Para que los argentinos no ahorren en dólares. Una propuesta «por la positiva»

«Por la positiva» no es una alusión a la reciente campaña electoral en Uruguay. Es una forma coloquial de referirse al hecho que -aunque los controles del movimiento de divisas, que son un recurso escaso de la Argentina hoy, sean necesarios- conviene que nuestros compatriotas tengan otra opción para ahorrar.

Esta propuesta ha sido hecha en un blog personal. Por lo tanto, es tentativa e informal. Léanla, mejor, como una invitación a pensar nuevos caminos.

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«En estos días estuvo sonando muy fuerte la campana de alarma tradicional en la Argentina: los precios de todos los “dólares no oficiales” se han disparado. El “blue”, el “contado con liqui”, el MEP… Las distintas formas encontradas por los argentinos -que tienen muchos, o pocos, pesos que no necesitan ya para vivir- para cambiar esos pesos por dólares y sacarlos del sistema productivo o del bancario: guardarlos en el colchón, en cajas de seguridad, en cuentas en el exterior…

Esto también vale, por supuesto, para las empresas -nacionales o no- que operan en nuestro país, que manejan montos mucho más grandes que los individuos. Y que por eso le provocan un agujero más grande a la economía nacional.

La campana de alarma no ha empezado a sonar hoy, claro. Está sonando desde bastante antes de 1969, cuando la ley 18188 le sacó por primera ves 2 ceros al viejo peso moneda nacional (ahora vamos por 13 ceros borrados). Pero en esas décadas, hasta más o menos la del ’80, la inflación alta, es decir, la desvalorización de la moneda propia, era una característica común a todos los países “en vías de desarrollo” (así se decía entonces). Hoy es un fenómeno no exclusivo de nosotros, pero bastante poco común. Lo que acentúa el impulso de salir de nuestro peso.

El tema inflacionario en general, y la inflación argentina, han sido muy estudiados y debatidos. Hasta, por lo que valga, en este blog. Hay bibliotecas enteras de sesudos volúmenes, con distintas conclusiones, y los que manejan hoy las palancas estatales de la economía las conocen. No valdría la pena volver sobre el asunto en un posteo, sino fuera porque quiero transmitir la urgencia, y hacer un llamamiento.

Empiezo aclarando mi opinión sobre esta coyuntura. Reiterándola, porque ya la había planteado, hace 20 días en este blog (citándome a mí mismo en AgendAR):

El factor central de esta «tormenta cambiaria» -más allá de las previsibles operaciones- es la huida del peso; la decisión de los que tienen fondos, grandes o pequeños, de cambiarlos por dólares, hasta arriesgando sanciones legales. Aunque, ya lo dijimos hace poco, no es un buen momento para la divisa norteamericana.

No se trata entonces -estimamos- de «presiones inflacionarias causadas por la emisión». No hay ninguna presión del consumo sobre los precios, salvo en pequeños sectores de insumos médicos y artículos de limpieza. Pero si las autoridades económicas no consiguen que los poseedores de pesos no corran a cambiarlos por dólares, habrá dos consecuencias negativas e inevitables: los exportadores no querrán vender al cambio oficial, y esta devaluación desordenada se trasladará, más temprano que tarde, a los precios.”

El gobierno está consciente de lo que está pasando, obvio, y toma medidas para controlar y dificultar el acceso al dólar, por fuera del sistema legal. Pero la continuidad y aceleración de esta “tormenta” me hacen pensar que lo que está ocurriendo es el reflejo de la destrucción del peso como reserva de valor. Una situación que ya lleva muchas décadas, como dije recién, pero que las circunstancias actuales: la pandemia, la renegociación en curso de la deuda externa, la hostilidad de importantes intereses vinculados al sistema financiero,… la agravan al paroxismo.

Tratar de manejar o aminorar estas circunstancias no alcanza, en mi opinión, porque algunas de ellas están fuera de las posibilidades del Estado. Si es así, resulta necesario y urgente enfrentar el problema de la ausencia en nuestro país de una reserva de valor fungible -es decir, que se pueda adquirir, transferir o gastar con facilidad- que no sea el dólar.

Vale la pena, me parece, hacer una pausa para explicar algunos términos a los no economistas. Simplificando mucho, el dinero sirve como medio de pago (lo más usual y evidente); como unidad de cuenta, para comparar el valor de cualquier bien; y como reserva de valor, es decir que no se gasta sino se retiene para gastos futuros o para invertir.

Es evidente que nadie, desde hace muchos años, ahorra en pesos, salvo como un sacrificio patriótico o cobrando intereses altísimos -lo que antes llamaban usurarios- para cubrirse de la inflación esperada (siempre muy alta, por larga experiencia). También se ha reducido su función como unidad de cuenta: los bienes con precios altos, como los inmuebles, entre nosotros se valoran en dólares.

