La energía atómica entra en la Historia. Roosevelt, Stalin, y lo que se hizo en Argentina entonces

Reproducimos para los lectores de AgendAR esta fascinante crónica que escribió el profesor Alejandro Álvarez (h):

«El poder nuclear: Roosevelt, Stalin y Perón

Se cumplieron 70 años de la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica, la institución más importante de Latinoamérica en el área nuclear. Esta es la historia de cómo se gestó uno de los más grandes aciertos de la política científica argentina. Y de ese momento en la Historia en que, a partir de diciembre de 1938, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética se esforzaban en obtener el poder de destrucción más grande que la humanidad hubiera conocido.

Es diciembre de 1938 en la Alemania de un Hitler que, con plenos poderes, prepara su maquinaria militar para la guerra de expansión que provocará una segunda Guerra Mundial. Los químicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann envían un manuscrito a la revista científica “Naturwissenschaften” (“Ciencias de la Naturaleza”). Los datos allí informados se interpretan, correctamente, como una prueba de la primera fisión nuclear lograda por el hombre. Estos resultados son confirmados experimentalmente el 13 de enero de 1939. La carrera por la bomba atómica había comenzado. En abril de 1939 el Ministerio de Guerra alemán realiza una reunión para informarse sobre las aplicaciones militares de la “investigación del uranio”. El programa, finalmente, se expande a tres esfuerzos principales: una “Uranmaschine” (reactor nuclear), la producción de uranio y agua pesada y la separación de isótopos de uranio (necesarios para fabricar una bomba).

Mesa de trabajo en la que Otto Hahn descubrió la fisión nuclear en Berlín, 1938 (Deutsches Museum)

Albert Einstein había formulado en 1905 la base teórica que cuarenta años más tarde serviría para fabricar la bomba. En julio de 1939, su viejo amigo, el físico Leó Szilárd lo visita en Long Island, donde veranea el científico. Le lleva noticias inquietantes. Szilárd es un físico húngaro judío que, como Einstein, se había exiliado a EE. UU. huyendo de la persecución de los nazis. Los alemanes han logrado la fisión del uranio y Szilárd, que investiga la reacción nuclear en cadena, entiende de inmediato que era el primer paso para fabricar armas atómicas. Tiene que convencer al gobierno de EEUU del peligro de que Hitler, que ya ocupa Checoslovaquia, se hiciera con más minas de uranio. Para ello necesita del prestigio de Einstein (Nobel en 1921, y ya el científico más famoso del mundo). “¡Nunca se me había ocurrido!”, exclama Einstein cuando Szilárd le habla de la reacción en cadena, entiende rápidamente lo que está en juego y acepta enviar una carta a Franklin D. Roosevelt. Szilárd contribuye decisivamente al desarrollo del Proyecto Manhattan. Allí, junto a grandes científicos como Robert Oppenheimer, Enrico Fermi (Premio Nobel 1938), Edward Teller, Hans Bethe (Premio Nobel 1967), Richard Feynman (Premio Nobel 1965) y John von Neumann desarrollan las bombas atómicas que EEUU lanza sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente.

Albert Einstein (izquierda) y Leó Szilárd (derecha) juntos en 1946.
La carta de Einstein al presidente Roosevelt

Científicos soviéticos, ya en la década de 1930, habían discutido secretamente las posibilidades de una bomba atómica, incluso formalizaron una propuesta para desarrollarla. Para 1942, debido al silencio conspicuo de las publicaciones científicas sobre el tema de la fisión nuclear por parte de científicos alemanes, estadounidenses y británicos, el físico ruso Georgy Flyorov, sospecha que las potencias aliadas estaban desarrollando secretamente una «super arma» desde 1939. Escribe una carta a Stalin para ponerlo al tanto y le sugiere comenzar un programa similar. Stalin tiene la bomba atómica al alcance de su mano y, sin embargo, a causa de su paranoia, deja pasar la oportunidad. Stalin no cree en los informes de Klaus Fuchs, el físico alemán que trabaja en el Proyecto Manhattan y que avisa a la URSS que EEUU está listo para utilizar la bomba atómica durante el verano de 1945. Para Stalin y la KGB, no se trata más que de un engaño, para que la URSS destinase un gran esfuerzo económico y científico a perseguir una fantasía militar. Stalin cree ciegamente en el máximo exponente de la “ciencia socialista” Trofim Lysenko, un ingeniero antigenetista que proporciona soluciones “milagrosas” al problema de la baja productividad agraria que conduce a la URSS a las grandes hambrunas de los años 30.  El “lysenkoísmo” descarta todas las ideas genéticas y se basa en una mezcla de marxismo, darwinismo y botánica elemental. Se opone al desarrollo de la investigación nuclear. Sin embargo, tras los estallidos de los artefactos norteamericanos en Hiroshima y Nagasaki, Stalin lanza su propio megaproyecto nuclear, descarta la opinión de Lysenko y, empleando a 10.000 técnicos especializados y entre 330.000 y 460.000 operarios logra, el 22 de agosto de 1949, detonar con éxito la “RDS-1”, una réplica exacta de la bomba “Fat Man” norteamericana, en el sitio de pruebas de Semipalatinsk. La URSS había logrado su bomba atómica y el impacto en la opinión pública adquiere dimensiones extraordinarias. El monopolio occidental sobre la tecnología más poderosa de la historia de la humanidad está ahora, también, en manos soviéticas. Esto marca el comienzo de la Guerra Fría.

