Cuatro homenajes a Juan Carlos Almagro, el hombre que salvó Atucha I – Última parte

Retubado de Embalse: cambio de los generadores de vapor, cuyos tubos de aleaciones especiales vienen de Conuar-FAE en el Centro Atómico Ezeiza

(Estas semblanzas de Juan Carlos Almagro describen bien la diversidad de mundos que habitaba, y cómo contribuyó a su existencia. La primera parte de esta nota está aquí)

UNA RESEÑA DE ALMAGRO

          Dr. Pablo Vizcaíno, Físico Nuclear (*)

Hace pocos días falleció Juan Carlos Almagro. Quisiera hacer una reseña de lo que para mí fue Juan Carlos a través de mi experiencia con él

Cuando ingresé a CNEA, hace ya más de 25 años, el Proyecto PPFAE (Planta Piloto de la Fábrica de Aleaciones Especiales) que él dirigió desde su inicio en los años ´70, ya había finalizado. Juan Carlos trabajaba en NA-SA, pero siempre estuvo cerca de nuestros grupos de Ezeiza. (La planta fabril de FAE está en el Centro Atómico Ezeiza, y forma parte de CONUAR, una sociedad mixta de la CNEA con el grupo Pérez Companc).

En el laboratorio, siendo yo becario, me ocupaba de las evaluaciones del material de los canales removidos del reactor de Atucha I luego del incidente del ´88.

Los componentes internos del reactor fueron su tema y responsabilidad durante todo su trayecto en NA-SA. Así, a lo largo de los años y mientras yo me formaba con el Dr. David Banchik (su amigo y “socio científico” como jefe técnico del Proyecto PPFAE), teníamos contacto con él tanto en Ezeiza como en Atucha.

En esas ocasiones hablábamos de los resultados que publicábamos en base a los estudios del material irradiado de los canales de Atucha. En esos encuentros técnicos, él no perdía oportunidad de contar sus anécdotas… fuera sobre la discusión con los alemanes de KWU acerca del origen del problema del ‘88, sobre cómo habían encarado el desafío de la reparación, de las causas del cambio dimensional de los canales en el reactor, de la larga pelea por cambiar la aleación (Zircaloy-4) de los canales, ya que no duraban lo que según el diseño alemán se prometía… Ese cambio de aleación nunca se pudo concretar. Además, por supuesto, las anécdotas de su experiencia de vida.

Más allá de lo técnico, lo que trasuntaban esas historias era su entusiasmo e interés por todo lo que hacía.

Por esos años yo hacía mi doctorado trabajando en estos temas. Juan Carlos siempre estaba interesado, aunque se tratara de trabajos que no tuvieran aplicación directa a resolver un problema, trabajos que normalmente se califican como “científicos” en el mundo ingenieril. Desde luego que a Juan Carlos le interesaba resolver problemas concretos. No podía ser de otro modo, los componentes internos del reactor eran su tema y su responsabilidad.

Pasa que, como buen discípulo de Sabato, sabía que se encuentran soluciones mucho mejores a los problemas cuando se desarrolla conocimiento nuevo. Esto que desde lo intelectual resulta obvio, con mucha, con demasiada frecuencia no se ve aplicado en la práctica. Como solía decir mi abuelo, él sabía que había que saber, y cuanto más, mejor. Así que de más está decir que Juan Carlos valoraba el conocimiento y lo impulsaba.

Después de su retiro en 2012, en el departamento que ahora conforman los antiguos grupos de materiales de Ezeiza ya estábamos involucrados en la fabricación de los tubos de presión para la Central de Embalse. Avanzadas esas tareas, organizamos un agasajo (un asado claro) al que, junto con otros colegas/amigos/as de toda la vida, y él era uno de los invitados de honor.

Juan Carlos estaba orgulloso de que “su laminadora” se estuviera usando finalmente para una producción, orgulloso de la planta, del laboratorio, de las chicas y muchachos jóvenes que veía trabajando… me acuerdo de verlo en un momento llamando a su mujer para decirle, “¡Victoria, estoy en la planta, en PPFAE, estoy en casa!”.

