Atucha II: una crónica argentina

A 6 AÑOS DE LA CRITICIDAD DE ATUCHA II

Hace 6 años, el 3 de junio de 2014, en el aniversario número 244 del nacimiento de Manuel Belgrano, la central nuclear Atucha II alcanzó su primera criticidad. Un momento argentinísimo, pero hay que entenderlo.

Dicho de otro modo, para asombro del país y con 27 años de retraso, esa máquina cuya terminación “era técnica y económicamente imposible”, según más macaneadores de los que se puede mentar en este artículo, se prendió: el uranio 235 de sus elementos combustibles empezó una reacción controlada en cadena. Así lo indicaban no sólo instrumentos digitales franceses de última generación, sino “relojes” analógicos alemanes fabricados en los años ’70.

Desde aquel momento medio milagroso, Atucha II viene entregando potencia a la red con la rutinaria confiabilidad de un granadero, y su turbogrupo es la unidad individual de generación más poderosa del Sistema Argentino de Interconexión (SADI). Una excepción: aquella salida de servicio para cambiar una bomba de refrigeración averiada, a principios de 2017, y la limpieza subsecuente del circuito primario, que se prolongó 5 meses, para alegría esperanzada de los “ut supra” mencionados macaneadores.

Luego hubo que tener más meses la máquina bajo la mirada glacial de la Agencia Reguladora Nuclear (ARN) que buscaba signos de que pudiera repetirse esa avería. Después de todo, estamos hablando de bombas fabricadas en Alemania cuando a ese sustantivo toponímico había que añadir el adjetivo «Occidental» (vale decir en el tiempo de ñaupa), conservadas en atmósfera inerte de nitrógeno durante décadas.

Esos meses precautorios Atucha II los pasó funcionando a potencia reducida, aumentándola paso a paso.

Desde primavera de 2019 ya está al 100%, generando sus 750 MW/h nominales. Deducido el fuerte consumo de electricidad de la propia central, básicamente insumido en mover sus gigantescas bombas de refrigeración, quedan 692 MW/h netos para entregar el SADI. Y Atucha II hace esto 24×7 más de 320 días por año, llueva, truene o brille el sol. El resto son paradas de mantenimiento programado, las propias de una máquina que es extraña y simultáneamente nueva y vieja a la vez.

Con su factor de disponibilidad algo inferior al 90%, propio de las nucleoeléctricas “ochentosas”, Atucha II sustituye la importación de aproximadamente 1630 millones de metros cúbicos anuales de gas emiratí o boliviano, o mucho fracking y enchastre de suelos y aguas subsidiado por el estado nacional en Vaca Muerta, según los tiempos. Eso explica por qué las petroleras y sus 8 pintorescos ex secretarios de energía no la pueden ver.

Si se añade a tan rancio club una embajada que viene poniendo peñascos y troncos en la vía del desarrollo nuclear independiente de todo país mediano, se entiende no sólo el estrepitoso silencio de prensa que rodea este aniversario. Se entiende también por qué Atucha entró en línea recién en 2015, con 28 años de retraso.

Nadie dijo que fuera fácil, pero viene siendo todo mucho más difícil de lo esperable.

Cuando en 2045 se acerque el momento de decidir si Atucha II merece 10 o 20 o más años de extensión de su primer ciclo de vida, su factor de disponibilidad, que probablemente haya ido bajando a un probable casi 80% por envejecimiento, va a ser esa cifra la que decida qué se hace. Para esa fecha y a la luz de la erosión de autoridad en curso tanto de los EEUU como de las petroleras, cuesta creer que dentro de 31 años puedan hacerle mucha guerra. Pero eso es conjetural.

Una turbina eólica del parque de Tricastin-Trois Chateaux, Francia. De fondo, la central nuclear homónima, una de las 57 de ese país: imagen del probable futuro de la energía 

No añado las energías renovables a la lista de enemigos de la electricidad nuclear. A la luz del recalentamiento global, y de sus costos hídricos, epidemiológicos, climáticos, energéticos y bélicos, el mundo avanza por défault hacia un combo energético inevitable: nuclear para potencia de base, la que no puede faltar nunca, y renovables para consumos “de punta”, en horarios de máxima demanda. “Two strange bedfellows”, como dicen los gringos (dos extraños compañeros de cama). Ese futuro parece programado, al menos hasta donde se dejen someter a planeamiento los recursos intermitentes como el sol, o intermitentes y además impredecibles como el viento.

Sin sistemas baratos y fiables de almacenamiento de electricidad a la vista, la fantasía germánico-ecologista de un mundo propulsado únicamente a renovables seguirá siendo una fantasía, por cierto -según se ve en Alemania- muy contaminante y nada barata. Cuando se deba decidir la extensión de vida de Atucha II, la decisión se tomará en un mundo muy distinto del actual. Pero estamos hablando de 2045, y como decía Niels Bohr, es difícil hacer predicciones, especialmente acerca del futuro.

Entre tanto, son inevitables algunos homenajes a gente de muy bajo perfil que evitó, muy contra viento y marea, que Atucha II hoy sea un cavernoso edificio abandonado, poblado sólo por yuyos, ratas, lechuzas y palomas. Un brindis tardío para el ingeniero Aníbal Núñez, a quien se extraña. Allá por 2000 hizo instalar el recipiente de presión de 971 toneladas dentro de “la catedral”, como se llamó durante décadas al inmenso pero vacío edificio de contención.

Con eso, volvió imposible la conversión a gas de Atucha II. Hoy esa idea puede parecer descerebrada, pero por ella militaron Greenpeace, los 8 entonces futuros ex secretarios de energía y un olvidable séquito de diputados y senadores que seguramente hoy pagarían por no pintar en aquella foto. Cuando “El Petiso” Núñez instaló dentro del edificio de contención y casi subrepticiamente esa gigantesca pieza de acero forjado dentro del edificio de contención, les hizo jaque mate a todos: andá a sacarla. Tras esa movida, Atucha II o se terminaba nuclear o se abandonaba, una de dos. Te salió bien, Aníbal. Ojalá hubieras llegado a verlo.

Y alzo la copa por quienes están vivos y pusieron mucho más que el hombro: respectivamente un reactorista y una “combustiblera”. Son el entonces titular de Nucleoeléctrica Argentina SA (NA-SA), ing. José Luis Antúnez, y la entonces presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), la Dra. Norma Boero.

Ing. José Luis Antúnez, el hombre que terminó Atucha II

Lic. Norma Boero, presidenta de la CNEA durante la terminación de Atucha II

Estos notables con poca prensa no podrían haber hecho gran cosa sin el paraguas de la Presidencia de la Nación, es decir del difunto Néstor Kirchner y luego de Cristina Fernández. Por denominación política de origen (Santa Cruz), ambos fueron gente que venían del petróleo y el gas, es decir de una matriz mental extractiva. Pero con el país creciendo al 8% anual, en medio de los apagones de la reactivación, se reprogramaron.

No es frecuente. Entendieron que la electricidad de base no podía venir únicamente de recursos sujetos a un clima cada vez más extremo e impredecible, como nuestras dos grandes cuencas hidroeléctricas, y tampoco de hidrocarburos en manos de multinacionales, y que además son la causa del desastre climático en curso. Hubo coraje en esa visión: en 2006, en política todavía daba ventajas echar pestes del átomo, una ocupación entonces tan segura como pegarle patadas a un burro difunto, pero -ver Greenpeace- más gananciosa.

Pero además, los Kirchner pensaban en plata y prestigio. Dejar Atucha II incompleta era una vergüenza internacional para la imagen de un país que, desde 1981, se estaba transformando, casi pese a sí mismo, en un exportador muy exitoso de reactores nucleares (Perú, Argelia, Egipto, Australia). Por el contrario, la patriada de completar Atucha II cuando ya el proveedor original (Siemens) se había borrado del negocio nuclear sería un “show” de capacidad argentina. Y en eso no erraron: en 2018 Holanda pidió un reactor argentino que va a ser el 2do. más potente del planeta en producción de radioisótopos. En 2019 se completó otro puramente de investigación en Arabia Saudita.

Terminada en tiempo y forma en 1987, Atucha II habría salido alrededor de U$ 2500 por kilovatio instalado. Una CANDÚ, al carecer de esa pieza gigantesca y costosa, el recipiente de presión, habría sido un 40% más barata. Completada con 27 años de retraso, salió al menos el triple de su estimación inicial. Las cuentas nunca se aclararán, porque el presidente Carlos Menem, viendo que no podía privatizar esa central inconclusa, decidió volverla una caja política propia: su negocio era darle plata, mucha, y que no se terminara jamás.

Sin embargo, Atucha II trabajando honradamente y a full, como lo hace desde 2015,  ahorra mucho gas importado y/o mucho fracking en Vaca Muerta. Las tres centrales nucleares argentinas, viejitas como son, evitan quemar 2600 millones de metros cúbicos de gas por año. Es más, pese a que Brasil se viene literalmente robando el río Paraná y Yacyretá por ende está generando bien debajo de su capacidad, las tres nucleares pasaron de generar el 5% al 14% de la electricidad circulante, y se encargan de que no se apague la luz en medio de la cuarentena.

En 2006, cuando Kirchner avisó que Atucha II se terminaba sí o sí, los ex secretarios salieron a embarrar la cancha: era caro, inconveniente, peligrosísimo y además imposible: los «Walking Dead» al ataque. El 3 de junio de 2014, cuando la central se puso crítica, recuerdo haber pensado: “De esta paliza no se levantan”.

Por supuesto, me equivoqué. Vino el ingeniero Mauricio Macri y con su presidencia, El Mejor Ministro de Energía de la Shell, el ing. Juan J. Aranguren. El Programa Nuclear, recién salido de terapia intensiva y en rehabilitación, regalado a los Walking Dead.

Para celebrar el sexto aniversario de la primera reacción nuclear controlada de Atucha II rescato este viejo artículo. Lo escribí para una revista nuclear en 2013, en medio del apuro febril por llegar a 2014 con la central terminada.  Creo que pinta las enormes urgencias y esperanzas del resurgimiento nuclear, tecnológico, industrial y educativo argentino que se vivió entonces.

Pese a que peino muchas canas, elijo ese texto ingenuo y ya casi fiambre con la esperanza de poder volver a escribir algo semejante sobre todo lo que sigue:

  • la terminación del prototipo de la centralita nuclear compacta argentina CAREM, junto a las Atuchas I y II
  • la compleción del reactor de producción de radioisótopos en investigación RA-10 en Ezeiza,
  • la reapertura de la Planta Industrial de Agua Pesada de Neuquén,
  • y el diseño y licenciamiento de la ingeniería básica de Atucha III CANDÚ nacional, una tarea que nos dejó pendiente el ing. Antúnez, capitán de la terminación de Atucha II, y que en un primer período presidencial se puede encarar prácticamente sin plata: es más hacer software que fierros
  • sin gran entusiasmo, le haré también algún artículo a la central china de uranio enriquecido Hwalong-1, aunque venga llave en mano y no aporte mucho a nuestro desarrollo industrial o tecnológico

Y los dejo con este fiambre periodístico: su mérito es que retrata el potencial del átomo para reconstruir país, rehacer recursos humanos y generar empleo. Algo que, a la vista del programa energético actual, la Argentina parece olvidar en forma recurrente.

Daniel E. Arias

2013: EL “LEVÁNTATE Y ANDA” DE LA INDUSTRIA NUCLEAR CRIOLLA

Instalación de un sensor dentro de un canal refrigerante del recipiente de presión.

Con un estrépito de distintos “ringtones” como fondo, inevitablemente me contestan: “Perdone, Arias, ¿no me llamaría mañana? Hoy tengo un día de locos”. Mañana va a ser lo mismo o peor, ya lo sé.

La disculpa repetida resume mis intentos de conversación con distintos directivos de algunas de las empresas privadas que trabajan, supervisadas por NA-SA. Están inmersos en el ordenado caos de la terminación y pruebas “en frío” de la central nuclear Atucha II. Otros ejecutivos directamente no me atienden, soy “números desconocido” y están hasta las manos.

Los tipos dirigen decenas de firmas, y van de multinacionales a PyMES. Este informe es un “collage” de entrevistas fragmentarias con gente apuradísima. Trata de dar una idea del ir y venir de máquinas intraducibles, del chisporroteo constante de los soldadores, del chirrido de amoladoras, del desfile aparentemente aleatorio de miles de contratistas uniformados por colores según su pertenencia a tal o cual firma. Es una multitud con casco que, derramada por los corredores y salas de un edificio colosal, acciona, discute y examina apasionadamente tablets que contienen planos, como si se tratara de sentencias judiciales debatibles.

En los exteriores, donde hay señal, se ve a más de uno hablando por dos celulares a la vez mientras un tercer interlocutor parado enfrente le reclama atención con vehemencia inútil. El escenario no se compara con la torre de Babel porque aquí se habla castellano, porque la obra no es el capricho de un rey loco sino la necesidad de una república que recuperó la razón, y sobre todo, porque a diferencia de aquella torre demasiado famosa, esta obra se termina. Por fin se termina.

Las “pruebas en frío” de Atucha II, ya en curso, son miles. Se van haciendo según un protocolo de complejidad laberíntica y creciente: hay que comprobar caso por caso la estanqueidad de miles de kilómetros de tuberías de agua, vapor, aceites, y la funcionalidad de otros tantos sistemas electromecánicos de cierres, esclusas y válvulas. Y tildar todo.

Hay que revisar también el funcionamiento de un cableado y una electrónica de control indescifrables para la mayor parte de los terrícolas. Luego de testear componentes, se ponen a prueba subsistemas, y luego sistemas enteros, por ejemplo, toda el circuito primario. Y con una paciencia maníaca, porque el diablo está en los detalles.

“En obras tan complejas nunca sabés si alguno se dejó una herramienta adentro de una tubería, o si un interruptor no hace contacto por una mancha de grasa”, me explica por teléfono el ingeniero Miguel Báez, un jefe de Puesta en Marcha de NA-SA que me dejó plantado en la obra, y pide perdón pero tiene que cortar porque llega tarde a…

Nunca estuve tan feliz de ser plantado tantas veces por tanta gente. Se respira, se huele a final de obra. Atucha II, contra todo pronóstico, ya se acerca a los ensayos “en caliente”. Estos se harán con agua y vapor a temperaturas y presiones de operación real (casi 300 grados, casi 120 atmósferas), pero todavía sin combustible nuclear.

Cuando finalicen las pruebas en caliente, recién entonces se le cargará el combustible a la central, se la irá poniendo “crítica” de a poco, y llegado el momento, irá entrando despacio en línea hasta desplegar sus rugientes 2.200 megavatios térmicos y sus 750 gloriosos megavatios eléctricos. Bueno, en realidad 692 netos, deducida la electricidad que la planta usa para su propia operación.

Gloriosos igual, pese a que inyectados en el Sistema Argentino de Interconexión, representarán sólo el 3% de la electricidad circulante. Porque la red y su capacidad instalada crecieron enormemente desde 2003, hace 11 años, cuando la economía Argentina volvió a crecer con descaro, y especialmente desde que el embalse de Yacyretá pudo alcanzar su cota de diseño a pie de muralla, y alcanzar su potencia nominal de 3200 MW.

Pero por la temporada de estiaje de los ríos argentinos,  cada vez más dura e impredecible, cada kilovatio instalado nuclear produce del doble al triple de electricidad anual que su equivalente hidroeléctrico. Por ello, los futuros 750 “mega” nucleares de Atucha II producirán tantos megavatios/hora anuales como 1500 “hidro” sobre el Paraná, o 2100 sobre el Limay.