Portada del diario The New York Times, del 24 de septiembre de 1949: la alarma por una posible guerra atómica.
RDS-1, primera bomba nuclear diseñada en la Unión Soviética, junto al diseñador jefe del programa soviético Yuli Khariton. Foto: TASS.

En la Argentina

El gobierno militar que llega al poder en junio de 1943, en pleno desarrollo de la Guerra Mundial, tiene una matriz nacionalista y antiliberal y produce un marcado giro industrialista en la economía nacional. En junio de 1944, se crea el primer régimen de promoción de las “industrias de interés nacional”, que protege las materias primas de interés para la defensa. Luego de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, un sector de las Fuerzas Armadas ve en el desarrollo del área atómica una posible solución a la dependencia de carbón y petróleo extranjero, factor percibido como rasgo central de la vulnerabilidad económica del país. El Coronel Juan Domingo Perón es uno de ellos. A los pocos días de las explosiones atómicas, el general Manuel Savio presenta, a través del Ministerio de Guerra, un decreto por el cual se propone preservar los depósitos de minerales estratégicos para el área atómica, prohibiendo su exportación. Desde setiembre la Dirección General de Fabricaciones Militares y la Universidad Nacional de Cuyo se hacen cargo de la prospección de uranio y torio.

General de División Manuel Savio (Foto: AGN)

El físico Teófilo Isnardi, a mediados de 1943, en una conferencia en la sede de la Unión Industrial Argentina, a tono con las iniciativas de algunos militares que influencian la política industrialista del gobierno, sostiene que los científicos en las universidades deben preocuparse por “los problemas del petróleo, de los caminos, de las construcciones con un mínimo de material y por lo tanto de costo, de las obras hidráulicas, de la fabricación de aviones, aceros, etc, etc.”. Si bien parte de la comunidad científica representada por la “Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias” (AAPC), que preside el fisiólogo Bernardo Houssay, se opone frontalmente a estas ideas, los físicos reunidos en la “Asociación Física Argentina” (AFA), liderada por Enrique Gaviola, ven la oportunidad para desarrollar la física en el país. La AFA se crea en agosto de 1944. Gaviola, doctorado en Göttingen, amigo de Einstein y un científico destacado mundialmente, desde 1940 es director del Observatorio Astronómico de Córdoba. Allí se forman, entre otros, Mario Bunge, Ernesto Sábato y José Antonio Balseiro. Desde el ascenso de Hitler, Gaviola colabora en la reubicación y protección de científicos perseguidos y exiliados, muchos de ellos a pedido del propio Einstein, quien incluso le solicita su adhesión y apoyo a la declaración “A Policy for Survival”, luego conocida como el “Manifiesto de Chicago” o “Manifiesto de los Nóbel” publicada el 12 de junio de 1948, donde se alerta a la humanidad sobre el peligro de las armas atómicas. Entre los científicos que integraron la lista del “Schindler argentino” se destaca el físico austriaco Guido Beck, incorporado por Gaviola al Observatorio de Córdoba, luego de su llegada al país en 1943. Beck había sido asistente de Werner Heisenberg (Premio Nobel de Física en 1931 a la edad de 30 años, en la cátedra de física teórica de la Universidad de Leipzig entre 1928 y 1932). Beck se transformaría en una figura clave en el impulso de la física en la Argentina. En abril de 1946, Gaviola presenta un infome sobre los aspectos científicos y tecnológicos de las reacciones en cadena, la física de reactores, la producción de plutonio y también propone el diseño experimental de bomba atómica. Gaviola proclama el fin de “la ciencia libre internacional” y el comienzo de una nueva, la de “la ciencia nacional” al servicio de la defensa. Gaviola envía un memorándum a los ministros de Guerra y de la Armada, que también hace público, donde afirma que la Argentina atraviesa una encrucijada inmejorable para atraer científicos europeos de primera línea. Al mismo tiempo se crea el “Instituto Radiotécnico” a través de un acuerdo entre el Ministerio de Marina y la Universidad de Buenos Aires. Rápidamente Gaviola convence al Jefe de Comunicaciones Navales de integrar al premio Nobel Heisenberg al plantel de profesores del nuevo instituto. Heisenberg había sido una pieza fundamental del programa nuclear alemán. Beck y Gaviola le escriben y rápidamente contesta que viajaría a Buenos Aires, si podía obtener, de las fuerzas de ocupación británicas, el permiso para dejar Alemania. Al mismo tiempo, Gaviola logra, después de varias reuniones en Fabricaciones Militares, captar la atención del General Savio.

El físico Enrique Gaviola (Foto Diario Los Andes)

(Concluirá mañana)

Alejandro Álvarez (h)

Profesor de Historia Económica (UBA y UNlaM),

ex asesor de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación