Evaluando las medidas oficiales frente a la pandemia, después de 211 días

211 es el número de días transcurridos entre el 13 de marzo, la fecha en que el gobierno dispuso el «aislamiento obligatorio» y hoy.

No es tanto tiempo, en realidad. Pero se lo siente mucho más largo, por el cansancio, la exasperación y, detrás de todo, el temor, reconocido o no. Ha sido suficiente el lapso para que cambiase profundamente el clima social.

De todos modos, no hace falta modificar tanto nuestra mirada inicial sobre la situación que vivimos los argentinos. Vale la pena repetir lo que decíamos hace más de un mes:

«Desde el comienzo de la pandemia, en AgendAR hemos tratado de enfocarla como lo que es: una catástrofe sanitaria, sobre la que los expertos en la materia todavía conocen poco -aunque bastante más que hace 9 meses.

Sus consejos deben ser tomados en cuenta por encima de las medias verdades y delirios que circulan con tanta facilidad en la sociedad moderna. De la misma forma que procedemos cuando consultamos a un médico sobre una dolencia personal.

Como la pandemia es una catástrofe de la sociedad, también debemos escuchar a economistas, científicos sociales y psicólogos. Teniendo presente que tampoco ellos son infalibles, claro.

Repetimos estas obviedades porque en Argentina -como era muy previsible en este tiempo- la discusión se ha politizado. Muchos de los partidarios del gobierno actual le reclamaban endurecer las medidas de aislamiento. «Un regreso a la Fase 1», como se intentó en julio en el Área Metropolitana, pero esta vez obligando a los renuentes a cumplirla. No se cuestionan si es posible o hasta qué punto, ni se debaten las medidas concretas. Se ve al cumplimiento como una actitud moral, de valorizar al vida humana sobre todo, y se cuestiona en voz baja al gobierno porque no se apura a imponerlo.

Los opositores al gobierno no se oponen abiertamente a la cuarentena, salvo grupos delirantes sin organicidad reconocida. Pero cuestionan todas las medidas, e insinúan que el gobierno las usa para imponer un nefasto plan autoritario.

Los medios masivos de ese lado de la «grieta» -el sector más importante del arco opositor- insisten constantemente en las fallas de la cuarentena, el perjuicio que causa a la economía, y la depresión y la carga emocional que, insisten, provoca.

Mucho de eso es cierto. Pero no cambia el hecho que -hasta que se disponga de vacunas confiables, en algunos meses, con suerte- el recurso primitivo de la cuarentena, el «distanciamiento social»- es el único que permite aminorar los contagios.

Dicho eso, es necesario tener en cuenta  que, como advertimos en AgendAR desde el comienzo, no hay ni puede haber cuarentena perfecta en ningún país. El gobierno lo reconoció desde el comienzo: las personas que trabajan en la producción de alimentos, de combustibles, de medicamentos, todas las actividades rurales, el transporte de cargas. Los heroicos trabajadores de la salud, las fuerzas de seguridad para hacer cumplir las normas… Todos ellos debían ser exceptuados y lo fueron. Pero son humanos, y también se contagian y contagian.

Juegan también por supuesto, para no «quedarse en casa» la necesidad de muchos, la irresponsabilidad de otros, y hasta -señala un psicólogo- la negación. Los 2 primeros factores juegan más fuerte a medida que pasan los meses. Haga lo que haga el gobierno nacional.

¿Entonces, por encima de todo el ruido político, ¿transitaremos el camino de los países europeos más poblados, España, Francia, Italia, Gran Bretaña: cuarentenas, aperturas parciales, rebrotes, cierres también parciales de algunas actividades? Sí, con una diferencia que tiene que ver con que la Argentina es un país extenso y diverso.»

Ahora, la situación a la que hemos llegado –ayer, 9 de octubre, se registraron 15.099 casos -el tercer día consecutivo por encima de los 15 mil- y 515 nuevas muertes; las cifras totales ahora superan los 870 mil contagios y los 23 mil fallecidos– ¿era previsible? sí. Pero que se pudiera prever no disminuye la tragedia, ni el reconocimiento que las medidas adoptadas no fueron eficaces para controlar la pandemia.

Esto no significa que no hayan ahorrado vidas: sirvieron para retrasar algunos meses el aluvión de contagios, y preparar mejor nuestro sistema de salud. Pero, creemos, la favorable actitud de la sociedad al comienzo hizo que no se previera que el desgaste del «aislamiento» vendría muy rápido.

Cualquiera puede ver en estos días, en muchos barrios de las grandes ciudades argentinas, un movimiento de personas y aglomeraciones, prácticamente idénticas a las que se veían antes de la pandemia. Y no creemos que el Estado esté en condiciones de impedirlo. Tal vez, en pueblos y ciudades pequeñas, por las autoridades locales…

En las grandes ciudades, si un 5% de la población viola las normas, puede ser corregida o reprimida. Si lo hace un 40% o más… nuestro Estado no tiene los recursos humanos para hacerlo, sin un despliegue inaceptable, para las mayorías, de violencia.

Cualquier medida que se tome en el futuro, debe partir de esta realidad, o se convertirá en un discurso vacío.

A. B. F.