EE.UU. y los talibanes firman la paz. Pero sigue la guerra civil en Afganistan

El embajador estadounidense en Afganistán, Zalmay Khalilzad (a la izquierda), y el líder talibán, Abdul Salam Zaeef

Estados Unidos y los talibanes, la guerrilla a la que la superpotencia ha combatido durante 19 años, firmaron este sábado un acuerdo para la total retirada de las tropas extranjeras de Afganistán antes de 14 meses. El vocero de los insurgentes, Zabihullah Mujahid, declaró: «Nuestros muyahidines (combatientes) no atacarán a las fuerza extranjeras, pero nuestras operaciones contra las fuerzas del gobierno de Kabul continuarán«.

Poco después una moto bomba estalló durante un partido de fútbol y mató a tres civiles e hirió a otros once, informó Sayed Ahmad Babazai, jefe de la policía de la provincia de Jost (Este). El gobierno afgano había rechazado uno de los principales puntos del acuerdo de Doha, la liberación de 5.000 presos talibanes a cambio de la de 1.000 miembros de las fuerzas oficiales que los rebeldes mantienen retenidos.

El limitado alcance del pacto queda evidente en su nombre. No es un acuerdo de paz, sino “para traer la paz a Afganistán”. El secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo dijo; “Este acuerdo va a probar la sinceridad de los talibanes”, tras advertirles de que “no canten victoria” porque el pacto no significará nada si no cumplen su parte.

Pompeo intervino antes de la firma celebrada en Doha, Qatar, donde tuvieron lugar los contactos entre los representantes de Washington y de los insurgentes. No fue él, sin embargo, quien rubricó el compromiso sino los respectivos jefes negociadores, el embajador estadounidense Zalmay Khalilzad y Abdul Ghani Baradar, cofundador de la milicia talibán. Después se han dado la mano en medio de aplausos e invocaciones de “Dios es el más grande”.

Desde el inicio de las conversaciones, algunos analistas han interpretado el interés de la Administración Trump en el pacto como la búsqueda de un triunfo de política exterior de cara a la reelección. Los más duros dicen que oculta una derrota: después de 19 años, los islamistas radicales a los que Estados Unidos echó del poder en 2001 tras el 11-S por albergar a Osama Bin Laden han recuperado el control de casi la mitad de Afganistán (los insurgentes se jactan de dominar hasta dos tercios). La guerra, la más larga librada por la superpotencia, ha dejado 2.500 soldados norteamericanos muertos y costado a sus contribuyentes un billón de dólares.

Para los afganos el coste humano ha sido mucho mayor. Después que la invasión soviética de 1979 desatara una guerra civil interminable, la intervención estadounidense tampoco traía la paz. Vieron que su objetivo era mostrar una venganza contra Bin Laden y sus seguidores. Aunque en lo político Washington impulsó el establecimiento de una democracia liberal, la inseguridad y la corrupción generalizadas la eclipsaron.

Ahora temen volver a pagar el precio de la paz americana. Muchos, sobre todo en las ciudades y entre aquellos que han accedido a la educación, temen que los talibanes se hagan con el poder en cuanto se hayan ido las tropas extranjeras. Aunque el 70% de los afganos son menores de 30 años y por lo tanto no tienen recuerdo directo del régimen talibán, todos han oído hablar de su brutal forma de Gobierno islámico que prohibía la televisión, la música, la celebración de las bodas y hasta volar cometas, uno de los pocos pasatiempos en el país más pobre de Asia.

¿Van a aceptar los talibanes el actual sistema democrático, la libertad de prensa o los avances de las mujeres? ¿Van a ser capaces de reintegrarse en la sociedad cuando la mayoría de ellos solo han conocido las armas y una rudimentaria educación religiosa?

“Los talibanes ya son parte de la sociedad afgana”, puntualiza Barnett Rubin en un intercambio de mensajes. Este académico, que participó en el primer contacto diplomático entre EEUU y los talibanes en 2010 como asesor de la Administración Obama, siempre ha defendido la vía político-diplomática y respalda el acuerdo. En un reciente artículo, en el que recordaba cómo los militares se impusieron su línea, dejaba claro que Washington no podía ganar la guerra con los medios disponibles.

(A los veteranos en el equipo de AgendAR nos recuerda el final de la guerra de Vietnam y la caída de Saigón).

VIAEl País