Reproducimos esta valiosa nota de Nicolás Cassese y equipo. Porque refleja con precisión cómo la imprudencia y la inconsciencia producen estos episodios con los que tendremos que convivir, ahora y en la «nueva normalidad». Ayer mismo, 3 de julio, un bebe recién nacido y sus padres con síntomas de COVID-19 dejaron 70 personas aisladas en Alberti, una pequeña localidad del interior de la provincia de Buenos Aires.
“Si hubieran sido prudentes, los aislados serían 7 personas, en este caso fueron imprudentes y son 70”, enfatizó el intendente sobre la situación. “Las ganas de querer conocer al recién nacido traspasó los límites de lo permitido” y fue una “reunión social con el nacimiento de una criatura”.
«NECOCHEA.- “Tenemos a una mujer sin olfato”, avisaron por teléfono desde el container que, frente al Hospital Municipal Dr. Emilio Ferreyra, oficia como espacio de atención exclusiva para pacientes con síntomas compatibles con coronavirus. El llamado se recibió en las oficinas de la Secretaría de Salud de la comuna y fue el disparador de una red que al cabo de un mes se pudo cortar en 32 contagios, pero que puso en alarma a esta comunidad.
Cortar ese brote en expansión, potenciado por una reunión social que generó más de la mitad del total de infectados, fue una tarea titánica para un reducido grupo de profesionales y trabajadores de salud, agentes municipales, policías y voluntarios. Un trabajo artesanal con dos enemigos para lidiar seguido en el camino: el miedo y la mentira.
Una carrera contrarreloj que implicó testear a casi 10 personas y aislar a otras 14 por cada uno de los infectados. Todo en un contexto que golpeó por igual a los casi 90.000 habitantes del distrito que, en menos de 24 horas y con el caso del “baby shower” en los medios nacionales e internacionales, tuvieron que dar varios pasos atrás para volver a la muy incómoda Fase 1. Eso significó aislamiento estricto, cierre de miles de comercios y solo habilitación para actividades esenciales.
El de Necochea, que se acaba de dar por cerrado, es un caso virtuoso y, quizás, modelo de la normalidad que se viene. Que será con recurrentes focos de mayor o menor dimensión, en distintos distritos, donde demandarán equipos, despliegue y líneas de trabajo alistados para controlar y contener nuevas redes de contagio. Imprescindibles y, por ahora, único recurso hasta tanto aparezca, y esté disponible, la tan esperada vacuna.
Hasta ese 26 de mayo, cuando se conoció el que luego sería confirmado como “Caso Índice”, Necochea solo había tenido tres casos de coronavirus, todos importados. Un matrimonio y otro residente que regresaron de vacaciones en el exterior. Desde entonces habían transcurrido dos meses de distrito sano, en avance paso a paso hacia la normalidad.
“Nos agarró relajados”, admitían en ámbitos municipales cuando todavía no tenían dimensión del alcance de esta cadena de contagios que sorprendió con aquella primera paciente, que por sí sola abría un doble abanico de riesgo: tiene tres hijos y su madre –adulta mayor- viviendo con ella y trabaja en una residencia geriátrica. Dos grupos que quedaron aislados y sometidos a test. Dieron positivo todos los primeros y una empleada y una abuela del hogar de ancianos. Ellos solos ya eran un problema gigante.
Cómo llegó el virus a esa mujer fue el primer gran enigma. No había indicios de presencia y mucho menos de circulación del coronavirus en el distrito y la zona. Hasta entonces, los controles sumaban entre tres a cinco hisopados diarios para test de Covid 19. Siempre negativos.
Allí el manual previsto para atender estas situaciones empezó a encontrar espacios en blanco. “El principal obstáculo en todo el proceso fue la mentira”, reconoce la secretaria de Salud de Necochea, Ruth Kalle. Pacientes confirmados y sospechosos que ocultaban o falseaban información por miedo. Un elemento con doble lectura que pronto empezaría a jugar a favor: si bien se esquivaba información para no afrontar posibles consecuencias judiciales, por la misma sensación de temor se la brindaba porque empezaban a sentir que estaba en riesgo su salud y las de sus cercanos.
La perseverancia e insistencia en cada interrogatorio se anotará como baluarte en el logro final. Era necesario quebrar la resistencia del sospechoso para que blanqueara en detalle movimientos y contactos. Solo así se podía cerrarle paso al virus, que se podía propagar como un hilo de pólvora hacia una verdadera bomba sanitaria.
Sin dormir
Entonces la ambulancia “sucia”, como en la jerga denominan al móvil dispuesto para atender casos posibles de coronavirus, no tuvo descanso. “Ya no dormimos más”, aclara Kalle sobre el inicio de un esfuerzo que puso a todo el personal a disposición, casi sin horarios.
Así se llegó al Caso 0, un amigo de la mujer Caso Índice. Un hombre “difícil”, reconocerían las autoridades locales porque en principio mezquinó y modificó datos de sus movimientos. Entre ellos, que acompañado de su yerno había estado en Capital Federal, donde se sometió a un cateterismo en el Sanatorio Güemes. Semanas después se conocerían allí contagios de 36 de sus trabajadores.
La policía se sumó al esfuerzo del personal sanitario para indagar profundo, en pos de más precisiones. ¿Dónde estuvo? ¿Cuándo? ¿Con quién/es? ¿Se cuidaron? Una catarata de preguntas para definir el mapa de movimientos de cada sospechoso. Así se podía tener reconocidos a posibles futuros contagios.
