Defensa: resucitan los radares de INVAP – II

La Zona Económica Exclusiva frente a Chubut desde un avión patrulla de la Armada. Los barcos son poteros, mayormente chinos, españoles, taiwaneses, coreanos, todos ilegales. Cada uno captura alrededor de 50 toneladas de calamar cada noche, atrayéndolos a la superficie con luz.

(La primera parte de este artículo está aquí)

Con 1.529.585 km2, la Zona Económica Exclusiva Argentina (ZEE), inscripta dentro del límite de las 200 millas marinas medidas desde la costa,  excede la radarística convencional, terrestre o móvil.

Los mejores radares costeros de microondas topan con tres límites físicos: los barcos raramente vuelan, la Tierra es curva y las ondas electromagnéticas cortas o muy cortas se propagan en línea recta, como la luz. Para “iluminar” con radar un barco pirata en la milla 200, oculto bajo el horizonte por la curvatura terrestre, se debe usar ondas de radio de alta frecuencia (HF), con longitudes de onda entre los 10 y 100 metros. En ese rango, parte del haz de fotones se pega al agua y copia a la curva de la Tierra, de modo que busca su blanco bajo el horizonte. Su alcance máximo está más bien definido por la sensibilidad ante ecos de su receptor, y por su capacidad informática para analizar esos ecos y separar ruido de señal.

Un experimento simple en automóvil permite corroborar este hecho, escaparse al Partido de la Costa (cuando se vuelva a abrir a visitantes) y en el camino, librarse de cumbia y reggaetón. En la ruta provincial bonaerense 11 a la altura de la Bahía de Samborombón se puede escuchar muy bien en AM la notable discoteca clásica y popular del SODRE (Servicio Oficial de Difusión, Representaciones y Espectáculos), con terrible antena en el cerro de Montevideo. Más allá de la altura de la antena de esa radio oficial, y de su incuestionable  potencia de emisión, esa estación nos queda muy debajo del horizonte del Río de la Plata. Pero sus ondas llegan a la radio del auto pegada a la superficie del agua, copiando la curvatura terrestre. Si oímos a Bach o Zitarrosa, es que también podríamos ser iluminados con señal de radar en una frecuencia parecida.

¿Y que hay de radarizar nuestros barcos de guerra o de patrulla? Ya lo están, aunque se les puede mejorar los equipos a casi todos. Pero son pocos y viejos para tanto mar y tan invadido. En la Armada hay 30 unidades con capacidad de patrulla (aunque sólo el ARA Bouchard es un patrullero diseñado para ese fin). Se suman las 24 unidades marítimas remanentes de la Prefectura Naval, y con el total resultante (54 naves) y los escasos medios aéreos de ambas fuerzas con capacidad de patrulla (23 unidades en total), no se controla nada. Otra cosa sería poder usar esa fuerza tan escasa y cara con economía, sin gastarla en patrullas ambulatorios. Pero para eso se necesitan radares HFSWR (High Frequency Surface Wave Radar). Ojo: su sola construcción ya sería un acto disuasivo.

Desde Australia a Canadá, desde Rusia a China, todos los países que han sufrido de “síndrome de la milla 201” desarrollaron el suyo. Los canadienses desplegaron su primer HFSWR en Cabo Bonavista, sobre la costa de Terranova, y los piratas ya no se les atreven. Pero no porque los canadienses tengan esta radar, sino porque los piratas tienen memoria. Canadá primero los echó, el HFSWR lo hizo después. Aquí deberíamos invertir el orden, o al menos ir mezclando cautelosamente esas acciones.

En 1995, tras una década consecutiva de política pesquera nacional idéntica a la de Argentina desde 1982, los armadores gallegos habían vaciado de bacalao los legendarios caladeros de Terranova, Labrador y Nueva Escocia. En esas costas se habían perdido 40.000 puestos de trabajo. Aldeas pesqueras ya centenarias y otrora prósperas se habían vuelto pueblos fantasma.

