Reproducimos este valioso análisis geopolítico de Gabriel E. Merino (UNLP-CONICET), sobre la afirmación de una nueva realidad económica de la que informamos en noviembre aquí. Y agregamos a continuación unas observaciones de AgendAR.
«A mediados de noviembre se firmó el mayor acuerdo comercial del mundo, la Asociación Económica Integral Regional, denominado RCEP por sus siglas en inglés. La región en donde se formalizó el mayor acuerdo comercial y económico del mundo es Asia Pacífico y el centro de gravedad es China, país que hace 24 años tenía el mismo PBI que Brasil y hoy es 8 veces más grande.
La iniciativa RCEP representa el 30% del PBI global en la región más dinámica del planeta e involucra a 2.200 millones de personas, es decir, el 30% de la población mundial. Además de China, ésta incluye a los países de la ASEAN –Indonesia, Tailandia, Singapur, Malasia, Filipinas, Vietnam, Birmania, Camboya, Lagos y Brunei— más Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Si bien fue parte de las negociaciones, la India no firmó el acuerdo por razones de protección de su industria y, posiblemente, también por razones geopolíticas, aunque quedó abierta su posible incorporación más adelante
Un dato central es que el RCEP es el primer acuerdo económico comercial entre China, Japón y Corea del Sur.
Japón es el tercer país con mayor PBI mundial en dólares corrientes (luego de Estados Unidos y China) y parte del núcleo central de la economía mundial, también denominado Norte Global. Es un jugador de punta en materia tecnológica y posee 52 compañías transnacionales en el listado de las 500 principales según ingresos elaborado por Fortune (Este ranking es liderado por China que ya superó con 124 a Estados Unidos, 121).
Las debilidades estructurales de Japón se manifiestan en el declive poblacional, su enorme endeudamiento (235% de su PBI) y su estancamiento económico secular, articulado a su subordinación geopolítica a Washington. La iniciativa del RCEP podría otorgar a Tokio otro horizonte frente a dicha situación, que necesariamente también significa un reacomodamiento y recalibramiento político estratégico de importancia.
Por su parte, Corea del Sur es la tercera gran economía de esa región y la cuarta del continente asiático luego de la India, ocupando el puesto 12 a nivel mundial. Además, es el país del mundo con mayor inversión relativa en investigación y desarrollo como porcentaje del PBI (4,35%), lo que en parte explica su condición de potencia tecnológica global.
La RCEP significa el primer gran acuerdo entre tres de las cuatro economías más importantes de Asia –el gran continente en pleno ascenso en donde se concentra el 52% del PBI industrial mundial, el 69% de la población y el 80% del crecimiento económico mundial de los últimos años— que forman parte de los nodos principales o “núcleo orgánico” de la economía mundial en términos de comercio, finanzas y tecnología.
Estos territorios se encuentran separados en las últimas décadas por profundas razones históricas y geopolíticas. Y tanto Japón como Corea del Sur constituyeron pilares fundamentales en Asia Pacífico en la construcción de la hegemonía estadounidense. Un giro en este sentido, por más que parezca leve y casi natural, significa un profundo movimiento de placas en el mapa del poder mundial.
La disputa por Asia Pacífico
La cuenca del pacífico fue central para la construcción del poder estadounidense, desde sus inicios como potencia emergente a mediados del siglo XIX. Primero abriendo a la fuerza el comercio con Japón, al mejor estilo de las civilizadas y tradiciones occidentales. Luego constituyendo un régimen vasallo en Hawái. Más tarde, arrebatándole a España el control de Guam y Filipinas (además de Cuba y Puerto Rico). Y, con la victoria sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción de Japón como pilar fundamental del poder estadounidense sobre Asia Pacífico, junto con Corea del Sur. La guerra de Corea entre 1950-1953 dirimió hasta dónde podía llegar el control territorial de Washington en dicha región, frente a China y a la entonces URSS. Actualmente, Estados Unidos tiene casi 70.000 efectivos militares entre Japón y Corea del Sur, a lo que hay que sumar las tropas en otras bases del Pacífico.
Como señala gran parte de la tradición geopolítica estadounidense, los fundamentos de su primacía mundial consiste en controlar el hemisferio Occidental (América), sus dos frentes oceánicos, el Atlántico y el Pacífico, y en mantener la preponderancia en el continente euroasiático controlando sus periferias geográficas. Cualquier acercamiento entre China y Japón, cualquier intento de reunificación de las dos Coreas o la expulsión de las tropas estadounidenses en la región, golpea sobre estos pilares de la construcción hegemónica post Segunda Guerra mundial, hoy en crisis.
De hecho, como señalé en un reciente artículo, una cuestión central a analizar es que el diseño geopolítico de la hegemonía estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha existido una línea roja en Asia Pacífico que marca el límite estratégico que una coalición liderada por Estados Unidos y Japón debe mantener en la zona para evitar que China pase a ser una potencia global rival, lo que implicaría la pérdida de la primacía mundial de Washington.
