El embajador de nuestro país en China, Luis María Kreckler, informó que Argentina se sumará en los próximos meses a la Nueva Ruta de la Seda, el megaproyecto de infraestructura impulsado por el gigante asiático. Este martes el diario El Cronista añadió una precisión importante: Alberto Fernández tiene la intención de reactivar el acuerdo que había firmado el gobierno de Cristina Kirchner en 2015 para la construcción de dos nuevas centrales nucleares y que el gobierno de Macri había desechado.
Los lectores de AgendAR están en el tema. Durante más de dos años hemos insistido que ese acuerdo era una oportunidad excelente para la industria nuclear argentina y para el despliegue de nuestras capacidades científicas y técnicas: una central de tecnología CANDU, en la tenemos décadas de experiencia, y la central china Hualong-1, ambas financiadas en condiciones favorables por su gobierno, para el que la Hualong es un proyecto «de bandera», que marca el ingreso de China a la primera línea de los países que construyen y exportan centrales nucleares.
Ahora, esto formaría parte de la incorporación de Argentina a los acuerdos para la implementación de La Franja y La Ruta (BRI, Belt and Road Initiative), conocido como la Nueva Ruta de la Seda, que implica el acceso a diversos proyectos de infraestructura de la República Popular para conectarse con el resto del planeta.
El presidente de China, Xi Jinping, ya conversó de este proyecto con Alberto Fernández. En sus comienzos, cuando el presidente chino Xi Jinping presentó la idea en sendas cumbres en Astaná (Kazajistán) y Yakarta (Indonesia) en 2013, la propuesta se ceñía a los países vecinos, y su propósito era principalmente la construcción de infraestructuras ferroviarias, autopistas y puertos.
Pero ha ido expandiéndose geográfica y sectorialmente, a medida que ha ido creciendo la asertividad de China en el exterior. Actualmente, según Beijing, están adheridos más de cien países en todo el mundo. Y abarca casi cualquier área: tiene componentes comerciales, fnancieros, de seguridad y culturales.
Para China, los beneficios del plan son claros: ampliar vías hacia el oeste le permite desarrollar sus regiones occidentales, más empobrecidas; estimula sus sectores industriales en momentos en los que su economía entra en una etapa de menor crecimiento; abre mercados para sus productos; facilita que otros países adopten sus estándares tecnológicos, por ejemplo en telefonía 5G; y, en general, expande su presencia e influencia internacional.
Para nuestro país, China es desde el comienzo de este siglo un cliente muy importante, y en los últimos meses se convirtió en el principal cliente. En abril de 2018 publicamos en AgendAR el resumen de un texto anterior y más extenso con el título «China: ¿nuestra nueva Inglaterra?».
Vale la pena señalar que hasta el momento, Chile, Uruguay y Venezuela junto con Bolivia, Ecuador, Guyana y Surinam se han adherido a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. De todos modos, China ha estado financiando proyectos a países de América Latina que no son miembros de la BRI.
Argentina, por ejemplo, es receptora de fondos chinos para una serie de importantes proyectos de infraestructura, además de esas dos previstas plantas nucleares. Por ejemplo, una mejora de 2.500 millones de dólares de su principal red ferroviaria de carga.
Al unirse a la Iniciativa, Argentina podría, afirma el medio, desbloquear el financiamiento chino para inversiones en infraestructura y transporte, energía fósil y renovable, minería, manufactura, agricultura, innovación y tecnología de la información.
Esto permitiría al país cerrar las brechas de infraestructura e integrarse mejor con países como Chile, que cuenta con fuertes corredores comerciales que lo conectan con los mercados de Asia, reduciendo así los costos logísticos y mejorando la competitividad.
También, la red óptica submarina Chile-China es potencialmente un «game changer», ya que ayudará a impulsarla interconectividad, el comercio, la inversión, así como los intercambios científicos y culturales entre América del Sur y Asia. El cable comienza en la ciudad chilena de Valparaíso, pasa por Nueva Zelanda, Australia y la Polinesia Francesa y conecta con Shanghai.