El director del Instituto de Geología de Costas y del Cuaternario -de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires-, Federico Isla, advirtió que “no se respeta” la ley N° 8.912 de ordenamiento y uso de suelos que prevé dejar los primeros 150 metros costeros libres de forestaciones y urbanizaciones, y que los principales playas bonaerenses están perdiendo “de medio a más de un metro de playas por año”.
La situación afecta a todos los distritos costeros de la provincia, desde el Partido de la Costa hasta Carmen de Patagones, y “en los últimos tiempos hubo problemas de erosión en costas de la Patagonia, playas que son de grava”.
Este fenómeno, según divulgó la CIC, se debe tanto a causas naturales como a cuestiones vinculadas a la intervención humana. Al respecto, el investigador afirmó que “las tormentas y sudestadas son cada vez más usuales”, lo que genera un incremento en la frecuencia y en la altura de las olas.
Playas erosionadas
Asimismo, subrayó que las playas de Pehuen Có, Marisol y Claromecó están teniendo erosión a pesar de que no llegan sudestadas. Luego de 48 horas de viento sur se generan olas de tamaño considerable que se descargan sobre los médanos, los protectores naturales del ecosistema.
El geólogo también se refirió al aumento del nivel del mar. “El IPCC en último ejercicio dijo que debido a derretimiento de los glaciares -que es indefectible- espera que para el año 2100 de mínima el nivel del mar va a aumentar 40cm, y en un escenario pesimista prevén un aumento de 80cm”.
Equilibrio natural
Del mismo modo, Isla explicó que si bien las playas cuentan con la capacidad de reponerse naturalmente debido a que la arena que se retira vuelve a su lugar con el debido tiempo, las tormentas débiles seguidas provocan que la erosión sea más seguida que una tormenta fuerte.
Sin embargo, existe por otro lado la intervención humana. El especialista indicó que “el problema de la erosión es común en el mundo porque se construye donde no se debería construir”. “Los puertos, por ejemplo, obstruyen la deriva litoral. Además, hay un mal manejo de los balnearios que mueven la arena y esto es contraproducente”.
Sobreforestación
Un ejemplo de mal gestión de las playas se puede observar en Villa Gesell, Valeria del Mar o Pehuen Có, donde el principal problema fue la sobreforestación de la primera línea de dunas, lo que causó que se perdiera el movimiento natural que tiene esa arena provocando que quede retenida en la forestación y no vuelva a la playa.
El geólogo destaco que es necesario modificar la ley actual, precisando que “hace unos años logramos que se pusieran de acuerdo los municipios, la provincia y los científicos para sacar la Ley de manejo costero de la provincia, pero hay muchas urbanizaciones que se están realizando y esto detuvo el proyecto”.
Una reflexión al respecto de AgendAR: la ley de manejo costero en la provincia de Buenos Aires sigue siendo burlada por la llamada «maffia de la arena», un grupo de constructoras e inmobiliarias que, generalmente bajo protección municipal y policial, sigue robando millones de toneladas de este material para fabricar el hormigón con que se construye edificación (ilegal) incluso sobre la primera línea de médanos.
Los médanos son -donde todavía persisten- la caja de seguridad que fondea el stock de arena de las playas, una cuenta corriente de la cual las fuerzas naturales del viento, la lluvia, las sudestadas y la «corriente de deriva» ponen y sacan arena constantemente. El equilibrio relativo de las playas bonaerenses, enormes y anchas hasta los años ’50 y ’60 se mantuvo, gracias a los médanos, hasta que entraron en juego varias fuerzas erosivas.
Una de ellas fue el aumento del nivel marino, secundario al recalentamiento global, que se disparó notablemente en los ’70. El Atlántico (y todos los océanos, mares y otros cuerpos de agua) aumentan de volumen al atrapar calor en sus capas superficiales. Pero además la cantidad de agua marina es mayor, por derretimiento de hielos continentales en la Antártida, en Groenlandia y en las grandes cordilleras de todos los continentes.
Desde inicios de la revolución industrial hasta la década de los ’60 en el siglo XX, cuando la atmósfera mundial pasó de 290 partes por millón de dióxido de carbono a 360 ppm, la suma de calor atrapado y de derretimiento glaciario venía haciendo subir 1,7 mm. por año el nivel marino promedio mundial. Pero desde los años ’70 el C02 atmosférico se disparó con nuevos añadidos de carbono fósil y acaba de superar las 410 ppm., con lo que los mares de todo el mundo están subiendo, en promedio, 3 mm. por año.
