Vacunas anti COVID en Argentina. Un escenario complicado – 1° parte

Una paramédica rusa recibe la vacuna Sputnik V en el hospital de Tver. Es la que probablemente recibiremos este verano los médicos, uniformados y jubilados argentinos.

Se complica el escenario de la vacunación en Argentina contra el Covid-19. Hasta ahora, se comprarían 25 millones de dosis (suficiente para 12,5 millones de inoculaciones) de la vacuna rusa Sputnik V. Servirían como comienzo de la anunciada campaña vacunatoria de 13,2 millones de habitantes (sumando personal de salud, FFAA y de Seguridad y población mayor de 60).

En esa primera volea, habrá no muchas vacunas de Pfizer. A diferencia de la rusa, que más que floja de papeles carece lisa y llanamente de ellos, la fórmula Pfizer-Biontech viene antecedida por un estudio impecable de fase III. Pero trae, como pecado de origen, una distribución endiablada: debe permanecer a – 80º C (ochenta grados Celsius bajo cero) hasta el momento de la inyección, lo que la vuelve una fórmula para ricos, si la hay. De ésta se compran 3 millones de dosis, lo que a doble vacunación da para 1,5 millones de argentinos favorecidos por una estadística de efectividad del 90%, por ahora creíble.

Y lo que viene fallando es la apuesta local: es imposible saber cuándo podría licenciarse en Argentina la vacuna de AstraZeneca, “la Oxford”, o la ChAdOx, como se la llama también. Aquí la está fabricando mAbxcience, una biotecnológica del grupo Elea, en su planta de Garín, provincia de Buenos Aires, para toda la región, y a su riesgo.

Muy a su riesgo. De la Oxford ya hay un stock importante a granel, lo que no facilita la distribución en Argentina: se envasaría en México, a preguntarle a AstraZeneca el por qué: las multinacionales aman las cadenas de valor, odian las fronteras y jamás hacen todo en un mismo país. Se esperaba que la Oxford pudiera repartirse en el nuestro a fines de febrero o en marzo, pero no parece que la Food and Drug Administration (FDA), autoridad regulatoria yanqui, le vaya a dar una luz verde rápida: la fase III que presentó la empresa ha incurrido en raras desprolijidades. Y eso puede bloquear su inscripción por la ANMAT, la agencia regulatoria argentina.

¿Qué desprolijidades? En Gran Bretaña, 3000 voluntarios recibieron por error de formulación un primer pinchazo que tenía aproximadamente la mitad de la dosis correcta del principio activo. Un mes más tarde, cuando todavía esto de la mala dosificación se ignoraba, esos 3000 voluntarios recibieron la 2da dosis de refuerzo, ésta vez completa. Esta cohorte intempestiva que totalizó una dosis y media tuvo, sorprendentemente, el mejor desempeño: eficacia del 90% en prevenir la infección.

En la práctica, esto significa que cuando se rompió –en forma preliminar- el anonimato del doble ciego de los infectados luego de la vacunación en Gran Bretaña, y “Goodness Gracious!”: el 90% de ellos estaban en la rama placebo del experimento, la cohorte de los voluntarios que recibieron sólo agua salada.

Pero 9000 voluntarios británicos más recibieron ambas dosis completas de la Oxford, a reglamento estricto del diseño del experimento, y en ellos la eficacia resultó inferior: el 62%. WTF! Esto dejó a los analistas rascándose la cabeza, y continúan.

AstraZeneca, obligada a dar resultados preliminares porque ya lo habían hecho sus rivales para ganar plata en la timba bursátil, arregló este furcio atribuyéndole a su vacuna una eficacia promedio del 70%. Aún dando el método de llegada al número por bueno (y no lo es), éste en sí resulta notablemente inferior a la manifestada por los informes (también preliminares) de Moderna (95%) y de Pfizer-Biontech (90%).