Lo atómico, de todos modos, tiene otros encantos. Aún con el poco uranio que hay en la Argentina, tenemos décadas de combustible asegurado, sin importar si llueve. Y si se lo juzga contra el gas, un elemento combustible nuclear no es naturaleza cruda. Es una manufactura local de alta tecnología, ciencia aplicada criolla de materiales cerámicos y metalúrgicos. Y eso nos lo pagamos a nosotros mismos y mayormente en pesos. No se trae de Bolivia, no viene de ningún emirato, no hacemos puré ningún acuífero para fabricarlo.

Bueno, cuando Atucha II se ponga crítica de una vez por todas, el país –si se entera- acaso querrá celebrar que se dotó de un enchufe importante, que es un modo bastante bobo de entender este asunto.

Hay miradas más sagaces. Los jefes de firmas de ingeniería, como Sergio Marsilli, de CRUMA SRL o Adrián Arbarellos, de TERMIPOL, celebran algo menos evidente: lo que le queda en la Argentina como resultado de su trabajo no es simplemente otra central. Es educación tecnológica. NA-SA y decenas de industrias agrupadas por el proyecto con esto sacan diploma de calidad nuclear.

Grandote, muy: el turbogrupo de Atucha II, el mayor del país, y algunos estudiantes de ingeniería

“Por más que uno tenga 40 años en lo suyo y las certificaciones ISO que se te ocurran, esto es energía atómica y da chapa. Y perdón, Arias, pero me fui” –reflexiona un segundo Arbarellos, a quien esperan en tres otros lugares, y me cuelga. “Y esa chapa pensamos usarla aquí y en el mundo”, remata una hora después Marsilli, y se disculpa, pero tiene otros compromisos. Andan todos como locos, no me dan ni la hora. Y yo, feliz.

CRUMA hace cerramientos de alto desempeño. Son 1550 en toda Atucha II si se suman puertas, escotillones y escotillas a prueba de fuego o de fugas de fluidos o de radiación, así como portones antitornado y antimisil. También hizo el doble cerco perimetral olímpico coronado de alambre concertina, reluciente de navajas.

TERMIPOL, en cambio, colocó andamios multidireccionales de seguridad, que han permitido el milagro de una accidentología cercana a cero, pese a que en esta obra centenares de personas trabajaron a alturas de vértigo, vértigo del que paraliza. Si el resto del gremio de la construcción trabajara así…

TERMIPOL hizo además escurrimientos, tajamares y las aislaciones térmicas de lana basáltica en esta central. Tiene trabajos parecidos en cuanta otra central térmica se construyó este último decenio, me subraya luego Arbarellos por mail: “Campana, Timbúes, Río Turbio, más obras en YPF y plantas de biodiesel y una punta de contratos afuera del país. No dejes de poner eso, Arias, no somos una PyME, ojo”.

Da para pensar: esta empresa -no la conozco- viene trabajando en Atucha II desde 1981. Nunca se fue, pese a tanto porrazo. Arbarellos, que la semana que viene cumple 38, cuando arrancó esta obra estaba en la escuela primaria. Me pregunto cuántos ingenieros pasaron por el cargo de Arbarellos en los 32 años transcurridos desde entonces.

Me pregunto también cuánto habrán puteado por las recurrentes interrupciones de obra, por tener que renegociar contratos a cada rato, por cobrar tarde, por tener que despedir gente casi al toque de haberla tomado. También me entero de que la persistencia rinde: ahora TERMIPOL ostenta algo rarísimo en las firmas de ingeniería argentas: una división nuclear. En Argentina, es como que tu vecino de puerta estacione un avión propio frente a su casa.

“El país ahora tiene 400 ingenieros nucleares nuevos, Arias, y muchos están en la industria privada –me dice más tarde Báez, ese jefazo de NA-SA a quien no lograré verle la cara, siempre por teléfono-. Poné eso, Arias. No te olvides. Eso es lo que logró Atucha II. Lo que importa es eso”.

Si Báez tiene razón, si cuentan más los cerebros producidos que los megavatios/hora, Atucha II, más que una central, fue una escuela.

Sí, pero aprender fue carísimo.

(Concluye mañana)

Daniel E. Arias