se escuchan los primeros mega parlantes sonar a todo volumen, se huelen los primeros porros, se ven los primeros «duros» y claro, los que siguen desde temprano «de rola» con la pasti que nunca termina están como un robotito repitiendo un paso que ni ellos ya controlan.

Nuestro trabajo no es solamente mirar el agua y que nadie se ahogue sino también atender primeros auxilios, pero pasamos de un corte, una picadura de aguaviva, una baja de presión, a limpiar espuma en la boca, atender comas alcholicos, entablillar y trasladar en ambulancia a pibes con signos vitales indescifrables.

En lo que va de la temporada, en mi sector ya se pidieron más de 5 ambulancias para trasladar gente convulsionando. No es muy difícil la suma: alcohol + droga = cocktail = convulsión.

En fin, prevención por acá, rescate por allá, no se metan ahí, criaturas solas en el agua, borrachos violentos, miles de nenes perdidos, gente invadiendo nuestro espacio de trabajo (delimitado), grupitos de pibes pateando pelotazos en lugares mínimos, botellas que vuelan, etc. Tratamos de explicar amablemente cuando le llamamos la atención a alguien y las respuestas son cada vez más violentas, agresivas e insólitas. «eh ! qué me tocas el silbato puto», «yo me meto donde quiero», «bueno para eso estás vos, para que mi hijo no se ahogue», «30 minutos buscándote Mateo (5 años), donde te metiste tarado?», «eh loco pero quiero sombra, por qué no me puedo meter abajo de la casilla?, que ortiva». «Por qué me viniste a buscar? Yo puedo salir solo, soltame (con aliento a un mezcladito de mil horas)».

Y si, así trabajamos, a veces a las piñas con turistas sobrepasados de excesos, cortando clavos y rogando que nadie convulsione en el mar y se fondee. Esperando que llegue la hora de irme (20hs.) y saber que dejo la playa con una «previa» incontrolable, cargada de peligros y totalmente desprotegida.

A veces vuelvo agradeciendo que ni a mí ni ninguno de mis compañeros nos pasó nada, a veces vuelvo y no se que contarle a mi familia para que no se preocupe, a veces el stress y la angustia me sobrepasa y a veces soy un zombie que pone play y acepta la realidad que vivimos a diario.

En estos 5 años que estoy acá, esta escena se repetía todos los días, pero como siempre, en este país, el de los hijos del rigor, buscamos cruzar un límite para poner un límite. Esta vez el tristísimo punto final lo puso «Fernando», el que abrió los ojos de todo un país para que hoy llegara a la playa y viera un despliegue policial sin precedentes en Villa Gesell. Controles, cacheos, fuerzas especiales, helicóptero, como si se tratara de la entrada a un recital de Rock.

La playa no es «la del horror» como dicen, el horror es que tenga que pasar lo que pasó para que se tomen medidas como las que ya todos ven en los medios.»

Teb.»