Una acotación: son aguas con algunos parecidos a las de la ZEE argentina: hay una corriente cálida, salada y pobre en nutrientes (allá, la del Golfo de México, aquí la de Brasil) que se mezcla con una fría, hipohalina y llena de nitratos, fosfatos y hierro (allá, la de Labrador, aquí, la de Malvinas). Y ese mezclado sucede sobre fondos bajos y bien iluminados por el sol (allá, los Grandes Bajíos, “Great Banks”, aquí, la Plataforma Submarina).

El resultado del «combo» de luz, calor y fertilizantes, en ambos ecosistemas, es una fotosíntesis marina poderosa, sobre la cual se arman largas cadenas de consumidores y predadores marinos. Y entre los predadores, hay especies que se hicieron famosas y crearon discretas fortunas: allá, el bacalao y el arenque, aquí, la merluza hubbsi, la merluza negra, el langostino, el calamar. En realidad  estamos hablando de ecosistemas bastante más diversos, con decenas de especies de diferente interés pesquero. Pero nos limitamos a las icónicas y realmente caras.

No es fácil reventar caladeros tan ricos como los de Terranova y Labrador, pero España, a esa altura del siglo XX con más prontuario que antecedentes, pudo. El asunto finalmente enloqueció al Ministro de Pesca y Océanos, Brian Tobin, quien venía de meses de negociaciones estériles con la Unión Europea para terminar con la rapiña. Ante la sordera europea, Tobin promulgó una ley que le permitía salir a cazar pesqueros más allá de la 201, es decir una ley internacionalmente ilegal. Epa. ¿Una señal?

No la escucharon. Y el 9 de marzo de 1995, con 2 naves guardacostas, Canadá atacó de sorpresa y capturó al arrastrero gallego Estai, ya en aguas internacionales tras horas de persecución, no sin tiros sobre la proa. Trajo el barco al puerto de San Juan de Terranova, incautó las 200 toneladas de fletán (también llamado hipogloso, o turbot) de la bodega y dejaron al capitán y sus hombres en la comisaría local de la Policía Montada (suena a chiste, no lo fue).

La UE primero reaccionó furiosa y en bloque, luego el bloque se fue fracturando. La UE acusó a Canadá de piratería, y España, por la propia, envió sucesivamente los patrulleros Vigía, Serviola y Centinela, y al remolcador militar Mahón (por lo que pudiera pasar) con instrucciones de defender a la flota gallega (con sede en Vigo) a como fuera.

Ésta flota estuvo semanas bajo acoso permanente de la Guardia Costera Canadiense, que intentó capturar los arrastreros Verdel, Mayi IV, Ana María Gandon y José Antonio Nores. Los capitanes se salvaron de pernoctar en el Spa Policía Montada porque los patrulleros españoles se interpusieron todo el tiempo. Pero a cierta altura de las cosas, ya no pescaban más que sustos y estaba todo el mundo con los pelos de punta y el dedo en el gatillo.

El 14 de abril Canadá redobló la apuesta y se trajo al ring a la Armada, mientras los cazas F-18, con misiles antibuque bajo las alas, hacían sobrevuelos rasantes de los aterrorizados barcos españoles. A todo esto, el Primer Ministro Jean Chrétien le avisó al ministro de defensa español, Narcís Serra, que esta vez iban a por los pesqueros sí o sí, y que cuando la Armada Española intentara interferir, la orden era tirar.

España “recalculó” unas 3 horas… y reculó en chancletas. Tuvo que pagar 300.000 euros por la liberación del Estai y su tripulación, y luego soportar que la Corte de Justicia Internacional (donde el Reino Unido se dio vuelta y les votó en contra) rechazara su pleito. Todo eso sucedió en cinco semanas de locos en 1995 llamadas desde entonces “La Guerra del Fletán”, sin mayor exageración: durante 3 horas, las naves armadas de Canadá y España estuvieron por entrar en combate. Sólo que nadie disparó primero.

Si dos países de la OTAN casi se agarran a misilazos y cañonazos en 1995 por venderle a Japón unos lenguaditos de morondanga, peces que en 1993 no tenían valor comercial, para peor chicos y de fondo, es que en la columna de agua ya se barrió con todo lo históricamente valioso de la zona: lo dicho, el bacalao y el arenque.

