Mauricio Seigelchifer es Director de Transferencia de Tecnología en mAbxience. Cofundó pharmADN, una empresa que es parte del grupo mAbxience. Eso significa que está al tanto de los intereses que se mueven en la industria farmacéutica global, y seguramente no tiene una visión ingenua de las motivaciones políticas de los estados que intervienen en ese campo.
Por eso mismo, nos interesó esta nota en que relata una crónica, muy clara y amena, de uno de los desarrollos más originales y prometedores de la ciencia argentina para la lucha contra el coronavirus: los anticuerpos en el plasma extraído del suero equino, sobre el que AgendAR ya ha publicado varias notas.
De paso, confirma algo que ya sabíamos: los conspiranoicos son desconfiados pero no realistas.
«Cuando recién comenzaba la cuarentena me invitaron a una charla por Instagram para hablar sobre la pandemia, vacunas, y demás. Me habían advertido que se trataba de un grupo que no creía mucho en estos temas, pero quería escuchar la otra campana. Se llaman a sí mismos los Conspiranoicos.
En esa charla se planteó que el coronavirus no existe y que son las antenas 5G las que producen la dolencia, o generan el virus. Por supuesto, que se trataba de un plan (no me quedó del todo claro de quién). Supe que existe un remedio universal, el dióxido de cloro, que cura todo y por supuesto también el coronavirus, pero que los laboratorios lo ocultan. Que ya hay vacuna, pero la guardan para cobrarla más cara. Que le van a poner un chip a la vacuna para seguirnos y enterarse de lo que hacemos. Y otros planteos que me resultaron divertidos, aunque muy lejos de mi realidad cotidiana y mi visión de la pandemia.
Menos gracia me generó oír las mismas teorías de manifestantes anti-cuarentena. O saber que algunos conocidos están tomando Dióxido de Cloro (una sustancia que nunca fue probada como medicamento, y mucho menos aprobada). O que hay gente cercana analizando quién había liberado el virus.
Es verdad que muchas veces la visión de la ciencia, desde los que están fuera de ella, parece oscurantista, opaca, difícil de comprender y hasta amenazante. Para aprobar un nuevo medicamento hay que atravesar una serie de ensayos clínicos que nos suenan tenebrosos. Sin embargo son, hoy por hoy, el único instrumento científico para poder prever cómo va a funcionar en la población. También, más injustificadamente aún, hay grupos antivacunas, que descreen del beneficio de estos tratamientos.
A pesar de toda la oscuridad que generó el coronavirus y la pandemia, en el ambiente científico (al menos en el que me tocó participar) fue mucha más luminosa la interacción. Los científicos chinos secuenciaron el material genético del virus. Lo dieron a conocer a menos de un mes de comenzada la epidemia. Con esta información, científicos franceses, españoles, de Estados Unidos, hicieron plásmidos capaces de generar la producción de antígeno de superficie del virus (los plásmidos son fragmentos de ADN que, si se introducen en una célula, pueden dirigir la producción de una proteína, que es el material del que están hechos muchos antígenos). Estos científicos enviaron el material, desinteresadamente, a la Argentina, donde investigadores locales han desarrollado kits de diagnóstico (tanto del material genético viral como para detectar anticuerpos).
Por otra parte, en el extranjero hay grupos que están desarrollando vacunas. Que indudablemente les reportará una ganancia a los que tengan éxito. Pero llevar una vacuna al mercado lleva tiempo. Se está haciendo todo en forma acelerada, pero hay pruebas imprescindibles antes de vacunar a toda la población. Y el precio de las vacunas no puede resultar demasiado alto.
Entre los proyectos se está desarrollando en la Argentina y, por suerte me tocó participar, la producción de suero hiperinmune en caballos. La idea es similar al uso de plasma de pacientes curados, pero se puede producir en cantidades industriales.
Cuando una persona se infecta (es invadida) por un virus o una bacteria, su organismo se defiende a través de una respuesta inmune, que genera, entre otras cosas, anticuerpos, que atacan y neutralizan al agente infeccioso. Como este efecto recién empieza a ocurrir cuando el individuo entra en contacto con el virus, hay infecciones que le ganan al sistema inmune (como los enfermos de Covid-19 que llegan a fases agudas de la enfermedad o fallecen). En otros casos gana el sistema inmune (a veces con ayuda médica) y el paciente se recupera. Las vacunas simulan una infección, así cuando aparece la infección verdadera, el organismo ya tiene anticuerpos y está protegido.
Cuando la enfermedad le está ganando al sistema inmune, una forma de ayudar al enfermo es darle anticuerpos externos. Los pacientes recuperados tienen en su sangre anticuerpos. De esta sangre se prepara el plasma. Si un paciente recibe plasma, aumenta el número de anticuerpos y su capacidad de neutralizar al virus, y de este modo, tiene muchas más posibilidades de curarse.
Sin embargo, el número de enfermos es mucho mayor que el de curados. Y no todos los individuos curados donan plasma, por lo que el plasma es un insumo muy escaso y se puede administrar en contados casos. De un donante se pueden tratar entre 1 y 3 infectados.
Para lograr un tratamiento más masivo se ideó el suero de caballos. Históricamente se utilizan caballos para producir antisueros. Cuando nos pica una serpiente o un escorpión, el antisuero que nos aplican para neutralizarlo en general se produce en caballos. En el área farmacéutica siempre es conveniente trabajar en sistemas conocidos y en equinos hay gran experiencia en producción de anticuerpos. Por otra parte, los caballos producen altas cantidades de anticuerpos y, al ser animales grandes, se les pueden extraer volúmenes importantes de suero.
La empresa Inmunova, formada por científicos e incubada originalmente en el Instituto Leloir (hoy funciona en la Universidad de San Martín) comenzó hace tiempo a trabajar con suero hiperinmune de caballos. Lo hicieron originalmente para generar anticuerpos contra la bacteria Escherichia coli enterotoxigénica, para tratar el síndrome urémico hemolítico, sobre todo en niños. Este medicamento está avanzado en su desarrollo. Esta misma idea (y colaborando con científicos y otras empresas locales) se aplicó para generar anticuerpos contra el coronavirus. Este virus tiene las “puntas de la corona” que son proteínas que utiliza para entrar e infectar a las células. Estas puntas o espinas se llaman spike en inglés. Un plásmido que tiene el ADN (información genética) de una porción de esta proteína, se introduce en células en cultivo. Las mismas producen parte del spike. Luego, esta proteína se purifica (se separa de las células y de otras proteínas) y se inyecta a caballos. El sistema inmune del caballo reacciona ante esta invasión (se siente infectado) y produce anticuerpos contra la proteína del coronavirus.
Al cabo de varias dosis para estimular más al sistema inmune, se extrae el suero y se purifican los anticuerpos que produjo el caballo. Luego se les hace un tratamiento para que pueda ser aplicado en humanos. Con una extracción de suero de un caballo se pueden realizar 300 tratamientos a pacientes. De ahí que, si el tratamiento es eficaz y seguro (ahora empieza la prueba clínica que ya fue aprobada por Anmat), este medicamento, desarrollado y producido enteramente en la Argentina, puede servir para tratar a miles de pacientes y ayudar a salvar muchas vidas.
Un sistema científico funcionando y financiado, vinculado con la industria nacional, es vital para mejorar la salud de nuestra población y para cualquier visión de país serio que podamos construir.
Cuando los griegos no pudieron vencer a los troyanos, les regalaron un caballo. Adentro de este caballo estaban los futuros destructores de Troya. Tal vez en este caso, adentro del caballo esté lo que nos salve.»