El cerco de contención contra China incluye (incluía) a Corea del Sur, Taiwán, Filipinas, Vietnam, Laos, Tailandia, Malasia, Camboya, Indonesia, Brunei y Singapur, y es justamente el Mar del sur de China el punto clave de este mapa. En la actualidad, ese límite ya ha sido traspasado en términos geoestratégicos, con lo cual el solapamiento ya está en curso. Y la RCEP no hace más que confirmar dicho proceso de solapamiento de la influencia en términos económicos, en una región en la que el comercio siempre ha sido central en la definición del orden y el poder.
En 2011, Hillary Clinton afirmaba, como Secretaria de Estado de Barack Obama, que el futuro de la política mundial se decidiría en Asia y en el Pacífico, no en Afganistán o Irak, y que Estados Unidos debería estar justo en el centro de la acción. Para ello, Clinton propuso que el pivote estratégico de la política exterior norteamericana pasara de Oriente Cercano al Asia Oriental, lo que incluía la construcción de una alianza similar a la de la OTAN para el Pacífico, que pueda incluir al océano Índico, esto es, fundamentalmente a la India.
Esta iniciativa político estratégica de la administración Obama también incluía la propuesta de avanzar en un gran acuerdo de libre comercio e inversiones denominado Tratado Trans-Pacífico (conocido como TPP por sus siglas en inglés). El TPP incluía a muchos de los países que hoy son parte de la RCEP: Australia, Brunei, Japón, Malaysia, Nueva Zelanda, Singapur y Vietnam además de Canadá, Chile, México Perú y Estados Unidos. Y era parte de la estrategia de contención contra el avance de China, para posicionar a Estados Unidos y a las fuerzas globalistas del Norte Global como conductoras de Asia-Pacífico. De hecho, el RCEP se lanzó en 2012, un año después del “giro” hacia el Pacífico planteado por Hillary Clinton. Y en 2013, después de que en el mes de marzo Japón firmó su ingreso a las negociaciones por el TPP, China lanzó la “Nueva Ruta de la Seda” o la Iniciativa del Cinturón y la Ruta.
La geoestrategia del TPP se observa con total claridad en algunas frases dichas por el propio Obama: “Sin este acuerdo, los competidores que no comparten nuestros valores, como China, decretarán las reglas de la economía mundial (…) Cuando más del 95% de nuestros clientes potenciales viven más allá de nuestras fronteras, no podemos dejar que países como China decreten las reglas de la economía mundial.” Por su parte, el entonces Secretario de Defensa de Estados Unidos, Ash Carter, declaró que para los intereses de seguridad de los Estados Unidos en Asia se podía considerar el TPP tan importante como la adición de otro portaaviones en la región y lo consideraba fundamental para el re-equilibrio de poder en Asia a favor de los Estados Unidos.
El TPP era mucho más que un simple tratado de libre comercio, como también lo es el RCEP. Junto al TTIP (que traducido sería Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión y era una acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea) el TPP proponía las nuevas reglas de la economía global del Siglo XXI, acordes con las redes financieras globales con origen en el Norte Global y sus empresas transnacionales. Es decir, implicaba toda una institucionalidad transnacional y, en la práctica, una agudización del proceso de desnacionalización de los Estados, bajo la conducción de las fuerzas globalistas. El TPP y el TTIP, eran proyectos político-económicos estratégicos que pretendían tener una influencia decisiva en las normas que regirían el comercio, los servicios, la propiedad intelectual y la inversión mundial en el siglo XXI, como lo tuvo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, conocido también como NAFTA por sus siglas en inglés) en 1992, que fue el modelo utilizado para finalizar las negociaciones de la Ronda Uruguay en 1995 que creó la Organización Mundial de Comercio (OMC) y consolidó el proceso de globalización al incorporar nuevos temas ausentes del GATT.
Además, el TPP consolidaba una alianza clave en el Pacífico, la de los Estados Unidos y Japón, para desde ahí intentar una reconstrucción hegemónica de la “comunidad global,” y ponía a Vietnam (especialmente) y a otros países firmantes más cerca de los Estados Unidos, buscando reducir la preponderancia de la China continental la región. Pero en el fondo, la clave del TPP y otras de esas iniciativas globalistas actuales es incrementar las presiones dentro de China para realizar reformas económicas de “apertura” que demandan Occidente y el capital financiero transnacional del Norte Global, y que en gran medida permitirían resolver su crisis de sobreacumulación mediante la subsunción de China.
Por eso Mike Froman, representante comercial de Estados Unidos, decía en relación a la resistencia del Congreso norteamericano para aprobar el TPP: “Estamos a un voto de cimentar nuestro liderazgo en la región o de entregar las llaves del castillo a China.”
