Los incendios que se extienden sobre los humedales del Delta del Paraná desde el inicio del aislamiento social se esparcen en verdad como una interminable cortina de humo que esconde un conjunto de causas más profundas y permanentes en esa región, vinculadas no solo con las características ambientales de ese territorio, sino también con los modos de producción y el modelo de desarrollo predominante en el país.
“Ahora es el fuego, pero cuando hay emergencia hídrica es lo mismo. Este es un lugar hermoso, pero tengo que hablar de lo feo y he visto lo peor: intermediarios con ganadería que vieron la oportunidad para llenar el Delta de vacas, isleros que no tienen adonde sacar los animales –en épocas de crecientes o inundaciones– y esperan hasta ultimo momento, cuando ya es muy tarde porque se les empiezan a romper las pezuñas”, dijo Analía Esperón, que es cuarta generación de productores ganaderos del Delta Medio y tercera generación de transportistas pluviales ganaderos, en una mesa redonda organizada por el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional de San Martín (3iA-CONICET/UNSAM). Esperón denunció que en la zona predominan la inseguridad y la falta de controles.
“Acá no puedo tener un carpincho solo porque de madrugada lo matan. El último incendio lo iniciaron unos pescadores a las dos o tres de la mañana, para cazar carpinchos cuando huyen del fuego. Por las noches, muchas veces se escuchan tiros, y hace poco carnearon uno de mis terneros”, enumeró Esperón y afirmó que la región ofrece posibilidades para desarrollar distintas alternativas productivas, pero para ello sería necesario que hubiera un ordenamiento territorial que establezca qué cosas están permitidas y cuáles no. “¿Que tipo de islero queremos tener en la zona? El Delta no es un negocio, es una forma de vida, es productivo pero queremos que sea sustentable a largo plazo”, sostuvo.
La cuestión del ordenamiento territorial es una de las centrales en el debate por la tan esperada Ley de Protección de Humedales, que se retomó en las comisiones de especialistas en agosto. Actualmente se están analizando nueve proyectos, pero antes, al menos en dos oportunidades se había logrado obtener media sanción en el Congreso de proyectos que finalmente no fueron tratados y perdieron estado parlamentario.
Los incendios tienen un fuerte impacto en la pérdida de biodiversidad en la zona del Delta del Paraná.
“Analía nos esta diciendo que hace falta mas presencia del Estado en estos territorios, algo fundamental para que la sostenibilidad sea un vector en el desarrollo del Delta”, comenta Abelardo Lliosa, director nacional de Planificación y Ordenamiento Ambiental del Territorio en el Ministerio de Ambiente de la Nación, y afirmó que, de acuerdo con esta premisa, ya han reactivado el denominado Plan Integral Estratégico para la Conservación y Aprovechamiento Sostenible en el Delta del Paraná (PIECAS-DP), mediante el cual hoy están tratando de atender a la urgencia que presentan los focos de fuego, pero cuyo objetivo es que se convierta en una política pública a mediano y largo plazo.
En este sentido, apuntó que firmaron un convenio con cinco universidades de la región, de Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires, “para empezar a trabajar en un modelo de desarrollo para el Delta con una visión compartida y construida participativamente, en la que nos pongamos de acuerdo en cómo queremos que sea ese Delta y a partir de ahí empezar a implementar políticas públicas”.
El PIECAS surgió en el año 2008, con la intención de proteger esta misma región frente a una serie de incendios graves de similar magnitud a los que están sucediendo en la actualidad. “Ahora queremos profundizar el diagnóstico junto con las universidades, los pobladores y los productores, y llegar a establecer políticas públicas de sostenibilidad que incluyan desde incentivos a ciertas actividades económicas hasta mayor presencia del Estado para el control y mejoras desde las ciudades, que vuelcan sus efluentes al agua del Río Paraná sin tratamiento, o en los sistemas de alerta temprana para poder sacar el ganado a tiempo”, ejemplificó Lliosa. También advirtió que todo esto busca llegar a un ordenamiento ambiental del territorio que “no será inmediato”, ya que se trata de una negociación entre actores que no solo implica determinar qué tipo de actividades estarán permitidas y cuáles no, sino también el modo en que esas actividades podrán ser desarrolladas.
“Uno de los principales desafíos de esta nueva etapa del PIECAS será que haya leyes de ordenamiento territorial de cada provincia que sean congruentes con las otras, y establecer un sistema de gestión eficaz”, dijo el funcionario, y agregó que una primera acción del PIECAS para comenzar a atender a la emergencia provocada por las llamas es la conformación de los denominados “faros de conservación”, que se espera que funcionen como puntos desde los cuales se puedan irradiar políticas públicas de conservación y uso del territorio.
“El fuego puede ser un factor que aumente la heterogeneidad. En situaciones de extrema seca, con tanto combustible disponible en toda la superficie, toda esa heterogeneidad se homogeneiza con el fuego y es tierra arrasada”, dijo Kandus, quien durante su exposición mostró la evolución de la falta de agua en la zona.
