- ¿Qué es un gambito de dama?
- Es una entrega de un peón en la apertura. Hay gambito de dama, gambito de rey. Es una artimaña por la que se entrega el peón para liberar el centro, para tomar un espacio que te permita copar el centro con tus peones y tener un juego más agresivo.
- ¿Es una estrategia que has usado?
- La primera partida que me publican era un Gambito de dama. Tenía 8 años.
- ¿Blancas o negras?
- Blancas.
Claudia Amura es la Gambito de Dama argentina. Gran Maestro Femenino de ajedrez (solo hay otra en Argentina), su vida no entra en siete episodios como la de la protagonista de la miniserie que es furor en Netflix. En su historia hay bullying, periodismo, tragedia, un breve paso por el noviciado, viajes, olimpíadas, medallas, política puntana y un amor a la mexicana con otro reconocido ajedrecista, Gilberto Hernández Guerrero.
En sus inicios, a los 8 años, cuando hizo su «Gambito de dama»
Nació hace 50 años en el Hospital Argerich, a dos cuadras del Parque Lezama, en La Boca, lo que explica, dice, «su fanatismo», y no habla de alfiles y torres sino del cuadro de fútbol de sus amores. Es hija de Luis Amura y Bersabet Gramajo. Padre político, llegó a diputado nacional por la democracia cristiana; mamá ama de casa. A la escuela faltaba mucho (recién terminó el secundario a los 40) y no había carreras en los recreos sino por las escaleras del Banco Ciudad, donde se jugaban algunos de los torneos.
– ¿Cómo llegaste al ajedrez?
– Mi papá era aficionado. Siempre resalto, cuando me preguntan, que a las mujeres de mi generación al ajedrez nos llevó un hombre. Es raro que alguien te diga «A mi me enseñó una mujer». Él iba al club Jaque Mate, en Santiago del Estero al 900, por Constitución, y una vez nos llevó a mi mamá, a mi hermana mayor y a mi a una cena ahí con otra gente. Entonces me escapé de la mesa y terminé jugando al ajedrez con Jorge Rodríguez, hoy también maestro internacional, que tenía 15 años. Nadie sabía que la nena jugaba. Mi papá pasaba partidas en mi casa, él escuchaba por radio a Antonio Carrizo relatar las partidas del match entre el campeón Anatoly Karpov y Viktor Kortchnoi, y me mandaba a anotarlas. Yo recién estaba empezando a escribir y anotaba cualquier cosa. Pero lo veía a él, y escuchaba. Y aprendía. Fue todo medio autodidacta. Aprendí desde la anotación, no me imaginaba las piezas en la cabeza, ni veía tableros como la de la tele.
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Su primera vez fue en las grandes ligas. «No empecé en un torneíto cualquiera», dice risueña. «Estaba Jacobo Bolbochan (hermano de Julio) que era amigo de mi papá, y le dice: «Llevala a la nena que hay un torneo». Y me anotan en un Gran Prix que se jugaba en el Banco Ciudad de Buenos Aires. Tengo una tremenda medalla de plata de este evento. Era una locura, era como decir un ATP, y había 360 jugadores. No gané el torneo, eran todos maestros, pero hice tres puntos y medio, o sea gané tres partidas y empaté una. Así empecé».
– ¿Eras una chica prodigio? ¿Lo sentías como un peso?
– Me acuerdo que jugaba Damián Rapa, un chico de Quilmes que era más chico y petiso (risas) y él pensaba que mi papá era mi abuelito, porque era un hombre grande. Cuando nos cruzábamos en un torneo jugábamos con la palanca de los ascensores. Es que a los pibes como éramos pocos nos mandaban a jugar al Gallinero (arriba de todo) y nosotros, entre jugadas, subíamos y bajábamos con el ascensorista. También corríamos en el medio de las partidas… Para mi la escuela era aburrida. Faltaba mucho. Cuando volvía de los torneos pasaba a la madrugada por la puerta del Sagrado Corazón, mi colegio, a caballito de mi papá. Obvio que los chicos me hacían bullying, porque era grandota, me decían «La jirafa», y encima jugaba al ajedrez, que para ellos era una actividad muy extraña. Todo eso lo viví en la primaria. Y a los 14 ya gané mi primer campeonato nacional. Éramos 32, dos chicas y treinta varones, se jugó en Torre Blanca, el otro club al que iba.
– ¿Cómo era eso de ser minoría en el ajedrez?
– Si te ganaban los chicos era lo normal. «Ganamos», decían, era una manada. Ahora si le ganaba a alguno, lo humillaban bastante. Yo viajaba siempre con mi papá. Era un mundo de hombres y no daba ir sola. O te querían ligar o jugaban en tu contra.
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– ¿Alguna vez sentiste al ajedrez como un deporte de elite?