Estas no son cifras definitivas, sino el equivalente de resultados “en boca de urna” cuando hay elecciones: marcan tendencias que en el caso de Moderna y Pfizer probablemente se mantengan firmes sin grandes cambios hasta que los comités de ética de ambos experimentos de fase III los den por terminados.

Cuando eso suceda, los experimentos se publicarán en revistas científicas con comité de referato, es decir tras ser aprobadas por expertos internacionales independientes, obligados a mirar todo con mala leche, porque con la firma se juegan el prestigio.

Recién entonces se tendrá números más duros, que probablemente luego resistirán mejor los embates de «la rugosa realidad», como la llamó Rimbaud, en la fase IV siguiente. Esta es la del licenciamiento por agencias nacionales o regionales como la FDA de EEUU o la EMEA de la Unión Europea, y luego el despliegue a escala mundial bajo “fármacovigilancia”.

Aquí se espera que las cifras altas de eficacia y seguridad decaigan, por todo lo que esta etapa conlleva de errores de procedimiento en la fabricación a gran escala, o por la inactivación de miles de dosis por inevitables quiebres logísticos en las cadenas de frío.

Pero en esta fase IV también se descuenta la aparición de efectos tóxicos que permanecen ocultos en un doble ciego de 30 o 40.000 casos, y que sólo se revelan cuando los vacunados son millones. La fase IV es la de las sorpresas, para mal o para bien (aunque lo último es raro). Como dijo el general prusiano Helmuth von Moltke, allá por 1882 y tras haberle dado una insólita y rápida paliza al hasta entonces más temido ejército del mundo, el francés: “La primera víctima de la batalla es el plan”.

Eso mismo lo puede decir la “Big Pharma” francesa Sanofi, cuya vacuna contra el dengue, al desplegarse en 2017 en Filipinas a escala de las escuelas, mató a 600 chicos de fiebre hemorrágica, idéntica a la causada por la reinfección cruzada con distintas cepas del virus salvaje del dengue. Eso era justamente lo que la vacuna pretendía evitar, y nada parecido se había insinuado en la fase III. Ese incidente terrible sigue en debate, porque la Dengvaxia, nombre comercial de la fórmula, fue licenciada por la FDA y le EMEA.

Cuando el fin de una fase III revela quién recibió qué cosa, los participantes de la rama placebo son inyectados sin costos con una doble dosis de vacuna “en serio”, si ésta probó ser suficientemente eficaz y segura. Es uno de los beneficios de ser voluntario.

El problema de AstraZeneca, entonces, es triple: las sorpresas e incongruencias en fase III son raras, en primer lugar, y la eficacia promedio del 70% de la Oxford no es sólo muy inferior a la que se atribuyen provisoriamente Moderna y Pfizer, sino un total invento. Eso en segundo y tercer lugar.

Ninguna autoridad regulatoria acepta que se promedien peras y manzanas, como hizo AstraZeneca, y la reacción de la prensa científica fue feroz: se acusó a la firma de “cocinar” sus estadísticas, probablemente borrando resultados desfavorables, práctica que en el gremio se llama «cherry picking» (elegir una a una las cerezas). A esto ayudó que en aquella cohorte de 3000 voluntarios, «la de la dosis y media empezando por la media», no hubiera siquiera un único mayor de 55 años. En verdad, no se puede demostrar dolo, pero la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo, como dicen que decía Julio César (no es así). Algún CEO de AstraZeneca que autorizó esto debe estar haciendo «sepukku» corporativo, probablemente con ayuda.

Esto probablemente paralizará de terror un tiempo a las dos mayores agencias occidentales de licenciamiento, las mentadas FDA y EMEA, obligadas al menos a parecer la mujer del César. Y para los argentinos, es una macana, porque las reguladoras de los países intermedios y/o pobres a estas dos les imitan hasta el modo de escupir, dicho a lo Jorge Luis Borges.

El mercado bursátil ya descuenta esto, y se ve en que las acciones de AstraZeneca se plancharon, la semana pasada, mientras que las de Moderna y Biontech (socio alemán de Pfizer en la vacuna antiCovid) se dispararon un 30%.