Definir esa red de contactos estrechos y familiares de cada uno fue una verdadera odisea. Sobre todo por esa escasa colaboración inicial de cada posible infectado. Con el Caso 0 identificado también llegaron más positivos: hija, nietos y otro familiar. Otra línea en la red de contagios que ameritó aislamiento y pudieron convertir en el primer compartimiento estanco.
El foco de contagio
A partir del Caso Índice se abrió el principal problema. Ya con malestar en garganta y nariz, en vísperas de pedir asistencia médica, terminó de preparar souvenirs el agasajo a una pareja de futuros padres. Presentes que hizo llegar por medio de sus dos hijos.
Las reuniones sociales eran una violación a la cuarentena. Aun así se organizó este baby shower que, según la anfitriona, reunió a 16 personas en la cocina comedor de su casa. Un espacio que no da a la calle de poco más de 15 m2. Allí compartieron mate y vajilla durante algo más que un par de horas. Fue el caldo de cultivo otros 20 casos positivos de coronavirus. Unos directos y otros de personas con las que se cruzarían días después.
El dato de esta reunión llegó casi de manera fortuita a los funcionarios. Mientras se trabajaba sobre el Caso Índice, por otra fuente llegó a oficinas de la comuna que se había realizado esta fiesta donde habría estado un empleado municipal. Así lograron unir al baby shower con la primera paciente de esta larga lista.
Reconstruir ese escenario y sus protagonistas, más sus movimientos durante los cuatro días que ya habían transcurrido, fue el nuevo y más enorme desafío de los responsables sanitarios. Nombre, apellido, teléfono y llamado a cada uno. Primero para que no se muevan de sus casas. Segundo para una primera consulta médica. Luego, con o sin síntomas, para avanzar con los test.
Embarazo de riesgo
La primera enorme preocupación era la presencia en ese grupo de una joven embarazada, a días ya de dar a luz. Un foco de especial seguimiento mientras se trataba de cerrar el cerco sobre el resto de los participantes y sus contactos. La otra es que se trataba de familias humildes y con muchos integrantes viviendo en hogares pequeños.
Cada uno de ellos abrió una vía más de investigación. Familia y trabajo. Así llegó se aislar y testar a todo el personal de una empresa de logística del puerto, donde trabajaba uno de los asistentes que había dado positivo. También a los compañeros de uno de los hijos del Caso Índice, albañil y con cinco colegas en el obrador. En ambos ámbitos laborales había una vía directa para el virus: las cotidianas rondas de mate. Creer o no, en ninguno de estos dos grupos hubo contagio.
Aparecieron entonces los que negaron estar en ese baby shower y después lo reconocieron, ya preocupados por la presencia de la enfermedad y el temor a ser un paciente más. También los que, culposos, contaron algo más. Por ejemplo, una asistente que casi una semana después admitió que tras aquella reunión había festejado su cumpleaños con otras 20 personas. Otra dosis amplia de aislamiento e hisopado para todos.
En el equipo de Salud de Necochea destacan el valor de los datos recabados con aquellos llamados telefónicos. “No teníamos la experiencia, pero se trabajó rápido y en equipo”, admite Kalle sobre una receta a la que dieron forma sobre la marcha. Hicieron y modificaron según necesidad.
Aislar, dicen, fue vital. Con apoyo de personal de los centros de atención primaria se hizo seguimiento de cada caso sospechoso y su entorno. Llamados diarios, guía de limpieza preventiva del hogar y manipulación de residuos. También contención psicológica. Toda la artillería de salud al servicio de esta causa que puso a Necochea en boca de todos durante varias semanas.
Mucho testeo
Hisopar, aún más de lo recomendado, creen que fue determinante para cortar la red en un plazo no muy extenso. Habían completado 121 análisis en tres meses. A partir de este caso, completaron 275 en menos de tres semanas. “Si no se hisopa, no se contiene”, aseguran. En un solo día llegaron a tomar 70 muestras y hasta dieron un paso más de lo habitual: también hisoparon al bebé recién nacido antes de ponerlo en brazos de su mamá.
En esa vertiginosa carrera, acompañada por el trabajo del Instituto Nacional de Epidemiología de Mar del Plata creen que estuvo el secreto del éxito. Se hicieron más test de los que el protocolo recomendaba pero se ganó tiempo valioso para cortar la red de contagios.
Un verdadero fusible fue la ex pareja de uno de los tres hijos del Caso Índice. Era el punto de encuentro entre la red de contagios ya conocida y un segundo caso, también confirmado el 26 de mayo, de una enfermera de otro geriátrico.
Ambas mujeres tenían un punto en común: a la vez trabajaban en un hogar para chicos con discapacidad. ¿Todos tenían el mismo Caso 0? La primera dio negativo y entonces luego se confirmaría que la otra positivo de Covid-19 había contraído la enfermedad durante un contacto con extranjeros.
El modelo Necochea deja otros elementos para análisis. Además de las mentira y el temor, la estigmatización. Estar infectado fue, para muchos, convertirse blanco de una condena social. A veces ametrallados por las redes sociales. Otras, con protestas en vivo. Aun inocentes o ajenos al caso, como un vecino de Quequén que soportó casi una semana de protestas frente a su domicilio. Se llamaba igual que uno de los contagiados de verdad.