Cuando hace unos años se reavivó la posibilidad de cambiar la aleación de los canales de Atucha I (y ya pensando en los de Atucha II que recién se ponía en marcha) decidí convocar a un grupo de expertos. Muchos eran colegas de la Gerencia de Materiales, de la Gerencia de Coordinación CNEA–NA-SA, incluso de NA-SA y de FAE también y por supuesto había queridos profesores del Instituto Sábato, viejos amigos de Juan Carlos. La propuesta era “diseñar” una nueva aleación para los canales, i.e., con la idea de que todo el trabajo lo hiciéramos nosotros. Y por “nosotros” me refiero a los argentinos y compañeros de CNEA que trabajaban en estos temas.

Teníamos la intención de presentar un tubo hecho en PPFAE con una aleación desarrollada en el país. Por supuesto lo invité a él, pero me pidió lo dispensara de participar del grupo. Me dijo que hacía pocos años se había retirado de NA-SA y veía en su participación una especie de conflicto de intereses (sin duda un pudor insólito en nuestros días). Aun así me dijo, “te voy a ayudar de otro modo”.

Y fue así: se sucedieron varias reuniones informales en un bar de Palermo cercano a su casa, en donde entre cafés y anécdotas me compartía información de las discusiones que habían habido desde el ´93 sobre ese tema, polémicas empezadas incluso desde antes de existiera la actual NA-SA separada de CNEA.

De hecho, eso de poco sirvió al objetivo: para variar, NA-SA decidió comprarle la receta de la aleación nueva a los alemanes.

Pero más allá de lo técnico, disfruté mucho de esas charlas, me dio consejos técnicos y también consejos de la vida. Siempre me hacía sentir un poco su sucesor, algo que me daba un poquito de orgullo y me hacía sentir bien.

Y aún cuando lo conocí a lo largo de muchos años, la verdad es que me costó comenzar a tutearlo. En una de esas charlas un día me dijo: “Pablo, por favor me tenés que tutear, a mí ni siquiera me llaman Juan Carlos, me dicen Petiso, El Petiso Almagro”, mientras se reía con su picardía de siempre. A mí nunca se me hubiera ocurrido, y desde luego que sentía de una irreverencia total llamarlo “Petiso”.

En los años recientes venía unas dos veces por año junto con David Banchik, alguna vez con Roberto Cirimello, alguna otra con Carlos Araoz, a los seminarios que organizábamos en el departamento en donde los chicos del grupo presentaban los avances de sus trabajos.

Pese a la malaria de estos últimos años jamás dejábamos de hablar de proyectos. Juan Carlos se encantaba con el equipamiento del laboratorio y con nuestras posibilidades, se sorprendía gratamente de nuestros experimentos de difracción hechos en sincrotrones y en reactores de investigación a lo ancho del mundo para determinar texturas, tensiones y dislocaciones.

Ahora pienso que se maravillaba de ver como materiales procesados en la PPFAE daban la vuelta al planeta para ser estudiados en esos grandes aparatos, y justo él, que había conseguido algunas de las máquinas de la planta prácticamente gratis para CNEA, me decía que la laminadora HPTR 8-15 con la que se desarrollaron las vainas para el combustible Atucha se pagó con fondos de Argentina que ya pertenecían al OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica), fondos que el OIEA podría haber dedicado a cualquier otra cosa.

En el proyecto siempre se arreglaron con lo que había, así que supongo que Juan Carlos nunca habrá imaginado que estas cosas fueran a ocurrir. Viéndolo retrospectivamente, sentí más orgullo y satisfacción con las presentaciones que hacíamos frente a los pocos que iban a estos seminarios de entrecasa, que ante cualquiera de los congresos internacionales a los que tuve la suerte de asistir para presentar trabajos del grupo.

Pero Juan Carlos también me hablaba de las posibilidades de aplicación de aleaciones especiales a distintos temas. “Vos tenés que hacer de todo”, decía. Me contaba de sus trabajos de metalurgia en odontología, de los que me invitaba a participar. Me decía que me iba a presentar a los médicos amigos con los que trabajaba en esos temas, de sus “papers” al respecto con el Dr. Cabrini, fallecido hacía ya algunos años.