En febrero de 2016 se firmó finalmente el TPP. Sin embargo, la “alegría” duró poco. El triunfo de las fuerzas americanistas-nacionalista de Estados Unidos en las elecciones presidenciales de ese mismo año, que colocó en enero de 2017 a Donald Trump en la Casa Blanca, fue la muerte del TPP. El anti-globalismo se volvió parte de la agenda en Washington. Para estas fuerzas la pérdida de centralidad del Estado norteamericano y el avance de una institucionalidad transnacional constituye una amenaza a la seguridad nacional.
Este escenario favoreció el avance del RCEP. China, aunque presionada por la guerra comercial y amenazada por los intentos estadounidenses de reforzar alianzas político-estratégicas para recrear una especie de “nueva guerra fría”, pudo anotarse un punto fundamental en el avance de su condición de centro económico de Asia Pacífico, con enormes implicancias geopolíticas.
A pesar del impulso del actual Secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo, de alinear a Japón, Australia e India en una política anti-china, el profundo entrelazamiento económico de Beijing en la región imposibilita el establecimiento de bloques y desarticula el poderío estratégico estadounidense.
Australia, por ejemplo, que forma parte del espacio angloamericano y tiene como soberana constitucional a la reina Isabel II del Reino Unido, se está convirtiendo en una especie de gran portaaviones estadounidense en el Pacífico e intentó conformar a la administración Trump en su posicionamiento contra Beijing en plena pandemia, lo que le valió una fuerte reprimenda comercial desde China, causando un duro golpe a su economía. Pero también ahora es parte del RCEP, cuyo centro geoeconómico es China e intenta una suerte de equilibrio que, en la práctica, contrarresta el dispositivo de nueva guerra fría. El debate interno se agudiza, al calor de las contradicciones entre las definiciones geopolíticas y las realidades geoeconómicas.
John Mearsheimer, profesor de ciencia política en la Universidad de Chicago, expresa con claridad esta estrategia seguida por Washington y la profunda preocupación que existe en su establishment, que cada vez más apela a la amenaza abierta. En una exposición en agosto del año pasado en Australia, afirmó que ese país no tendrá más remedio que alinearse en última instancia con los Estados Unidos sobre China. Para Mearsheimer la seguridad se impondrá sobre la prosperidad, y Australia deberá sacrificar su economía, que depende de las exportaciones a China (35%) y de sus inversiones.
Mearsheimer le señaló al público australiano que “la seguridad es más importante que la prosperidad, porque si no sobreviven, no prosperarán.” Y, por si había alguna duda, dijo que “si van con China, ustedes deben entender es nuestro enemigo. Entonces están decidiendo convertirte en enemigo de los Estados Unidos.” Para rematar observó que, «cuando no estamos contentos [por Estados Unidos], no querrán subestimar lo desagradable que podemos ser. Pregúntenle a Fidel Castro”.»
ooooo
Observaciones de AgendAR:
La frase atribuida aquí a Mearsheimer, un conocido teórico de relaciones internacionales de la escuela realista, nos resulta… muy poco realista. La «carta fuerte» de los EE.UU. en las últimas tres décadas, el factor que le permitió imponer su voluntad en muchas de las negociaciones con bloques de poder económico comparable no fueron las amenazas, sino la posibilidad de acceso a su mercado interno.
El mercado nacional de consumo más importante del globo, por lejos, y que aún hoy es para China un elemento clave para sus exportaciones.
Sucede que los imperios, en el proceso de llegar a serlo, han sacrificado a lo largo de la historia las actividades y los trabajos que les permitieron crecer. Roma conquista Sicilia y el Norte de África derrotando a Cartago, y sus labradores, que eran la espina dorsal de las legiones, pasan a ser clientes del pan y circo, porque el trigo era importado de latifundios trabajados por esclavos.
Inglaterra deroga las Corn Laws en 1846, establecidas para proteger los precios del grano británico doméstico contra la competencia del exterior. Ganó el librecambio y los industriales, y perdieron sus terratenientes. El trigo empezó a llegar poco después de las pampas argentinas…
Es evidente que Trump cabalgó sobre la reacción de los trabajadores industriales de EE.UU., y el rust belt, el «cinturón oxidado» de las industrias que se relocalizaron en China y en el Sudeste de Asia. Pero el Donald perdió. Biden, apoyado por las instituciones financieras de la Costa Este y los gigantes de la tecnología de California ¿retomará el impulso globalista que no alcanzó a cimentar Obama?
Casi seguramente tratará de hacerlo, con los condicionamientos que la experiencia trumpista -que no terminó en un fracaso económico, por cierto- le impondrá ¿Que hará entonces China?
Como este editor dice a menudo en su blog personal «el que viva lo verá«.
A. B. F.