Como había probado en los ’80 en Namibia y Somalía, donde vació el mar y dejó en la ruina a los pescadores ribereños artesanales, de la flota con sede en Vigo, Galicia, puede decirse lo que dicen que decía Atila de sí mismo: “Donde pisa mi caballo, no vuelve a crecer el pasto”. Los episodios de Terranova fueron la primera parada mundial de carro que tuvieron los pescadores peninsulares. Para ver cómo narran esta casi guerra sus perdedores, hay un link aquí.

No es la falta de radares lo que explica la invasión actual de la ZEE argentina por unas 500 naves piratas. Es el potente lobby que fueron tejiendo en nuestro país las pesqueras españolas desde los ’90. Es un entramado de gobernas, diputados, senadores y jueces que ya era imposible desmontar sino incluso revelar en tiempos de Menem. Desde 2014, para mayor inri, los chinos empezaron a comprar pesqueras españolas icónicas en Patagonia, como Arbumasa, Lan Fish o Patagonian Seafood, pero también otras más norteñas, como Altamare, Chiarpesca, Ardapez, Arhepez. Las españolas son (¿eran?) las dueñas reales del Mar Argentino. Y nosotros, los titulares teóricos según cartografía, «la vemos pasar» pintados en la pared, y vamos de la sartén al fuego.

La Plataforma Continental Sudamericana llega muy al Este y al Sur, de acuerdo a qué costa se considere como línea de base. En 1991, con la ley 23.968 “de líneas de base”, que volteó la 17.094, se dio por legalmente británica la costa malvinera, con lo que se le regaló a Inglaterra una una nueva ZEE de 438.000 km2, recortados lindamente del Mar Argentino.

En 1993, Gran Bretaña se puso más orientalista: saltó 1450 km hacia el Este, como quien dice de Stanley a Grytviken, y extendió su ZEE sobre las islas Georgias y Sandwich del Sur. En 2011, tras pensarlo mejor, decidió darle incluso un matiz ecológico a esta avanzada militar y ahora ese nuevo millón de km2 de océano incautado es una reserva, o AMP (Área Marina Protegida). Con ello, la jurisdicción efectiva inglesa en el Atlántico Sur pasó de los modestos 11.410 km2 que ocupaba distraídamente en 1982 a los 1.639.900 de km2 de hoy. Recortados, nuevamente, de aguas antes internacionales donde pescaba Argentina, y que según leyes internacionales, deberían ser ZEE argentina. Nuestros ecologistas finos, encantados.

En 1994, la Cancillería Argentina estableció vedas de captura de calamar Illex argentinus contra… Argentina. Garantizan la llegaba estacional en la fase cálida de esta especie a la ZEE malvinera desde Brasil. Stanley, agradecida pero sin efusividad, a lo británico. En 1995, acaso para sacarle al menos una sonrisa a Su Majestad, chica tan seria, el Palacio San Martín convino con Whitehall “la investigación conjunta” (haceme reir) de la biología del Atlántico Sur, con lo que las autoridades de Stanley, cuyos ingresos dependen en un 75% de la pesca en general y un 50% del calamar, accedieron gratis a la información y planificación generadas por el laborioso Instituto Nacional de Investigaciones y Desarrollos Pesqueros (INIDEP). La investigación inglesa todavía la estamos esperando.

En 1998, se firmó la «cooperación militar» con Gran Bretaña, y ésta mudó de la isla Ascensión a la Gran Malvina su Comando Sur, donde estableció Mount Pleasant, la mayor base aeronaval de la OTAN en el Hemisferio Sur. Regularmente allí revistan de 900 a 1200 efectivos de las tres armas británicas, amén de viajeros frecuentes con millaje: en Mare Harbour nunca falta algún destructor antiaéreo, alguna fragata antisubmarina, algún submarino nuclear de la Royal Navy y al menos 4 cazas multipropósito Eurofighter Typhoon de la Royal Air Force. Ahí también operan las patrulleras marinas de las Fuerzas de Autodefensa Isleñas.

En 1999, nuestra increíble cancillería, que sufre o goza (no se sabe) del síndrome de Estocolmo, firmó con Londres otro acuerdo para perseguir en forma conjunta a los pescadores piratas que no tuvieran licencia otorgada en Port Stanley. Ya somos marineritos de Su Majestad.