– Nosotros veníamos de una situación económica de mucha necesidad. No hubo glamour en mi familia. Somos dos hermanas del mismo matrimonio, mi papá ya tenía otros hijos de una relación anterior. Mi viejo era de la política, muy honesto, y cuando pasa todo lo del golpe militar, se quedó sin trabajo y sin nada. Y fuimos a una villa. Vivimos en una situación bastante precaria entre el ´73 y ´78 que fue cuando empecé a jugar. Mi vieja siempre separaba plata para mis viajes. Mis juguetes fueron el ajedrez. No tuve otras cosas. Toda esa época gris para nosotros también fue muy dura por esto. En cuanto a lo político, algo aprendí de lo vivido. Porque si bien mi papá era antiperonista, yo soy peronista y trato de escuchar al que piensa diferente. Tenía una relación muy especial con él. Mi mamá era la que se preocupaba de que yo durmiera bien, comiera bien. Que no nos faltara nada. De hecho en esa época hacía empanadas para vender. Fue la que sacó a la familia adelante en los momentos más duros. Escondía plata todo el tiempo para tener algo por si venía un viaje.
– ¿Y el Estado?
– En mi carrera deportiva el Estado estuvo ausente. Nunca la tuve fácil. Nunca fui con un entrenador. Nos vivíamos endeudando. Iba a la tele para pedir plata para poder ir al mundial de Chile, por ejemplo, que terminé tercera. Me acuerdo que fui a pedir al programa de Bernardo Neustadt. Estaba muy sola. Una vez empaté una partida por culpa del tráfico, llegué tarde porque me tenía que hospedar lejos porque era más barato. La gente de Konex-Cannon me ayudó a financiar otro viaje a un interzonal, estamos hablando de instancias finales de un campeonato del mundo, y llegué tres días tarde porque el dinero salió a último momento. Jugué 17 partidas sin descanso, bajé 5 kilos y perdí las últimas cinco. Lo difícil de conseguir financiamiento, el costo de no tener dinero con el que moverme tranquila, todo esto me desanimó mucho.
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– ¿Lejos de que el ajedrez fuera para vos una posibilidad de progreso económico?
– Empecé a trabajar de muy chica en el ajedrez. Hacía notas periodísticas, escribía en «Ajedrez de estilo», una revista muy conocida, y me pagaban con libros. Eran carísimos, salían 50 dólares. Había que leer mucho, como se ve en la película. No había computadora. Viajaba con una valija de libros y un bolso de ropa. A mi eso me dio mucha satisfacción. Teníamos la jubilación de mi padre para vivir, con eso se alquilaba. Jamás vi al ajedrez como una posibilidad económica porque el ambiente del ajedrez es como lo muestra «Gambito de dama»: los ajedrecistas son solos, solteros, sedentarios. Y aún siendo Gran Maestro, como el de la serie que vivía en Nueva York, te movés con lo justo, tu casa es un sótano. No es una profesión para hacerse millonario. Nunca jugué por dinero. Así que siempre di clases, después trabajé en el sindicato Foetra enseñándole a los compañeros telefónicos. Tenía 15 años y me pagaban las clases con órdenes de compra que gastaba en la obra social.
– ¿Tu hermana cómo se llevaba con tu ajedrez y con la relación que tenías con tu padre?
– Cuando empecé a jugar, dejó de jugar. Era muy cruel lo que pasaba, nos comparaban y bueno…Ella sí estudió. Hizo el profesorado de Historia en la Universidad del Salvador. En cambio, yo terminé el secundario en San Luis a los 40 ¿Sabés por qué lo hice? Porque mis hijos no querían ir a la escuela, todos querían rendir libre como su mamá. Y yo les decía que había que estudiar pero había que dar el ejemplo. Siempre tuve mucha cultura general, por viajar, pero en matemática soy un desastre. Mi papá me decía «¿y a vos que te importa si naciste para el ajedrez?». Y en algo estoy de acuerdo. Hoy las estructuras hacen que no aprovechemos el talento de los chicos. Por eso la escuela que fundé respeta las libertades de talento. Pero en esa época, yo sufría por no haber terminado el colegio. Ponía «secundario completo» y era mentira. Por suerte, después lo terminé y hasta me anoté en Ciencias Políticas, pero con la casa y el trabajo, era mucho y dejé.
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Para ese entonces, ya había sido cinco veces ganadora del Campeonato Argentino Superior Femenino; representando al país en ocho Olimpíadas de ajedrez (obteniendo la medalla de plata en el ´90); ganado campeonatos Panamericanos, Sudamericanos, Metropolitanos. Su nombre había estado en el puesto 12 del ranking del mundo, y se había consagrado ganándole a mujeres y hombres por igual. Enfrentándose, incluso, a varios ex campeones del mundo como Gari Kaspárov, Rusián Ponomariov, Anatoli Kárpov, Xie Jun y Antoneta Stefanova, entre otros. Y a íconos del ajedrez mundial femenino, como la rusa Nona Gaprindashvili.
El ingreso al noviciado
Sin embargo, un día dijo «basta» y después de un retiro espiritual, ingresó al noviciado. No era la primera vez que se alejaba del ajedrez pero sin duda, esta vez marcó un hito por la repercusión mediática de la decisión. La ajedrecista que se hacía monja era noticia.
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– ¿Cómo fue que tomaste esa decisión? ¿Fue de un día para el otro?