En realidad, este episodio bien se podría mirar a la inversa. Por un error afortunado, quizás, poniéndole onda y con mirada benigna, AstraZeneca haya descubierto que su vacuna funciona mejor con una dosis y media, empezando por la media, que con una doble completa. Y esto debería ser una noticia excelente en un país que, como la Argentina, es fabricante autorizado para toda la región, y que debido a ese privilegio estará pagando entre U$ 3 y U$ 4 la dosis (Moderna, arriba de U$ 40 la dosis, Pfizer arriba de U$ 20, y la Sputnik V, U$ 19,90).

La planta en Garín donde se fabricará la vacuna de Oxford

En Argentina se fabrican 150 millones de dosis de la vacuna Oxford de AstraZeneca en la planta de mAbxcience, del grupo Elea, en la ciudad bonaerense de Garín, para distribuir en toda la región.

Es más: dado que la Oxford es una de las muchas decenas de vacunas hechas con adenovirus de resfrío “recombinados” para hacer de carrier del antígeno viral, no es imposible que este dato de “primero media dosis, y al mes, dosis entera” sirva para mejorar los números de empresas rivales en fase III o cuando entren a ella. Y eso, por puro empirismo científico, porque hay más de una hipótesis pero nadie tiene la menor certeza acerca de las causas del fenómeno.

Por ahora, dato curioso, la única vacuna con este tipo de plataforma adenoviral y en fase III que parece funcionar bien con dosis única parece ser la de Janssen, firma comprada por Johnson y Johnson. Aquí, bajo dirección de la Fundación Stamboulián, están haciendo un «trial» de 10.000 voluntarios, como parte de uno mundial de 60.000, el mayor que conoce hasta ahora quien firma. No es imposible que esta vacuna nos llegue, con algunas otras primeras finalistas, dentro del paquete que arma para los países pobres el consorcio mundial Covax.

Pero volviendo a AstraZeneca, el profesor David Salisbury, vacunólogo experto del “think tank” británico Chatham House, le marcó con fría imparcialidad a la compañía: “Uds. tomaron dos estudios hechos con diferentes dosis y armaron una mezcla que no representa a ninguna de ambas. Creo que eso va a generarle problemas a mucha gente”.

Y entre esa gente va a estar la de nuestro ANMAT, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica, la reguladora criolla. Todavía es posible que la vacuna Oxford sea excelente, y que su eficacia –cuando se la pueda medir bien- supere el 70%. Es una vacuna a la que Argentina apostó con alma y vida: como fabricantes bajo licencia no sólo nos saldrá barata, sino que –gran diferencia con otras fórmulas a adenovirus recombinados- ésta se puede distribuir a temperaturas de entre 2 y 8º Celsius SOBRE cero. La logística –una heladerita de telgopor y hielo, no necesariamente seco- podría resultar tan sencilla como la de un delivery de heladería. Perder semejante apuesta o cobrarla tarde, para nuestro país, sería -o más bien, será- un tremendo clavo.

Y es que, como observa el investigador principal del Conicet Roberto Rovasio, biólogo molecular, la clase media argentina, harta ya de distanciamiento, tiró la chancleta el 20 de Junio, el Día del Amigo. Que habría que rebautizar como el Día del Cabeza de Termo.

Desde entonces sobrevino un incendio de casos que nos llevó de ser parte de las cuatro joyas epidemiológicas regionales, junto con Uruguay, Paraguay y Cuba, a tener más muertos por millón de habitantes que México (814,20) y Brasil (812,21), cifras del Johns Hopkins Hospital del 24 de noviembre.

Lo de Brasil probablemente es un invento del gobierno federal, y en realidad nuestro vecino tiene al menos 7 veces más casos que los que admite. Eso lo denunció desde mayo la Universidad Nacional de Pelotas: soberbio nombre, la de esa casa de estudios, para refutar a un presidente, y máxime a Jair Bolsonaro. Pero hablando en serio, ésa es la 3ra unidad académica del país en tamaño y prestigio. Lo que dice, se pega.