(Aclaración del editor: el circonio, base de las aleaciones de los elementos combustibles nucleares, es química y metalúrgicamente un «primo cercano» del titanio. Eso explica que casi todos los fabricantes argentinos de implantes odontológicos y prótesis óseas de cadera hayan sido expertos en materiales formados en la Comisión Nacional de Energía Atómica).

A principios del 2019 Juan Carlos vino de visita y me dijo entre tantas cosas que tenía un negocio para mi. Era parte de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias. Estaban físicamente en la Academia Nacional de Ciencias y hacían una publicación trimestral (Ciencia & Investigación) en la que él trabajaba en el comité editorial junto con su colega y amiga, la querida Alicia Sarce, y otros compañeros/colegas/amigos de toda la vida.

Me dijo: “Sé que les gustaría que nos fuéramos, ¡pero aquí estamos! Conseguí meter para el último número de este año dos artículos de metalurgia… y uno es para ustedes”.  Como a mí estas cosas me entusiasman me puse a trabajar junto con los chicos del laboratorio y la planta e hicimos una síntesis de las actividades de investigación y desarrollo de componentes nucleares que habíamos emprendido en los últimos años.

A ese trabajo le sumamos una reseña introductoria escrita por Daniel Bianchi (de la Gerencia de Combustibles), que cuenta el origen e historia del Proyecto PPFAE, y que llega hasta nuestros días. Luego de un ping-pong con él y con Alicia el trabajo se publicó en diciembre de 2019. A fin de año me llamó contento para avisarme de la publicación.

Juan Carlos tenía problemas cardíacos serios desde hacía muchos años. Había tenido una operación de by-pass que le gustaba contar en detalle mientras se reía de su problema (le habían abierto el pecho…).

Sorprendido por lo básico y crudo del método de cierre del tórax utilizado en la intervención (se realiza uniendo las partes a ambos lados del esternón “cosiéndolo” con un alambre que se cierra retorciéndolo con una pinza), Juan Carlos había desarrollado en su casa un “mockup” para ensayar un cierre más adecuado, de su propio diseño, usando ese tórax simulado. Pensaba patentar el sistema para dejarles las regalías a sus nietas…

Quedaron sin terminarse los ensayos de tracción de alambres de aleaciones especiales que habíamos comenzado a hacer para ayudarlo a desarrollar su idea.

La última vez que lo vi, en septiembre del año pasado, me dijo que había necesitado de la colocación de nuevos “stents”. Sabía que estaba mal y me dio a entender que estaba ordenando sus papeles.

Pero no quise prestar demasiada atención a eso porque se lo veía bien, entusiasta como siempre. En estos meses de pandemia Juan Carlos me vino varias veces a la mente y pensé en llamarlo pero postergué el asunto: pensé que ya nos reuniríamos todos en un asado cuando esto terminara.

Lamentablemente no presté atención, no había ese tiempo.

Juan Carlos fue uno de los fundadores de la CNEA, un tecnólogo de primera línea, un hombre de gestión, un profesional brillante, un entusiasta querible. Su partida es una pérdida desde cualquier punto de vista.

En esta época, en un contexto en el que insólitamente se vuelve a discutir sobre la “conveniencia” de comprar una central nuclear llave en mano, la partida de quien luchó toda su vida para nuestros propios desarrollos tiene algo de simbólico. Sintetiza esta Argentina paradojal que nos toca vivir.

Ayer a la noche cuando escribía estas líneas que hoy termino aquí, me vinieron imágenes de una película de Kurosawa que vi hace muchos años. Se muestra en ella que en la cultura tradicional japonesa, el fin de una vida larga, plena y fructífera es un motivo de celebración. Las escenas transmiten una alegría serena, con hermosas y coloridas imágenes.

La verdad es que yo no tengo nada de japonés. La partida de Juan Carlos a mí solo me produce tristeza, y los que seguimos su camino nos sentimos un poco más solos.

Se nos fue un grande.