En realidad, las costas argentinas se vienen salvando de erosiones mayores porque están sometidas a un ascenso «en bloque» de su basamento geológico pétreo, que es de 2 mm. por año. Este pequeño salvavidas de la geología mitiga el impacto del ascenso del nivel marino, pero no lo neutraliza en absoluto. La cuenta sigue dando ascenso neto.
Y de acuerdo a la pendiente de cada tipo de costa, en Argentina cada centímetro extra de nivel marino relativo implica la pérdida de hasta 10 metros de playa, si ésta es de baja pendiente. De esto no se puede responsabilizar mayormente a los argentinos, porque siendo pocos y viviendo en un país enorme pero con poca industria, nuestra contribución al recalentamiento global es ínfima.
Sin embargo, las fuerzas erosivas mayores que se ven en las costas argentinas son obra directa de los argentinos, y en general, locales, habitantes de los balnearios. Por un lado está el robo sistemático de arena: no hay ciudad balnearia bonaerense cuyos edificios no hayan sido construídos con áridos que antes estaban en la playa.
Pero además la edificación costera en altura, como la de Santa Teresita, Mar del Plata o Miramar, interrumpe la llegada de arena transportada por el viento, oriundo mayormente del cuadrante SO (sudoeste). Con ello, las playas bonaerenses al noroeste (NO) de las ciudades altas empezaron a adelgazarse drásticamente a partir de los ’50 y ’60, época de gran boom de rascacielos costeros.
Pero la época de mayor edificación disruptiva la disparó El Proceso, cuando inventó el llamado Municipio de la Costa. Éste tuvo un impacto urbanístico impensable sobre San Clemente del Tuyú, Las Toninas, Costa Chica, Santa Teresita, Mar del Tuyú, Costa del Este, Aguas Verdes, Lucila del Mar, Costa Azul, San Bernardo, Mar de Ajó, Nueva Atlantis, Pinar del Sol y Costa Esmeralda. Antes de la municipalización de este corredor de balnearios, cada uno dependía, desde el otoño a la primavera, del aporte continuo de fondos que generaba la actividad agropecuaria de tierra adentro en cada viejo partido. Pero el nuevo municipio se vio impelido, mayormente, a construir en altura, para recaudar del turismo de verano y luego sobrevivir a la fase fría del año.
En Miramar y Mar del Plata, en algunos sitios la playa existente hace 30 años desapareció y las municipalidades respectivas tratan de reconstruirlas trayendo arena en camiones desde otros sitios, sin que nadie pregunte de dónde sale. De todos modos, incluso haciendo trampa, es una lucha perdida de antemano: al NO de cualquier macizo de edificación costera alta la playa estará en extinción, y no hay tu tía. La construcción alta costera sigue de moda, incluso en sitios donde en los ’90 era anatema, como Cariló.
Islas (y otros expertos en costas, como el Dr. Jorge Codignotto) también aseguran que la fijación con árboles de la primera línea de médanos contribuye al angostamiento de playas, ya que impide que vientos y lluvias redistribuyan este stock de áridos sobre la berma playera.
De todos modos es poco lo que va quedando de los pinares y eucaliptales sembrados por Carlos Gessell o Manuel Guerrero en los enormes médanos de los años ’30, donde sólo vivían puesteros de estancia y ganado cimarrón, o por el Ministerio de Asuntos Agrarios de la Provincia cuando creó las 523 hectáreas de bosque del Vivero Dunícola de Miramar. Lentamente, por derecha rara vez y más por izquierda, todo ese bosque se fue volviendo tejido urbano. Sin embargo, Islas y Codignotto son unánimes en su apreciación de que lo que arrasó la primera línea de médanos no fueron los bosques artificiales como la creación de avenidas costaneras frente a los centros comerciales de la mayor parte de los municipios. Era «moderno».
Codignotto es particularmente severo con otros factores viales con que los argentinos estamos liquidando las playas. Uno de ellos es la cuadrícula urbana convencional y pavimentada. Por declive, las calles que interceptan la playa en ángulo recto, durante las tormentas, se vuelven torrentes que cruzan las avenidas costaneras, entran imparables en la playa y cavan conos de erosión. La arena termina bajo las olas, a decenas e incluso centenares de metros de la costa, cuando las grandes sudestadas invernales escupen torrentes en cada bocacalle lindera con la costa.