Más allá de tener los argentos peores números que los oficiales de Brasil, el 24 de noviembre estábamos al nivel de Gran Bretaña, que puede argumentar en su defensa que el menos está en el Hemisferio Norte, en latitudes frías y altas y cursando su segunda ola, la reinfección en invierno. En el pre-verano austral Perú todavía nos supera largamente, con sus 1114,20 muertos por millón de habitantes, pero ése –como Chile- no es un país que haya desmontado su sistema de salud público, como hizo la Argentina en los ’90, porque ni en tiempos de Haya de la Torre, el Perón peruano, intentó construir uno. Peruanos, agárrense: allá vamos.

Ante estas cifras y con el supercontagio que cualquiera descuenta se desatará por la inconducta de millones de compatriotas sin barbijo ni metro y medio de distancia en las inminentes vacaciones veraniegas, el futuro inmediato aquí pinta sombrío. Si se suma el re-contagio que sobrevendrá promediando otoño, con el regreso del frío, del transporte público y el encierro en lugares de trabajo y estudio invernales, compatriotas, díganme qué vacuna ofrece un razonable 50% de eficacia y me tiro de palomita sobre ella.

Pero el asunto es que mientras AstraZeneca no presente una fase III como la gente, la FDA probablemente no le acepte ni siquiera un 62% de eficacia y le eche flit hasta que ordene sus papeles y sus cifras. Y esto es pésimo para la Argentina, porque la ANMAT la creó el presidente Carlos Menem para evitarse escándalos y caerle bien a la Big Pharma de EEUU: licencia automáticamente por ley fundacional lo que apruebe la FDA, y se atrasa –también casi automáticamente- en aprobar lo que carezca de esa venia.

Todo esto explica que el Ministerio de Salud ahora se haya agarrado de la Sputnik como de un clavo al rojo. Es la vacuna que primero recibirán los médicos, los uniformados y los jubilados (ahí entro en la foto). No se la puede llamar floja de papeles porque todavía no tiene, situación rara en aquellas que ya están en distribución masiva.

No hay modo de echar agua bendita sobre la fase III internacional, con 40.000 voluntarios y 10.000 trabajadores de la salud que la Rusia encaró para hacer de la Sputnik un producto exportable. Las autoridades rusas la iniciaron hace demasiado poco, cuando ya estaban suministrándola a su propio personal médico, paramédico, militar, policial y a su cuerpo docente.

El licenciamiento de esta vacuna en origen fue una decisión totalmente política, es decir extra-médica, de Vladimir Putin. Tal vez sea la mejor fórmula del mundo y lo deseo de corazón, porque es la que parece nos espera. Pero tarde se aboca a demostrarlo el país que la desarrolló: no está en sus tradiciones demostrar.

La pregunta inevitable en este otro rincón del mundo es cómo Putin decide vacunar a 147 millones de sus paisanos tras un testeo de la Sputnik sobre sólo 101 voluntarios y sin doble ciego, y se sale con la suya.

La otra gran pregunta es cómo y por qué el Instituto Gamaleya pretende credibilidad universal cuando le atribuye a su vacuna un 92% de eficacia tras “destapar” casos de infección con Covid en plena fase III, y comprobar con satisfacción que están mayormente en la rama que recibió placebos. ¡Pero esto lo hizo con apenas 20 infectados, en la misma semana en que Moderna y Pfizer dieron resultados anticipados con más de 94! ¿Entonces 18,4 infectados del estudio de Sputnik recibieron agua salada?

Bienvenidos a la era del voluntario decimal. Para entender la naturalidad de semejante bolazo, hay que repasar un poco la cultura médica rusa durante siglos, es decir incluso la pre-imperial y pre-soviética.

(Concluirá mañana)

Daniel E. Arias

(La 2° y última parte de este artículo está aquí)