“Son la primera estrategia para reforzar la presencia del Estado en el Delta, que es un territorio muy extenso que ha estado muy descuidado pero que es muy especial, sobre todo el Delta Medio, porque hay poca población e infraestructura pero mucha producción”, comentó Lliosa y detalla que hoy ya hay siete faros y se está comprando todo el equipamiento necesario, ya que el objetivo es que haya uno cada 100 mil hectáreas, que estén conectados con antenas de unos 20 a 25 metros de altura con cámaras y drones para detectar fuegos de forma temprana, “pero sobre todo con personas: el personal de parques nacionales estará instruido para vincularse con los actores del territorio, los productores y las familias isleñas, para ir estableciendo pautas de sostenibilidad”, adelantó el funcionario y subraya que no están pensando en el Delta “como un santuario de la naturaleza, sino en el Delta con la gente adentro, con actividades productivas pero en un marco de sostenibilidad”.
Al respecto, la investigadora Patricia Kandus, que dirige el grupo de Ecología, Teledetección y Ecoinformática del 3iA/UNSAM, coincidió con que el desafío de la conservación está fuera de los parques o reservas naturales: “La idea de los faros es muy interesante, pero la conservación no puede descansar en áreas de reserva o protegidas, como la pensaban algunos autores hace tiempo. El desafío mayor está en las áreas que no son parque. Me preocupan los modos de producción con los que nos estamos mirando a futuro como país, que esos modos generen inclusión social y un vinculo con el ambiente amigable”, sostuvo.
Humedales: tierra arrasada
El Bajo Paraná es un territorio complejo, transjurisdiccional, atravesado por tres provincias a lo largo de 400 kilómetros, que los investigadores entienden como un complejo entramado de geoformas que se produjeron en los últimos cinco mil años del holoceno, conformado por tres sistemas de paisajes diferentes que coexisten en esta zona: los modelados por el río Paraná, los sistemas de paisaje costero y el sistema deltaico propiamente dicho. “Este entramado de geoformas determina lo que llamamos unidades de paisajes muy diferentes. Nosotros identificamos 16, que se expresan en esta diversidad de patrones naturales que recorren todo el Delta y determinan un territorio heterogéneo”, explicó Kandus y agregó que esta región constituye un mosaico de humedales, adonde el 80% de la superficie está dominado por especies herbáceas, mientras que el bosque nativo y las forestaciones apenas ocupa alrededor de un 4%, en cada caso.
“Esa diversidad de tapices herbáceos no solo son naturales, sino que también evolucionaron en una larga historia de muchos siglos de la mano del hombre, que siempre participó en la vida del Delta”, agregó Kandus, y advirtió que este mosaico tiene tiempos de inundación y de sequía, y que este año la situación es “de extrema sequía y sin vegetación”, lo que lo vuelve un espacio de riesgo frente a los fuegos. Según el reporte diario del Servicio Nacional de Manejo del Fuego del 16 de septiembre, los incendios afectan a 198.863,25 hectáreas de humedales en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos.
Quintana explicó que no solo el fuego afecta la biodiversidad, sino también otras acciones humanas como la construcción de infraestructura para el desarrollo de ganadería al estilo pampeano, como terraplenes, diques o la realización de canalizaciones que alteran el régimen hidrológico de los humedales.
Esa heterogeneidad de geoformas y los pulsos del río que alternan períodos de inundación y de sequía son los que permiten que exista la biodiversidad característica de estos ecosistemas. “Se estima que allí habitan 700 especies de plantas vasculares y más de 500 especies animales, con más de 200 especies de peces y aves”, dijo Rubén Quintana, director del 3IA. Según el especialista, no solo el fuego afecta la biodiversidad, sino también otras acciones humanas como la construcción de infraestructura para el desarrollo de ganadería al estilo pampeano, como terraplenes, diques o la realización de canalizaciones que alteran el régimen hidrológico de los humedales.
“Si se compara entre zonas, se observa una disminución drástica de las especies típicas de humedal, de un 48% a un 15% dentro de los diques. En términos productivos esto también es negativo porque gran parte del forraje de calidad del Delta es típico de estos ambientes y desaparece con estas alteraciones”, alertó el investigador.
Otra consecuencia de este proceso es la aparición de fauna exótica en los ambientes endicados, como las mulitas y los zorros de monte. “También hubo cambios en las comunidades de aves. Comparamos censos de aves de los años 90 con otros de fines de la primera década de este siglo y vimos que no solo disminuyeron las especies presentes en cantidad, sino también en identidad. De las 42 especies que no se detectaron en 2011, 24 eran típicas de humedales; y aparecieron 16 especies nuevas de hábitos más terrestres”, ejemplificó Quintana. Esto fue acompañado por un cambio “drástico” de la superficie, ya que en ese mismo período se perdieron 88.000 hectáreas de humedales, lo que corresponde a un 40% de la superficie original.
“En un trabajo previo sobre indicadores de sustentabilidad georeferenciados en el Delta, analizamos el Bajo Paraná como sistema de forzantes y presiones que generan impactos e impulsan respuestas”, recordó Kandus y explicó que hoy entre ellos podrían incluirse al desplazamiento forzado de la ganadería, los fuegos de origen antrópico, la denominada “terrestrialización” del humedal para que se comporte como sistema terrestre. Sin embargo, “las causas vienen dadas por otros forzantes que hablan del modelo agrofinanciero y de la lógica cultural y tecnológica hegemónica, que mira a los humedales y a las actividades que allí se realizan como si fuera tierra firme. A esto se suma la variabilidad del cambio climático con el aumento de situaciones extremas, tanto de seca como inundaciones o cambios en los balances hídricos”, destacó la especialista.