(*) Entre los muchos mails que nos llegaron homenajeando a Almagro, este hermoso texto vino reenviado por terceros y lo atribuimos erróneamente al físico nuclear Jorge Sidelnik. Pertenece a su colega el Dr. Pablo Vizcaíno. Pedimos disculpas por el error. Daniel Arias.

ooooo

            La AAPC (Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias) lamenta el fallecimiento del Ing. Juan Carlos Almagro, quien era uno de los miembros más antiguos de su Colegiado Directivo, y le rinde homenaje con este recordatorio preparado por la Dra. Alicia Sarce

Dra. Alicia Sarce, Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias

Conocí a Juan Carlos Almagro a fines de 1966 cuando, siendo yo estudiante de la carrera de física en la UBA y habiéndose producido el triste episodio de la noche de los bastones largos, me acerqué al Centro Atómico Constituyentes de la Comisión Nacional de Energía Atómica para iniciar el trabajo final de la carrera.

El equipo que yo usaba para hacer los experimentos estaba en su zona de trabajo. Él era estudiante de ingeniería. Poco tiempo después, se recibió de ingeniero metalúrgico en la Universidad Nacional de La Plata. En CNEA realizó docencia e investigación en temas relacionados con la unión de metales en estado sólido y con las transformaciones mecánicas de metales, muy vinculados a áreas de temas tecnológicos.

Fue jurado de muchas tesis de maestría y doctorado en las que se estudiara cualquier tema relacionado con las centrales nucleares, y su nombre aparece en las publicaciones más diversas sobre energía nuclear y el avance tecnológico del país.

Juan Carlos fue Jefe de Proyecto en el desarrollo de la fabricación de vainas de elementos combustibles y componentes de circonio para los reactores nucleares (PPFAE). Fue también Gerente de Tecnología en el Centro Atómico Ezeiza (Procesos Químicos) y Coordinador Ejecutivo del Proyecto “Internos del Reactor”. Era la autoridad de referencia en los componentes alojados dentro del recipiente de presión de las dos Atuchas.

Trabajó también un tiempo en la Universidad de Birmingham, Reino Unido. Nucleoeléctrica Argentina S.A (NA-SA) fue el último lugar en el que llevó a cabo sus actividades durante muchos años, pero siempre continuó relacionado con aquellos que trabajábamos en CNEA.

Mi interacción con él se acrecentó a través de las actividades en la AAPC. En 2004 recibí su llamado en mi laboratorio. Me invitaba a formar parte del Comité Evaluador de los trabajos que se presentaban para ser publicados en la revista Ciencia e Investigación, publicada por la AAPC.

Él en ese momento ya Editor Responsable (equivalente de Jefe de Redacción en el periodismo masivo), después de haber comenzado como Editor Asociado en 1989, según lo informa el Tomo 43 No 4 de la Revista. Compartíamos esas reuniones del comité en la Fundación Instituto Leloir: siempre tenía un comentario preciso para cada uno de los trabajos analizados. Un año antes, en 2003, Juan Carlos ya formaba parte, además, del Colegiado Directivo de la AAPC.

Y a partir del 2010, empezamos a compartir las reuniones del CD cuando yo me integré al mismo, así como muchas otras actividades dentro de la AAPC. Una fue la edición conjunta de todos los números de Ciencia e Investigación. Ese trabajo nos tenía hablando por teléfono largo tiempo, cada uno frente a su computadora personal, para ir corrigiendo juntos los trabajos.

Su participación en diferentes actividades de la AAPC fue enorme y permanente. Y dejó entre sus publicaciones el libro “Crónica de una reparación (im)posible. El incidente de 1988 en la Central Nuclear Atucha I”, del cual es uno de los autores, en el que muestra claramente la unión de su actividad profesional con el deseo de hacer conocer “que la exitosa reparación que realizó la CNEA dejó fuertes enseñanzas sobre la importancia de un desarrollo tecnológico autónomo nacional”. Creía fuertemente en ese desarrollo y, además, que “los espacios para el crecimiento económico de los países están ocupados con ideas cargadas de material adquirido en el pizarrón o en el laboratorio”.

Siempre estaba lleno de entusiasmo, siempre positivo, siempre incansable, siempre sonriente, buscando aprender y hacer algo nuevo, así era Juan Carlos. Y aplicaba en todo la rigurosidad aprendida en los desafíos de la actividad nuclear. No aceptaba el “más o menos”.

Una persona excelente, a la que se recordará con un gran cariño.