Como consecuencia indirecta del calentamiento del Atlántico, además, añade el climatólogo Vicente Barros, las sudestadas severas pasaron de 2 por año, en la década del ’60, a 8,5 por año a comienzos de este siglo… y subiendo. Estamos llegando a promedio 10. Por falta de verdaderos huracanes, la sudestada es el tipo de tormenta marina más violenta que tenemos en estas latitudes del Sur.
El fenómeno de erosión por cuadrícula pavimentada es mucho menos notorio en los balnearios bonaerenses creados por alemanes, como Villa Gessell, Cariló, Mar de las Pampas y muy pocos otros casos, donde las calles son de trazado curvo y en general se mantienen de arena permeable. En Cariló la primera línea de médanos es casi intocable para las constructoras, y no hay avenida costanera. Pero en la mucho más conservacionista Mar de las Pampas, donde los hoteles costeros están prohibidos más o menos por «fatwah», los médanos resisten. Entre uno y otro factor, las playas en ambos lugares siguen conservando cierta anchura, aunque no en comparación con lo que eran en la década de 1970.
Codignotto e Islas concuerdan en otra cosa: dicen que los espigones con que los intendentes marplatenses y miramarenses trataron de rescatar las playas de los daños causados por sus propias municipalidades son un caso claro de «remedio peor que enfermedad».
La «corriente de deriva» en las playas bonaerenses tiene un componente marino, además de uno eólico, y con buen tiempo, ese componente marino es pro-sedimentario: tiende a depositar más arena de la que se lleva. Y por la dirección predominante del oleaje, que viene desde el sureste (SE), esa arena se deposita siempre hacia el noreste (NO).
Cuando, para rescatar la playa remanente se ponen espigones perpendiculares, sucede algo curioso: la corriente de deriva forma una pequeña «pocket beach», una playita triangular y de gran pendiente en la pared sur de cada espigón. Pero en el lado norte del mismo, la imposibilidad de llegada de oleaje que aporta sedimentos va cavando una trinchera de 2 o 3 metros de profundidad a pie de pared. El fenómeno se agrava hasta que el espigón se descalza del fondo, y se fractura. Además de no servir para nada, los espigones son de alto mantenimiento.
Peor aún, la playa resultante de estos intentos de rescatar con ingeniería el desmanejo geológico de la costa es bastante inútil, y máxime cuando hay una importante fuerza planetaria (el recalentamiento global) que opera en contra. Hasta los ’90, las playas miramarenses todavía eran caminables a lo largo de kilómetros para gente de cualquier edad, desde su arranque cercano al Muelle de Pescadores hasta los pequeños acantilados de tosca donde desaparece, muy sobrepasada la desembocadura del Arroyo del Durazno. Al norte de ese pequeño hito hidrográfico, se respetaba aún una alta línea de médanos, al pie de los cuales las playas -no por casualidad- conservaban su esplendor de siempre.
Tiempos pasados. Hoy toda esa berma está interrumpida cada 100 o 200 metros por enormes espigones de hormigón o piedra arenisca, fracturados, además. No da para caminata. A lo sumo, para hacer «parkour», si uno tiene 30 años y muy buen estado físico. Frente a la ciudad, donde en los ’50 la anchura playera y el poco declive de la berma permitían que, sobre la arena mojada dura, aterrizara en emergencia alguna avioneta del aeroclub local, hoy la costa es tan transitable en longitud como la Muralla Atlántica del mariscal Rommel, y resulta más o menos así de linda.
No por nada este municipio viene perdiendo vida playera diurna, y la juventud prefiere la noche y las discos. Tampoco es que le hayan dado mejores opciones. Es un caso de cambio cultural secundario a un fenómeno erosivo, y no el único.
Hoy la erosión antrópica y climática se va comiendo las playas antes inacabables de los balnearios bonaerenses más australes, como Clamorecó. Cuando a fuerza de vacunas la pandemia de coronavirus afloje, va a ser tiempo de que el gobierno provincial cuide el mejor recurso turístico permanente que tiene, y que no es nada permanente. Cuando lo haga, si lo hace, chocará sí o sí con los intendentes locales, que viven en el aquí y el ahora, mandando sobre ciudades que, sin playas, no tienen futuro alguno.