En 2000, se firma “la administración conjunta con el Reino Unido de los recursos transzonales” (es decir de la pesca de calamar con licencia kelper). Si Elizabeth no se rió con esto, es de corcho. Con la movida se crea una OROP (Organización Regional de Ordenamiento Pesquero) en la que las Malvinas son estado ribereño. Nuestros ecologistas del jet-set, que revistan en ONGs internacionales y tienen «visión planetaria» (es decir tanta geopolítica nacional como la revista “Para Ti”), elogian ese pragmatismo.

En 2005, Néstor Kirchner volteó los acuerdos científicos de 1995: si Inglaterra quería información biológica del mar que nos quitó y dice administrar, que gastara en investigación propia. El INIDEP, después de todo, es nuestro. En Marpla, sede del instituto, asienten: cobran en pesos, y poco. Luego Kirchner convenció al Mercosur e invitados de hacer ciertos sacrificios: a Chile, de que LAN desistiera de vuelos desde el continente a Port Stanley. Ricardo Lagos, no muy de acuerdo, pero… A Uruguay, Kirchner pidió que le negara servicios de puerto a los pesqueros con licencia kelper. El Pepe Mujica, gruñendo reticencias, pero sus propios conmilitones del Frente le ladraban.

En 2016, la nueva canciller Susana Malcorra, primera persona en su cargo con nacionalidad argentina Y española, «puso orden»: le devolvió el INIDEP a los británicos, autorizó a LAN a hacer vuelos Stanley-Córdoba-San Pablo. Pero su sucesor Jorge Faurie llegó aún más lejos: en 2018, durante el G20, se abrieron nuevos acuerdos pesqueros con China y Rusia, se autorizaron los trasbordos pesqueros en alta mar y se le hizo un guiño final a Uruguay para que brindara en forma libre sus servicios de puerto a la flota potera china y española. Bueno, en realidad ya lo venía haciendo, pero…

Y los barcos poteros, que atraen al calamar desde las profundidades a la superficie usando enormes lámparas, concurren de a centenares al Plata, y ya que están, pescan un poco. El estuario cambió a ojos vista: de noche, en 2012, desde los balnearios de la costa uruguaya entre Montevideo y Punta del Este, el horizonte marino nocturno hacia el Sur era una boca de lobo: negro, con las ocasionales luces de posición de algunos pocos barcos. Hoy el horizonte está iluminado desde abajo por los poteros, como por una ciudad flotante. Y lo son.

Matriz de antenas emisoras de un radar transhorizonte australiano. Cubre centenares de hectáreas, pero terreno vacío ese país tiene de sobra. Epa, también nosotros. Y los australiano saben de electrónica. Epa…

Si en 1970 las 10 mayores pesqueras en el Mar Argentino eran nacionales, hoy quedan 3 y están siendo compradas. Es tanto lo perdido y tan brutal la desproporción de fuerza económica y militar entre nuestro país y los nuevos dueños del Mar Argentino que uno se pregunta cómo y por dónde empezar a recuperar algo.

Mi respuesta es que hagamos al revés que los canadienses en 1995. Empecemos por construir una cadena de radares costeros HFSWR. Es un gesto político, pero de esos que generan dudas porque dan para más: piratas, los estamos mirando. Cuando salgamos a cazarlos, si alguna vez lo hacemos, seremos más efectivos que en el último par de decenios. Se acabaron las 2,5 capturas por año y las multas indoloras. Empiezan las decomisiones de barcos y de artes de pesca (valen más que las naves), que repararemos en Astilleros Río Santiago (una ley, ahí) y luego entregaremos a empresas y cooperativas pesqueras nacionales. A las que el Banco Nación apuntalará con créditos blandos, ¿o acaso son todos para la familia Vicentín?

Con esto no echamos a 500 piratas, pero al menos empezamos a exorcizar nuestro postrauma malvinero. Me interesa el efecto antiséptico que eso pueda tener sobre nuestra propia sociedad: legisladores, diplomáticos y jueces argentinos, también los estamos mirando. Están, literalmente, bajo el radar.