– De piba había estado con mi padre en Merlo, San Luis, por un Panamericano. Era un lugar re chiquitito e hicimos buenas relaciones con la gente de la política, eran peronistas. El intendente Juan Carlos Chávez nos dijo que por qué no nos íbamos a vivir a Merlo. Pero nos parecía una locura, vivíamos en pleno centro de la ciudad, cerca del Congreso, donde mi papá tenía todo su mundo, y yo también tenía cerquita el ajedrez. Esa vez pasó pero después de unos malos tiempos familiares en los que murió mi abuelo, mi papá se volvió a enfermar, y nos pidieron la casa que alquilábamos, lo consideramos y nos fuimos nomás a vivir a Merlo. De repente pasé a vivir rodeada de gente grande y en el medio del campo. Fue difícil, la distancia no ayudó. Además, la Federación no me avisaba de los torneos. No me enteré del Mundial, de las Olimpíadas. Entonces me retiré del ajedrez y me acerqué a las monjas.
– ¿Cambio de hábitos?
– Siempre habíamos sido una familia muy religiosa, estaba en un grupo de jóvenes cristianos cuando las Hermanas Mercedarias se instalaron cerca de casa y nos vinculamos. Por ese entonces yo enseñaba gratis ajedrez en las escuelas, y ellas eran educadoras, así nos fuimos acercando. Tenía unos 26 años cuando la hermana Amelia, que me quería mucho, me dice: «¿No querés hacer un retiro para ver si tu vocación es el ajedrez u otra cosa?». Porque ella me veía con condiciones para seguir una vida religiosa. Me fui al retiro sin decir nada en casa, era octubre, y viendo cómo vivían en el noviciado en Alta Córdoba dije bueno, qué pierdo. Mis padres casi se mueren. Se hizo todo remediático. Avisé en el diario La Nación porque dejaba la columna de ajedrez que escribía… Entré el día de la Virgen y me quedé hasta marzo. Poquito, apenas unos meses. Nunca me vestí de monja. Para mi fue un regalo de Dios haber estado con las hermanas, un soporte a lo largo de mi vida.
«La monja salió del convento y vino a buscar a su amor», decían los diarios de su llegada a México
– ¿Ya habías estado enamorada?
– Sí, había conocido en Cuba a quien es mi marido, que es mexicano. Pero era difícil mantener una relación a la distancia. Cuando salí del noviciado me fui a visitar a mi hermana que también vivía en México, tenía un matete bárbaro en la cabeza y no sabía ni qué quería, pero ella me anota en un torneo en un hotel. No agarraba el tablero hacía meses. Pero quiso el destino me reencontrara ahí con Gilberto y su padre. Al día siguiente, tapa del diario Excelsior: «La monja salió del convento y vino a buscar a su amor». Fue muy duro, en un primer momento no era así. Pero bueno, al año nació nuestro primer hijo. Durante el embarazo retomé el ajedrez, jugué muchísimos torneos, me hice Gran Maestra. Vivimos un tiempo en España. De hecho fui la primera que lo logró en Iberoamérica. Es que acá en Argentina esa oportunidad no está, hacen torneos de hombres, no invitan a las mujeres. Pero bueno, y mis padres, pobres, no se terminaban de recuperar de mis decisiones. Muchas cosas… Me casé por civil apenas antes de que naciera mi hijo y por iglesia después del accidente.
– Una tragedia automovilística donde perdieron la vida tus padres
– Cuando mi hijo iba a tener un año, ya en la Argentina de vuelta, vivíamos en Merlo con mis padres, felices con su nieto, y una Semana Santa nos vamos a Mar del Plata a participar del abierto internacional de ajedrez. Cuando volvemos, pasamos por Buenos Aires, y ya de camino a San Luis, a la altura de La Carlota, nos agarra un camión de frente. En el acto mueren mis padres y nosotros tres nos salvamos. Fue durísimo. No recibimos nada por ese accidente, arreglaron todo los abogados, si hasta nos tuvimos que pagar solitos todos los tratamientos. Como si fuera poco, el juicio prescribió.
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– ¿Se quedaron nomás en Merlo?
– Como no teníamos trabajo, antes del corralito, nos fuimos a vivir a España. Nacieron ahí mis otros tres hijos. Ahí vivimos bastante bien del ajedrez. Pero tampoco es fácil la vida en Europa para una familia y al final nos volvimos a nuestra casa en Merlo, donde puse mi escuela de ajedrez. En el 2005, se hizo el Mundial de Ajedrez y nos llamó el gobernador Alberto Rodríguez Saá, al que le encanta el ajedrez, y comenzamos con el programa Ajedrez en las Escuelas. Hace 14 años que éste es mi trabajo fijo. En la miniserie «Gambito de dama» la protagonista juega al ajedrez y listo, no tiene que mantener a nadie, no se casa….. Acá, en cambio, la vida es esta: tenemos que trabajar, cocinar, cuidar a la familia.
– ¿Jugas con tu marido al ajedrez de vez en cuando?
– No, está prohibido. Alguna vez lo habremos hecho, pero nunca nos enfrentamos. Menos que menos en casa. El ajedrez nos une, no nos divide.