El hecho es que ahora detener la escalada inflacionaria es absolutamente necesario, o entraremos en la fase en que la inflación se alimenta de sí misma de forma exponencial. Ya estamos cerca: para los que tienen pesos, ningún valor del dólar aparece demasiado alto. Una de cuyas consecuencias es que ningún empresario puede estar seguro del valor de reposición de lo que vende.

Esta no es una inflación de demanda, resulta evidente, porque salvo para algunos insumos médicos, la demanda no creció o ha caído. La brusca reducción de la oferta de muchos bienes es sí un factor significativo, pero a en mi opinión el factor dominante es la huida del peso.

Nuestro gobierno, como casi todos en el mundo, está tomando medidas “keynesianas” (las pongo entre comillas porque no estamos frente a la situación que inspiró a Keynes su producción intelectual más importante: no hay un “déficit de demanda”. En todo caso, es de demanda y de oferta. Por eso mismo, plantearse reducir la demanda -la receta de siempre de los economistas “ortodoxos”, a través de devaluaciones o ajuste del gasto público, es un planteo absurdo. Ya la pandemia, y la cuarentena, han reducido la demanda a límites insostenibles en el tiempo.

¿Qué sería entonces, en las condiciones actuales, un plan antiinflacionario eficaz? Una pregunta difícil, entre otras cosas, porque el último intento -el modelo de metas de inflación que se aplicó durante el gobierno anterior- terminó en un fracaso patético. Y aquel que funcionó durante diez años -la Convertibilidad implantada en 1991- lo logró a partir del aumento del desempleo desde 1996 y terminó en una catástrofe en 2001.

Pero ese es el desafío que, creo, deben plantearse los economistas argentinos. En especial, los del “campo nacional”, ajenos a la superstición monetarista, pero que por lo general han encontrado difícil enfrentar la inflación. Prefieren decir o sugerir que el problema es que nuestros empresarios aumentan los precios porque son codiciosos. Y evitan preguntarse si los empresarios que en otros países no los aumentan todos los meses son generosos.

Si me dirijo, en general, a todos los que se interesan en la política económica, es porque los que están ocupando los puestos de conducción en este momento, no tienen tiempo, ni probablemente la tranquilidad para imaginar nuevos expedientes. En la primera línea del Estado -especialmente hoy en el que tenemos- hay que resolver problemas y tomar decisiones cada día, cada hora. Como le gusta decir a mi mujer, están “atajando penales”.

Por mi parte, y sin demasiada seguridad, adelanto que las ideas que se me ocurren pasan por la creación de una nueva unidad monetaria para el ahorro, como tienen desde hace décadas Brasil y Chile. Cuyas economías tienen problemas graves, por cierto, pero no inflación altísima ni tasas de interés enloquecidas.

Esta unidad de reserva de valor no tiene que reemplazar al peso como moneda de cambio. En realidad, la única condición clave es que aquel que la recibe no sienta que se le está desvalorizando a cada momento. Ahora, la solución no es que gane intereses, porque cuando se fijan, se está fijando también un piso a la inflación. Sí se puede decidir que ese instrumento gane un interés pequeño, para estimular el ahorro. Pero se debe fijar un valor de referencia para ese instrumento, claro, conocido por todos y que no se desvalorice con la inflación. El incentivo principal para conservar esa “unidad de valor” no sería el rédito, sino la liquidez.

El problema clave, si la que sugiero es una respuesta válida, es hallar el valor de referencia adecuado.

El experimento de Cavallo en 1991 que mencioné se aferró al valor del dólar, y dejó muy malas memorias para los argentinos. Además, la moneda estadounidense no parece un ancla muy sólida en medio de esta pandemia. Y si se llegara a valorizar, sería peor. Ya nos pasó.

El patrón oro… al que se aferró Inglaterra en los ´20 del siglo pasado con malas consecuencias de desempleo y caída de sus exportaciones, fue deflacionario. Hoy probablemente volvería a serlo.

Tiendo a inclinarme -repito, con dudas- por una canasta de los productos de exportación argentinos. Suena lógico, aunque, reconozco, sería vulnerable a las oscilaciones de los mercados.

El caso es que tiene que ver con nuestra realidad. Nuestros “fundamentals”. Descartada la fantasía macrista de una “lluvia de inversiones”, que llegarían porque había un presidente “business friendly“, y la de las inversiones atraídas por la Vaca Muerta, el sector competitivo de la producción argentina, que produce divisas -y cuyos capitales sólo pueden emigrar muy poco, porque la tierra no es trasladable- es el agropecuario.

Como se dan cuenta, esto es “pensando en voz alta”, el lema de mi blog desde hace algo más de 12 años.

A. B. F.