La patrullera OPV chilena “Fuentealba” de patrulla en la Antártida. Chile las construye, Colombia también. Pinta inocente de barco civil, pero el helicóptero le da capacidad antisubmarina. Nosotros pagamos la ingeniería, y no las construimos.

Y como sin barcos y sin abordajes no se arregla nada, le sacamos aún más el polvo a los Astilleros Río Santiago y empecemos a construir allí las 5 patrulleras Fassmer OPV planificadas en 2010, que no se resolvieron durante el gobierno de CFK y que el presidente Macri dejó de lado para comprar (a un precio mucho mayor) 4 patrulleras francesas terminadas, entre ellas la ARA Bouchard, entregada el año pasado.

Macri prefirió pagarle a Francia U$ 328 millones por 4 patrulleras “llave en mano”, en lugar de construir 5 unidades en los Astilleros Río Santiago. Con dos agravantes: la primera en entregarse a la Argentina, «L’Androit», ya vino con 7 años de uso en la Marina Francesa.

El segundo agravante es que un presidente argentino y un ministro de defensa (Oscar Aguad) evitaron pagarle al estado bonaerense un total de U$ 250 millones por 5 naves nuevas. En cambio prefirieron darle U$ 328 millones, es decir 78 millones más a Francia por sólo 4 unidades, todas menos modulares y polivalentes que las Fassmer, y una de ellas ya cascoteada por uso.

Habida cuenta de que las 4 «nuevas» patrulleras francesas deberán vigilar 1 millón de km2 de mar (lo que nos queda), no parece que por sí solas puedan cambiar mucho la situación de descontrol de pesca actual. Pero de tener una flota patrullera del Cono Sur, con Colombia y Chile, y de bajar costos «yendo en vaquita» con los repuestos, mantenimientos, desarrollos y modernizaciones (nuestro negocio, claramente), de eso a olvidarse.

Aguad y Macri también prefirieron sacrificar 1200 puestos de trabajo calificado en los inmensos astilleros de Ensenada, que en tiempos de Menem pasaron de Nación a Provincia en estado de abandono, y que hoy apenas si hacen reparaciones. Pero la buena noticia es que con esta firma Francia se aseguró 2000 puestos en Naval Group, talleres de Toulon. El cardenal Richelieu, fundador de ese astillero en 1631, sonríe desde el Más Allá.

El problema es que ya tenemos comprada y pagada la ingeniería de las OPV a Chile, que a su vez la compró a Alemania, y que los astilleros oficiales ASMAR de Chile y COTECMAR de Colombia las están construyendo (pueden verse en este video). Son unas naves espléndidas, muy modulares, a las que se le puede motorizar, remotorizar y dotar de los radares y la electrónica que se quiera. Y en versión 1.0, vienen con 8000 km. de autonomía, lo que significa posibilidad de patrullas muy largas. ¿Cómo no empezar al menos a construir la primera? Nuevamente, sería otro gesto político interesante. Un «no digan que no avisamos».

Y de paso que mandamos señales nuevas, generamos trabajo en Ensenada, gobernador Axel Kicillof, donde no sobra. Escuche esta idea, porque es keynesianismo puro. Y construimos estos hermosos barcos en pesos, no en dólares, y para evitar que se sigan fundiendo las pesqueras en Marpla, o que las compren los chinos. ¿Y qué hacemos luego con 5 patrulleras “made in Argentina” y 4 francesas, y unos radares que cubren la ZEE?

Las sumamos al medio centenar de naves que ya tenemos e integramos electrónicamente todo. Y lo sumamos a los radares costeros HFSWR que vamos a construir. Y entonces, con mucho trabajo, respecto del Mar Argentino, empezamos a dar vuelta la página. Terminamos con una larga historia de agachadas, humillaciones y pérdidas posmalvineras. Barajamos y volvemos a dar.

Vamos dejando de ser un lugar. Volvemos a ser un país.

Feliz día de la Patria, lectores.

(Concluirá mañana)

Daniel E. Arias

(La 1° parte de este artículo está aquí; la 3° y final, aquí)